La música de la soledad. Ramón Díaz Eterovic
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Название: La música de la soledad

Автор: Ramón Díaz Eterovic

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия:

isbn: 9789560013248

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СКАЧАТЬ cuándo lees el pensamiento?

      —Simple lógica y buena vista. Te vi y escuché cuando despediste a tu amigo en el cementerio. Hiciste un buen discurso; breve, emotivo, y sin caer en lugares comunes.

      —Lástima que no te vi. Habría ahorrado unas llamadas.

      —Había mucha gente y preferí seguir el sepelio a la distancia.

      —Si estabas en el cementerio significa que te asignaron la investigación del asesinato.

      —Ni más ni menos, Heredia.

      —¿Y cómo van las pesquisas?

      —No hay pistas ni nada que permita resolver el asesinato a la brevedad.

      —Mala cosa. Igual quisiera hacerte algunas preguntas acerca del homicidio.

      —Supuse que investigarías la muerte de tu amigo.

      —¿Tienes tiempo y ganas de conversar al calor de una botella?

      —Sabes que no bebo alcohol. Pero estoy cerca del centro y en veinte minutos puedo llegar a cualquiera de tus bares.

      —¿Mis bares? Los que frecuentaba parecen ser las víctimas de un mago abstemio. Desaparecen, los venden, se convierten en tiendas o simplemente cierran sus puertas sin aviso previo.

      —Dime dónde nos juntamos —dijo Chacón, interrumpiendo mi letanía.

      —¿Conoces la taberna del Círculo de Periodistas?

       3

      La taberna del Círculo de Periodistas está al comienzo de la calle Amunátegui, en el subterráneo de un viejo edificio de oficinas que soportan con resignación el bullicio del centro de la ciudad. A la hora del almuerzo suele estar lleno de comensales, pero por las tardes, o al caer la noche, es un lugar tranquilo, ideal para beber un trago, conversar y dejar pasar las horas bajo la discreta mirada de Patricia Verdugo, Lenka Franulic, José Carrasco y José Miguel Varas, entre otros periodistas cuyos retratos cuelgan de los muros.

      Chacón me esperaba junto a una mesa próxima a la gran barra que presidía el salón sin ventanas ni otra vista que la amplia puerta de dos hojas por la que se ingresa al lugar. No habían pasado más de cuatro meses desde la última vez que él y yo nos reuniéramos, y sin embargo algo parecía haber cambiado en su aspecto. Y no era solo su barba de varios días ni la casaca de cuero negro que llevaba puesta. La diferencia estaba en su mirada, en la desconfianza que brotaba de sus ojos y el modo en que estos se movían, de un lado a otro, como si hubiera algo extraño que descubrir en cualquier momento. Me acerqué a su lado y nos saludamos. Le dije algo sobre su aspecto y me respondió con una sonrisa.

      —Una vez me dijiste que sería un buen policía después de recibir varios golpes y desengaños. Tus palabras me parecieron exageradas, pero ahora reconozco que tenías razón. Trabajar de policía, ver lo que uno ve a diario, es el camino más corto al desencanto. Casi no existe horror que no lo afecte cuando se anda por las calles con un asomo de sensibilidad en la mirada. Pero no creas que estoy arrepentido de la profesión que elegí.

      —Te entiendo perfectamente, Chacón. Uno se revuelca en el fango porque en el fondo ama la vida y a las personas —dije, y luego de soltar una risotada, agregué—: Estoy hablando igual que un veterano a punto de cobrar su pensión.

      Chacón volvió a sonreír y llamó al mozo que atendía las mesas. Pidió una bebida anaranjada y yo un vodka con agua tónica y una rodaja de limón.

      —¿Qué me puedes decir sobre la muerte de Razetti? —le pregunté después de probar mi bebida.

      —Lo mataron de un balazo en la cabeza. Un tiro a no más de treinta centímetros, ejecutado con una pistola de nueve milímetros. El asesino es un profesional o alguien a quien el abogado conocía. Estaba en mi cuartel cuando llegó la alerta por el descubrimiento del cadáver. Fui al sitio del suceso en compañía de otros detectives de mi unidad y nos encontramos con su mujer. Parecía petrificada. La interrogamos y luego comenzamos a examinar el lugar. No descubrimos ningún indicio que nos diera alguna pista acerca del asesino. Quien sea que lo hizo se preocupó de no dejar huellas.

      —¿Se llevaron algo de la oficina?

      —Al parecer no robaron. Encontramos una caja con doscientos mil pesos en su escritorio.

      —Tal vez robaron información o fue una venganza.

      —Es lo que pienso, dada la profesión de Razetti. Pero es difícil de precisar, solo él sabía lo que había dentro de sus archivadores y en su computador.

      —Sí, pero nada nos llamó especialmente la atención.

      —¿Sospechosos?

      —Salvo su esposa, ninguno.

      —¿Raquel?

      —Tranquilo, Heredia. El único que sospechó de la esposa es un colega que tiene líos con su mujer y anda por la vida intentando encarcelar a cuanta esposa se cruza en su camino.

      —¿No sería más fácil que encerrara a la suya?

      —Bromas aparte, por ahora no tenemos nada —dijo Chacón—. El suicidio está descartado y nadie vio entrar a ningún extraño en la oficina.

      —Siempre podemos hacer algo más.

      —Unos colegas andan escuchando voces por los bares del sector. A veces resulta. Los delincuentes creen que el paso del tiempo es garantía de impunidad, y por una u otra razón, terminan haciendo un comentario que los delata.

      —Pero eso puede pasar mañana o en diez años más.

      —Es lo que hay por ahora, Heredia.

      —Tarde o temprano aparecerá algo que ayude a descubrir al asesino.

      —No apostaría muchas monedas a que eso suceda.

      —Estás convertido en un policía al que nada sorprende ni le importa mucho.

      —No se trata de eso, Heredia. Se siguió el protocolo habitual y como ya te dije, no obtuvimos mayor información.

      —Quizás hay que hacer algo más que lo habitual.

      —Lo sé, pero últimamente estamos con el agua hasta el cuello. Existen muchos asesinatos que investigar y nos ordenan dar prioridad a los que tienen más connotación pública, como el reciente asesinato de un tipo que se encontraba internado en el Hospital San Borja y fue víctima del ataque de un sicario, a vista y paciencia de las enfermeras y de otros pacientes que se recuperaban de sus intervenciones quirúrgicas.

      —Nada escapa de la farándula de los medios de comunicación.

      —De eso no tengo culpa alguna. Tu amigo no era un abogado de renombre ni se codeaba con el poder.

      —El viejo cuento de los ciudadanos de primera y segunda clase.

      —Desde que tengo memoria, el mundo gira igual —dijo Chacón, y movió sus hombros como dando a entender que el СКАЧАТЬ