Название: Quema
Автор: Herman Pontzer
Издательство: Bookwire
Жанр: Сделай Сам
Серия: Para estar bien
isbn: 9786075573595
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Fue un hito en la evolución. El metabolismo aeróbico abrió una frontera nueva e inexplorada, una estrategia nueva para la vida. Las bacterias que usaban oxígeno se dispersaron por el planeta y se diversificaron en nuevas especies y familias. Pronto estuvieron en todos lados.
Luego ocurrió otro acontecimiento improbable. En el inhóspito mundo de la vida temprana, donde las células se devoraban unas a otras, las prósperas bacterias aeróbicas eran una deliciosa entrada nueva en el menú. Cuando una célula devora a otra (ya sea una amiba en un charco del patio que se come a un paramecio o una célula inmunitaria en tu sangre que mata a una bacteria invasora), lo que hace es tragarse a su presa: introduce a la víctima dentro de su membrana para desmembrarla y quemarla como combustible. Tras ser devoradas así incontables millones de bacterias aeróbicas a lo largo de cientos de millones de años, un puñado (tal vez sólo una o dos) lograron escapar de la destrucción. Contra todo pronóstico sobrevivieron, intactas, en el interior de su huésped. Eran diminutos Jonás en el vientre de la ballena.
Y funcionó extraordinariamente bien.
Estas células quiméricas tenían ventajas sobre otras en los océanos de la Tierra media. Con una bacteria especializada en la producción de energía a bordo, estas células híbridas les ganaron a otras en la competencia por convertir energía en descendientes. El motor bacteriano interno se volvió la norma. Todos los animales que viven hoy en la Tierra, desde los gusanos hasta los pulpos y los elefantes, son herederos de este gran salto hacia delante. Como todos los demás animales, llevamos en el interior de nuestras células a los descendientes de estas bacterias aeróbicas salvadoras: nuestras mitocondrias.
La revolucionaria idea de que las mitocondrias evolucionaron a partir de bacterias simbióticas fue propuesta por la visionaria bióloga evolutiva Lynn Margulis.33 Desde el siglo XIX los investigadores habían reconocido la semejanza visual entre las mitocondrias y las bacterias al verlas a través del microscopio, y habían especulado con la posibilidad de un origen bacteriano de las mitocondrias, pero fue Margulis la que le inyectó vida y rigor a la idea. A finales de la década de 1960 escribió un revolucionario artículo sobre la teoría. Lo rechazaron decenas de revistas que opinaban que era demasiado escandaloso, pero ella perseveró. Durante las décadas siguientes resultó claro que la escandalosa idea de Margulis era correcta.
Las mitocondrias dentro de nuestras células conservan su propio anillito de ADN, un revelador vestigio de su pasado bacteriano. Y nosotros las alimentamos y las cuidamos diligentemente como si fueran mascotas amadas; nuestros corazones y pulmones están dedicados a la tarea de proporcionarles oxígeno a nuestras mitocondrias y limpiar sus desperdicios de CO2. Sin ellas y sin la magia de la fosforilación oxidativa no podríamos mantener las extravagancias energéticas que damos por hecho. La vida jamás habría evolucionado en la increíble colección de especies de la que hoy somos testigos.
El oxígeno es el ingrediente principal de la fosforilación oxidativa precisamente porque es un ladrón de electrones, la misma característica que lo vuelve tan destructivo. El oxígeno es el receptor final de electrones en lo que se conoce como la cadena de transporte de electrones, la brigada de baldes que lleva los electrones en la membrana interior de las mitocondrias e introduce los iones de hidrógeno en el espacio intermembrana. Sin oxígeno, la cadena de transporte de electrones se detiene, el ciclo de Krebs se retrae y las mitocondrias se apagan. Cuando los electrones saltan al oxígeno al final de la cadena de transporte de electrones, atraen iones de hidrógeno y forman agua, H2O. Tus mitocondrias producen más de una taza de agua al día (unos 300 mililitros) a partir del oxígeno que respiras.
EN SUS MARCAS, LISTOS, FUERA
Al nivel básico de los macronutrientes y las mitocondrias, las rutas metabólicas y la producción de ATP, todos los animales (incluidos los humanos) somos esencialmente lo mismo. La figura 2.1 se aplica igual de bien a las cucarachas, las cabras y los californianos. Y sin embargo, en los casi 2,000 millones de años que han transcurrido desde que entraran en escena el metabolismo aeróbico y las mitocondrias, ha evolucionado una asombrosa diversidad de seres vivos, los cuales usan el mismo esquema metabólico. Los metabolismos se han acelerado y ralentizado, retocado y remodelado para dar lugar a la infinidad de formas en las que los animales se mueven, crecen, se reproducen y se reparan a sí mismos. Como vimos en el capítulo anterior, estos cambios metabólicos han modelado a nuestra especie de forma esencial.
Ahora que entendemos los rasgos metabólicos básicos que comparten todos los animales, exploremos qué formas les ha dado la evolución. Visitemos todos los lugares a los que pueden llevarnos estas máquinas devoradoras de oxígeno y descubramos cómo funcionan cotidianamente en el mundo real. ¿Cuánta energía quemamos realmente día a día, y en qué? ¿Cuánta energía se necesita para caminar un kilómetro, luchar contra un resfriado o gestar un bebé? ¿De verdad podemos “acelerar” nuestro metabolismo con café, dietas o súper alimentos? ¿Cómo obtiene nuestro cuerpo la cantidad justa de combustible para satisfacer nuestras necesidades diarias? ¿Y por qué se desgastan y se descomponen nuestras maquinarias metabólicas? ¿La muerte es el costo inevitable que debemos pagar por quemar energía, el pacto con el diablo que nos da la oportunidad de caminar entre los vivos?
Y lo más importante, ¿hasta dónde tengo que correr para escapar de la culpa de comerme una buena dona?
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