Название: Quema
Автор: Herman Pontzer
Издательство: Bookwire
Жанр: Сделай Сам
Серия: Para estar bien
isbn: 9786075573595
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VENENOS VEGETALES
¿Es mejor vivir en una ignorancia feliz y romántica? Puedo entender el atractivo: es más fácil levantarse todos los días si sientes que la Madre Naturaleza quiere recibirte con un cálido abrazo, que el mundo natural, e incluso los demás seres humanos, son esencialmente benévolos. El dolor y la muerte pueden ser inevitables, pero sólo porque somos seres torpes, falibles y fuera de sincronía con las armonías que rigen el universo. Si sólo nos entregáramos al flujo kármico, si fuéramos de naturaleza generosa, el mundo sin duda nos correspondería. Si sólo pudiéramos volver a un estado de naturaleza, como nuestros ancestros cazadores-recolectores…
¿Verdad?
Noche de cine en la sabana. Todo el campamento hadza está reunido en la oscuridad en torno a la computadora portátil de Brian, que reproduce un documental sobre la naturaleza. Todos están encantados. Cada vez que un nuevo protagonista animal aparece a cuadro se produce una algarabía entre la multitud. ¡Ooooohhh! ¡Miren el ñu! ¡Ay, mira, es una jirafa enorme! Entonces aparece una escena nocturna a orillas de un abrevadero. Los elefantes llegan a beber, desesperados por algo de agua en el punto más crítico de la temporada de secas. Pero cerca de allí acechan unos leones. La manada ataca a un elefante bebé y le muerde la nuca; el pequeño corre despavorido, alzando su trompita y lanzando balidos de dolor. La multitud está absorta, yo incluido. Los elefantes adultos tratan de ahuyentar a los leones, pero no lo logran. Hay demasiados, y atacan como ninja, uno tras otro, profundizando cada vez las heridas que sangran. El fin llega pronto. ¡Un bebé elefante! Dios mío, el horror. Está claro que la Naturaleza se equivocó. Se supone que no deben ocurrir cosas tan repugnantes como ésta.
Los hadza estallan en gritos de alegría. ¡Ja! ¡Los leones los atraparon!
Me quedo pasmado. ¿Qué clase de psicópata le va a los leones?27
Pero luego lo entiendo. Sentir pena por los elefantes es un lujo de los habitantes de las ciudades que experimentan la naturaleza en la pantalla de televisión. Cuando creces y vives en la naturaleza todos los días entiendes que ella no tiene el menor interés por acogerte. No hay ningún drama majestuoso que ocurre exclusivamente en beneficio de tu crecimiento espiritual. No, por el contrario, eres parte de una desordenada mezcla de especies, algunas malintencionadas, otras indiferentes, pero ninguna de ellas es tu amiga. Los hadza odian a los elefantes porque son enormes e irascibles y de vez en cuando matan a un integrante de su campamento. Les tienen a los elefantes tanto cariño como a las serpientes, y los hadza odian a las serpientes.
Los hadza no lloran por los animales que cazan, igual que tú no lloras por tu yogur para el desayuno. No son cínicos o insensibles, pero saben cómo es la vida. Ser parte del ecosistema implica comerse unos a otros, ya seas una planta o un animal. Los perros salvajes que olfatean tu rastro en la brisa y te siguen no sienten el menor remordimiento cuando llega el momento de desgarrarte las entrañas. Son negocios; nada personal. Entender la vida en un sistema real, funcional, exige que abandonemos las mitologías románticas con las que nos alimenta Disney mientras crecemos al amparo de nuestras ciudades y suburbios.
Ver el mundo a través de las lentes de la evolución es una llamada de atención igual de perturbadora. Lo que Darwin vio claramente por primera vez fue que todas las especies compiten por recursos limitados: luchan por conseguir comida sin convertirse ellos mismos en la cena. En la naturaleza no hay “malos” ni “buenos”; somos nosotros los que asignamos juicios culturales a un reparto de personajes en realidad amorales e indiferentes. Incluso las cosas que parecen hacerse en nuestro beneficio ocurren por motivos evolutivos ulteriores que son esencialmente egoístas. Las frutas, esos regalos de los árboles, repletas de dulce carne, no son más que un astuto medio para dispersar semillas. Los perros han evolucionado para aprovecharse de nuestras emociones28 y obligarnos a quererlos porque los humanos somos una excelente fuente de comida para el perro. ¿Y las plantas exuberantes que llenan nuestro planeta de vida? Llevan 500 millones de años envenenándonos silenciosamente.
