Название: La muerte súbita de ego
Автор: Oscar Muñoz Gomá
Издательство: Bookwire
Жанр: Книги для детей: прочее
isbn: 9789566131113
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Me sobresalté, porque esto sugería problemas también para nosotros. Era lo último que necesitaba. Puse cara de pregunta.
-Perdona Enrique- intervino Ricardo-. No habría venido a molestarlos si no tuviera urgencia. Pero la verdad es que la policía anda detrás de mí. Me buscan. Hasta ahora he logrado evitarlos, yendo de lado a lado. Ya no tengo muchas alternativas.
-A ver, explícate. ¿Qué pasa? ¿Por qué te buscan?-. Esto ya comenzaba a molestarme mucho más.
-Mira, no es fácil de explicar, pero te aseguro que soy inocente. La cuestión es que en la empresa donde trabajo pusieron una denuncia en mi contra por fraude. Soy el contador de la empresa. Pero es una trampa. Estoy seguro. De hecho, yo sospechaba del gerente y comencé a hacer una pequeña investigación, por mi cuenta. Pero las cosas se precipitaron. Es probable que descubriera mis sospechas y se anticipó a denunciarme, con una acusación de facturas falsas. Son varios miles de millones los que están en juego. Si me detienen no voy a poder demostrar mi inocencia.
-Y ¿qué quieres que hagamos?
-Sólo necesito que me dejen pasar la noche aquí. No puedo volver a mi casa. Nadie sospechará que estoy con ustedes. En la mañana, temprano, un amigo me sacará de la ciudad, lo que me dará más tiempo para reivindicarme.
-Ricardo, es bastante lo que pides. ¿Te das cuenta que nos convertiremos en cómplices y nos pueden acusar de obstrucción a la justicia?
-Lo entiendo y créeme que me apena mucho exponerlos a ustedes. Pero no tengo alternativa. No puedo irme donde mis conocidos y amigos.
Terminé mi vaso de vino de un sorbo.
-Arlette, vamos a conversar. Disculpa, Ricardo- subimos a nuestra habitación.
-No le creo-le dije con dureza-. No estoy dispuesto a que nos arriesguemos. Tú sabes que Ricardo ha sido siempre un irresponsable.
-Yo le creo- se veía segura-. No sabes cómo ha cambiado desde aquellos años.
-¿Cómo estás tan segura?
-Ricardo lo pasó muy mal durante mucho tiempo. Es cierto, fue un vago y un irresponsable, pero eso fue antes. En la empresa donde trabaja lo ha hecho muy bien y es querido por sus compañeros.
-¿Por qué sabes todo eso? Yo entendía que tú no lo viste más desde que rompieron. Y ya hace seis, siete años, si no me equivoco.
Arlette encendió un cigarrillo. Se tomó más tiempo del que normalmente demora encenderlo. Expulsó el humo con lentitud.
-No hace mucho tiempo me encontré con él. Caminamos y conversamos.
Sentí frío en mi rostro. Esto era nuevo para mí.
-¿Me quieres decir que te has estado viendo con él?
-Quique, por favor.
-¿Por favor? Contéstame, te hice una pregunta- ya me estaba exasperando.
-¿Qué tiene de malo que lo haya visto? ¿Me vas a hacer una escena?
Abrí el closet, saqué una frazada y bajé. Se la entregué a Ricardo con brusquedad.
-Aquí tienes. Puedes pasar la noche en el sofá, si te acomoda- no pude evitar un tono de desprecio-. Pero mañana te quiero fuera de la casa. Ah, y en la cocina hay algo para comer.
Me sentí encolerizado e incapaz de seguir hablando. No sólo no le creía a Ricardo. Ahora había comenzado a dudar de Arlette. Me imaginé que me había estado otorgando la distinción de ponerme unos hermosos cuernos. Estaba en su cuarto de trabajo. Seguía fumando, de pie, mirando la ventana, a pesar de que afuera todo era oscuridad.
Abrí mi lado de la cama y me acosté. Aunque no dormí muy bien, amanecí más relajado, y con apetito. Miré a Arlette con afecto. Ya estaba vestida, aunque con cara de no haber dormido bien. Mis celos se habían apaciguado.
-Creo que Ricardo debería entregarse a la policía- le dije, mientras me vestía-. Si es culpable, es lo que corresponde. Si es inocente, no podrá probarlo estando arrancado. Después que lo detengan podrá conseguir la libertad bajo fianza y contratar un abogado que investigue a fondo el fraude. Es lo que cualquier persona decente haría, ¿no te parece?
-Pienso lo mismo- me contestó escuetamente-. Voy a tratar de convencerlo.
Estaban reunidos en la cocina cuando bajé.
-¿Les preparo unos huevos para desayunar?- les ofrecí, con buena disposición.
-Quique, lo lamento, pero te dejo- el rostro de Arlette mostraba frialdad-. Nos vamos fuera de la ciudad.
Apreté mis puños y la clara de los huevos saltó por el aire.
AL FRÍO DE LA NOCHE
El profesor Schmidt terminó su whisky y le pidió al anfitrión el teléfono de la casa para llamar a un taxi. Ya eran pasadas las doce de la noche y los comensales comenzaban a retirarse. La comida había sido muy conversada, con gran animación y todos pendientes de las opiniones del profesor Schmidt, el invitado de honor. Había venido a esa pequeña universidad situada casi en la frontera con Canadá, en el estado de Massachusetts, para dictar un curso de invierno durante el receso del mes de enero. El enseñaba ciencias políticas en Princeton, había ganado una cátedra de por vida y su curriculum estaba nutrido de publicaciones, conferencias internacionales y consultorías a muchos gobiernos europeos. Era una autoridad en materias relacionadas con el nuevo orden mundial que se estaba gestando después de la crisis del petróleo de 1973. De origen alemán, se radicó en Estados Unidos donde hizo la mayor parte de su carrera académica. Ya estaba cercano a la edad del retiro, aunque energías y ambición no le faltaban para aceptar cuánta invitación le llegara.
-Por ningún motivo, profesor- le dijo enfático Williams, otro de los invitados a la cena. Era un hombre joven, de unos treinta y cinco años, delgado y enjuto-. No pida taxi, yo lo puedo llevar y con mucho gusto.
-Muchas gracias, pero no quisiera molestarlo. Vivo bastante lejos, en una casa que arrendé en las afueras del pueblo. Una casa muy rural. Está en el camino de Woodstock.
-No es ningún problema. De hecho, yo también voy en esa dirección.
-Bueno, en ese caso, encantado. Le acepto su amabilidad.
Se despidieron del resto de los participantes, del dueño de casa y su esposa. La noche estaba extremadamente helada. Soplaba un viento gélido, de aquéllos que se llevan las nubes, convierten la nieve reciente en hielo duro y bajan la temperatura a muchos grados bajo cero. De hecho, los informes del tiempo habían alertado a la población a cuidarse de las posibles y severas hipotermias. Se anunciaban temperaturas de treinta grados bajo cero.
Subieron al auto de Williams, quien puso en marcha el vehículo y activó la calefacción al máximo. El interior del coche estaba muy helado. Todavía quedaban resto de hielo en el parabrisas como resultado de la nevada de la noche anterior. El profesor Schmidt se subió el cuello de su chaquetón, se forró con la bufanda hasta la boca y se cubrió la cabeza hasta las orejas con un gorro de lana.