Desde cabina. Jorge Gutiérrez de Velasco Rodríguez
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Название: Desde cabina

Автор: Jorge Gutiérrez de Velasco Rodríguez

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Vos Téknika

isbn: 9786079878122

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СКАЧАТЬ de la Asociación Nacional de Instituciones de Educación Superior (anuies), el doctor Guillermo Hernández Duque Delgadillo, la internacionalización de las instituciones de educación superior es resultado de su pertinencia global, o sea —esta es una paráfrasis o interpretación de un servidor—, de que “conecten” a nivel local, regional y nacional, en un contexto de desarrollo de competencias y capacidades globales.

      Entonces, ¿cómo es que podemos definir experiencias de vinculación internacional exitosas? En mi definición, no únicamente por la praxis común del intercambio docente o estudiantil, sino por el reconocimiento y búsqueda que otros hacen de nuestras prácticas, de nuestras relaciones y resultados, de nuestro impacto en pocas palabras.

      Hoy, con relaciones internacionales aún en ciernes, pero con gran potencial, reconozco que el impacto que la unaq ha evidenciado internacionalmente es el punto de partida de un modelo que pretende no solamente incidir en la región de influencia de esta institución de educación superior estatal, sino que pretende ir más allá de Sudamérica, Norteamérica y Europa: pretendemos racionalizar aquello que ha resultado satisfactorio, y más aún, aquello que ha llamado la atención de connacionales y extranjeros; pretendemos, en resumidas cuentas, ratificar el gran potencial que nuestro país puede ofrecer al mundo para beneficio de los mexicanos y de la comunidad internacional. En esas estamos. ¶

      26 de junio de 2018

      Secuestrados por la educación y algo más

      Soy geek de corazón, y aunque entiendo los nuevos modelos de negocio en la adquisición y utilización de la tecnología —o en realidad, la renta de la misma—, no deja de sorprenderme la velocidad con que esta cambia y la avidez de las marcas para mantenerse a la vanguardia, provocando, entre otras cosas, que los que necesitamos tales herramientas tecnológicas para nuestra vida cotidiana nos volvamos presas de continuas actualizaciones y mejoras en esa guerra por el mercado, llegando a provocar una sensación de apoderamiento de nuestra voluntad si es que queremos seguir utilizando dichas herramientas, si es que queremos seguir siendo competitivos al final del día.

      Este martes en #DesdeCabina hago la anterior analogía, porque de la misma forma en que la tecnología nos empuja —aunque luego parece que nos secuestra—, debería de hacerlo la educación. En países asiáticos como Corea del Sur y China, o en europeos como Finlandia y Alemania, por mencionar sólo algunos, el nivel de competitividad y selectividad que viven los estudiantes desde temprana edad es tal que las familias reconocen, con demasiada antelación, que el futuro de sus hijos —y eventualmente ciudadanos de sus países— depende enteramente de su educación; es por eso que desde muy chicos se esfuerzan por ingresar a las mejores escuelas, por desarrollar sus competencias, por sobresalir, en pocas palabras. Y por su parte las escuelas, con el apoyo de los gobiernos, se encargan de crear y mantener una infraestructura educativa óptima, ya no digamos vanguardista, para desarrollar el cúmulo de capacidades, competencias y habilidades necesarias para la vida y la ciudadanía del siglo xxi.

      No está por demás reconocer la importante labor de los docentes, esos seres especiales que velan concienzudamente por el aprendizaje de sus estudiantes, que se esfuerzan todos los días, que buscan mantenerse actualizados utilizando las mejores herramientas, la técnica y sobre todo la vocación, para transmitir conocimiento, para generar experiencias, para desarrollar capacidades, competencias y hábitos para la vida y las etapas futuras de sus pupilos.

      De las políticas públicas, sus promotores y sus ejecutores hay mucho que comentar, pero el caso no es empantanarse con este tema en específico, que aunque toral, da para mucho más que estas líneas semanales. La situación es que al igual que muchos de nosotros nos sentimos, por decirlo así, secuestrados por la tecnología y sus vaivenes —reiteró la analogía—, estoy seguro de que también a muchos nos gustaría experimentar un “jalón” similar, uno que debería provocar la necesidad de educarnos, de conocer y ser impulsados por un sistema educativo que incluya un acceso equitativo a los diversos niveles y modalidades educativas, que promueva la permanencia en él y cuya evaluación permanente le permita evolucionar de manera constante; que cuente con profesores comprometidos, justamente evaluados, en permanente formación y desarrollo, y sobre todo con plena conciencia y vocación de servicio por encima de intereses mezquinos; un sistema que use la tecnología a su favor y se comprometa con una diversidad de esquemas que faciliten la inclusión, la multiculturalidad y el respeto al planeta y a sus especies, un sistema que impulse el auto aprendizaje permanente y la educación continua como medio de desarrollo. A mí me encantaría estar secuestrado o, mejor dicho, encantado por una educación así. ¿A ustedes no? ¶

      7 de mayo de 2019

      La apreciación del fracaso, la iteración infinita

      Cualquier actividad humana, sin importar su complejidad, duración o planificación, se encuentra sujeta a imponderables que, bajo ciertas condiciones, pueden provocar que no se logre el éxito o el resultado esperado. Más aún, cuando más personas se involucran en una misma actividad la probabilidad de fracaso se incrementa, incluso exponencialmente.

      Históricamente el fracaso ha sido considerado como negativo en el devenir humano: fracasar puede ser considerado nefasto y sumamente rechazado. Según la rae, un fracasado se define como “adj. dicho de una persona: desacreditada a causa de los fracasos padecidos en sus intentos o aspiraciones”, es decir, fracasar es la antesala de la desacreditación y hasta del escarnio público.

      Para otras culturas y entornos, fracasar es sinónimo de valentía, tenacidad, coraje y resiliencia; es del mismo modo sinónimo de madurez, de emprendimiento y de autogestión. Para muchos de nosotros, fracasar ha sido un estigma que, desde el seno familiar, se inculca como algo que debe evitarse a toda costa. En Silicon Valley, una de las capitales mundiales del emprendimiento y desarrollo tecnológico, se aprecia sobremanera el fracaso; un ejemplo de ello es que cuando se analiza la viabilidad de un proyecto para recibir apoyo financiero es auscultado, a detalle, el historial de fracasos del emprendedor que promueve el proyecto, y si existen proyectos que al final se encuentran empatados técnicamente, el ganador es aquel que más fracasos ha tenido en su trayecto emprendedor. Esto significa llevar la apreciación del fracaso a la acción y al crecimiento.

      Fracasar es el alimento de la resiliencia y, sobre todo, es una lección que bien aprendida nos prepara para crecer, para proyectarnos más allá de los propios límites, allanando el camino para emprendimientos de mayor envergadura.

      Reconozco que he fracaso más de lo que podría recordar, pero también he construido más de lo que podría haber imaginado, y no lo hubiera logrado si no hubiera vivido los tropiezos que hoy atesoro y que incluso recuerdo con cierta nostalgia. Me encantaría que muchas personas más vivieran el fracaso desde una óptica más natural, menos aterradora, y sobre todo, más constructivista. Sí, así como la describen Piaget y Vygotski, como un elemento más de un proceso de aprendizaje interactivo, permanente e iterativo, que invite a las personas a construir su conocimiento y experiencias. Seríamos otro país, СКАЧАТЬ