La vida requiere energía, y el primer sistema de producción de combustible que evolucionó en nuestro planeta fue la fotosíntesis. Las primeras bacterias que aprovecharon la luz del sol dependían del hidrógeno y el azufre, no del agua, para llevar a cabo la fotosíntesis. Luego, hace unos 2,300 millones de años, en algún estanque somero de una joven Tierra rocosa, evolucionó una nueva receta para la fotosíntesis29 que convertía el agua (H2O) y el dióxido de carbono (CO2) en glucosa (C6H12O6) y oxígeno (O2). La luz del sol proveía la energía necesaria para esta conversión, energía que se almacenaba en los enlaces moleculares de la glucosa.
Este nuevo tipo de fotosíntesis, llamada oxigénica porque produce oxígeno como producto de desecho, fue una revolución. La vida que empleaba fotosíntesis oxigénica, absorbiendo CO2 y agua y escupiendo oxígeno, colonizó el planeta. Tendemos a pensar en el oxígeno como en un bien, algo que hace posible la vida, pero su verdadera naturaleza química es devastadora. Se roba electrones y se enlaza a otras moléculas, que altera por completo y con frecuencia hace pedazos. El oxígeno es Shiva el destructor, que extermina todo lo que toca, ya sea lentamente (la oxidación) o de forma violenta (el fuego).
Al principio el nuevo oxígeno que producían las plantas fue absorbido por el hierro en el polvo y las rocas, creando gigantescas “bandas rojas” en la corteza terrestre. Luego fue el océano el que absorbió tanto oxígeno como pudo. Y después la atmósfera comenzó a llenarse, pasando de cero a más de 20 por ciento a medida que las plantas fotosintéticas de todo el mundo eructaban esta desagradable sustancia de forma constante e indiferente. Los crecientes niveles de oxígeno aniquilaron a casi todos los seres vivos, un evento conocido como la Gran Catástrofe del Oxígeno. La vida en la Tierra se encontraba al borde de la extinción total.
ALIENS EN NUESTRO INTERIOR:
LAS MITOCONDRIAS Y LA DICHA DEL O2
En las escalas inaprehensibles del tiempo evolutivo, incluso los acontecimientos improbables se vuelven rutina. Pensemos en las probabilidades de ser alcanzado por un rayo, que para los estadunidenses son de 1 en 700,000 al año.30 Si vives 70 años tus probabilidades siguen siendo reconfortantemente bajas, de 1 en 10,000. Pero ¿qué pasaría si vivieras 3,000 millones de años y pudieras ver toda la historia de la vida en la Tierra? En esa escala de tiempo sería de esperar que te cayera un rayo unas 4,200 veces.
Las cifras son aún más difíciles de entender cuando pensamos en la evolución de hordas y hordas de bacterias microscópicas y otros microorganismos unicelulares. En unos gramos de agua “limpia” puede vivir más de un millón de bacterias,31 y nuestro planeta contiene unos 1,380 millones de kilómetros cúbicos de agua.32 Eso nos da una cifra total de bacterias acuáticas en este planeta (ignorando las terrestres) de más o menos 40 × 1027, es decir, un 40 seguido por 27 ceros. Incluso si solamente se replicaran una vez al día ocurrirían 14 × 1030 replicaciones al año. ¿Qué probabilidades existen de que emerja una mutación al azar que transforme una ruta metabólica de modo que convierta una sustancia química previamente inservible en una fuente de alimento? Incluso si las probabilidades fueran de 1 en 100 billones podríamos esperar que cada año ocurrieran más de 100,000 billones de mutaciones como ésta. A lo largo de los millones de años de los que dispone la evolución este tipo de mutaciones son casi inevitables.
Durante los eones en los que la joven Tierra fue llenándose lentamente de oxígeno venenoso se presentó una oportunidad. Entre la infinidad de miles de billones de bacterias que vivían, mutaban y se reproducían en escalas de tiempo de miles de millones de años, algunas СКАЧАТЬ