—¡Ese es el espíritu! No malgastes ni un minuto más pensando en él. Aclárate las ideas, haz eso que tienes que hacer y llámame. Pero no te lo tomes con demasiada calma, ¡hay muchas cosas que preparar!
Star se despidió y colgó. Trató de indignarse un poco con Betty. Maldita fuera por obligarla a preparar una fiesta a la que ni siquiera quería asistir, y maldita fuera por darle otra cosa más de la que preocuparse. Star ya tenía demasiados proyectos en los que trabajar ese verano, demasiadas cosas por hacer.
Pero no estaba ni siquiera cerca de indignarse. Básicamente no sentía nada, lo mismo que había sentido últimamente... ¿Cuánto tiempo había pasado desde el Evento, casi un año? Ni gozo, ni enfado, ni pena, solo un gran sentimiento insípido todos los días. Empezaba nada más despertarse, proseguía durante todo el día y duraba hasta la noche, cuando unos últimos pensamientos fugaces danzaban por su mente antes de que la reclamara el sueño. Incluso sus sueños eran apagados y mediocres.
Y, la verdad fuera dicha, no tenía absolutamente nada que hacer ese verano, ningún plan, nada. Casi todos los años tenía algo en cartera, una clase que dar o a la que asistir, proyectos para hacer en su patio o por la casa; alguna tarea que le diera un buen motivo para levantarse de la cama cada mañana. Pero no ese año. Había dejado de algún modo que el verano se acercara y no había hecho ningún plan.
Star sabía que su mentalidad actual no era buena. Había escuchado las palabras «depresión clínica» susurradas en la sala de profesores y sabía que ese podría ser su caso, pero no había desarrollado la voluntad suficiente para examinar el problema. Se prometía una y otra vez que pediría cita con un médico, pero nunca lo hacía. La idea de tomar pastillas no era especialmente atractiva, y tenía la sospecha de que lo único que sacaría de un médico era medicación.
Lo que necesitaba de verdad era un descanso de su rutina cotidiana. Quizá encontrara algo totalmente diferente para hacer ese verano, algo fuera de lo común. Algo que le diera la descarga de energía que necesitaba para querer volver a formar parte de la raza humana. Ahora mismo, solo quería fumarse ese último cigarrillo antes de dejar el tabaco una vez más, meterse en la cama y cubrirse la cabeza con las sábanas durante el resto del día.
Star agarró su bolso para buscar un mechero y la caja que aquel extraño hombre le había entregado salió atropelladamente. Una vez se encendió el cigarrillo y disfrutó de una primera calada de humo, agarró la caja y la giró en sus manos.
Ahora se acordaba de Curtis. Un chico silencioso, que estuvo en su clase solo un mes hasta que su familia se mudó, recordó. Lo que recordaba acerca de él es que era extraño. Se parecía mucho a su padre, delgado y pálido, y poco hablador. Se sentaba a solas a la hora del almuerzo y se apoyaba contra la pared de ladrillos de la escuela para ver a los otros niños jugar durante el recreo, sin participar nunca. Sintió lástima por él porque los demás niños lo ignoraban, pero a Curtis no parecía importarle, así que lo dejó estar. Había llegado a entender que algunos niños prefieren estar solos.
Aunque finalmente tuvo que regañarlo un poco. Él la observaba continuamente en clase y seguía constantemente todos sus movimientos incluso cuando debería estar haciendo algún ejercicio. Un día Star lo llamó después de clase y le preguntó si le pasaba algo.
El chico sonrió, de forma un tanto espeluznante, y sacudió la cabeza. Star le pidió que dejara de mirarla fijamente y le dijo que era de mala educación observar a una persona con tanta insistencia. Él solo respondió «sí, señora» y con eso terminó la conversación. Dejó de observarla tanto y poco después se mudó. No había vuelto a pensar en él desde entonces.
¿Por qué le daría un regalo? ¿De verdad lo había ayudado? ¿Con qué? Star abrió lentamente la tapa y dio un sobresalto cuando escuchó el retumbar de un trueno. Un estallido de luz se arremolinó a su alrededor y sintió cómo se elevaba de la silla y era transportada a otro lugar.
Capítulo dos
Star parpadeó y giró la cabeza de un lado a otro, aturdida. ¿Qué acababa de pasar? ¿Cómo había pasado de estar sentada a la mesa de su cocina a estar tumbada en el suelo de lo que parecía ser un patio trasero? No reconocía ese lugar. La zona estaba llena de árboles, plantas y flores, pero ese follaje no le resultaba familiar. Se escuchaba el burbujeo de varias fuentes y el piar de unos pocos pájaros, pero por lo demás, todo estaba silencioso. Mientras se incorporaba azarosamente, apareció un hombre que caminaba enérgicamente por un camino empedrado.
—Desde luego, no ha sido un aterrizaje demasiado elegante. Espero que no se haya dañado. Por los cielos, ¿qué le sucede a su mano? ¡Está ardiendo! —el extraño hombre la agarró y tiró de ellas hasta una fuente cercana, donde le sumergió la mano en el agua.
—No estoy ardiendo, idiota, era un cigarrillo. Y era el último que me quedaba. ¿Dónde demonios estoy y qué está pasando?
—No hay necesidad de gritar ni insultar de esa manera. No es muy femenino. Si me acompaña, se lo explicaré.
Star observó detenidamente al hombre. Había algo que no encajaba. Era alto y delgado, con ojos almendrados y un cabello que le llegaba a los hombros. Sus piernas y brazos parecían un poco más largos de lo normal. «¡Sus orejas!». Eso era lo que estaba completamente fuera de lugar. Eran puntiagudas. Cuando le observó más de cerca, percibió su extraño color de piel. O se había puesto un bronceado de aerosol en mal estado o era de color púrpura. Star cruzó los brazos y levantó la barbilla.
—No voy a ir a ningún sitio hasta que me digas quién eres y qué está pasando. —Aunque quería mostrarse valiente, el corazón le aporreaba el pecho y le sudaban las palmas de las manos.
—Debo insistir en que me acompañe ahora. Oh, ¿dónde está Vesta? Ella es la que debe ocuparse de las hembras.
—Ya voy, ya voy —se escuchó decir a una voz y apareció una mujer apresurándose por otro camino—. Lo siento, Roven, me han retenido un momento.
La mujer tenía básicamente el mismo aspecto con el hombre, con las orejas puntiagudas y todo lo demás. Sus pieles no eran realmente púrpuras, sino más bien de un tono malva claro, lo que resaltaba el verde de sus ojos. Ambos vestían pantalones y camisas holgados, pero la mujer tenía el pelo corto y rosa. Star parpadeó y sacudió la cabeza. Debía de tener algún problema de visión, fue su conclusión. ¡Esas personas parecían elfos púrpuras!
De pronto, el retumbar de un trueno llenó el aire y un hombre apareció en el mismo lugar al que había llegado Star. Él también aterrizó a gatas.
—¿Qué es esto? No debería haber dos entregas a la vez. ¿Y por qué estos humanos aterrizan tan mal? Acabarán dañándose. Que los cielos y la diosa nos protejan —exclamó Roven.
El recién llegado se puso en pie de un salto y se giró hacia ella.
—¿Qué está pasando?
Tenía el mismo aspecto que había tenido ella, imaginaba Star. Sorprendido, confuso y enfadado. Sin embargo, también parecía ser completamente humano y bastante atractivo, cosa que tranquilizó un poco a Star. El hombre elfo se le acercó y lo agarró por el brazo.
—Si me acompaña...
—No voy a ir contigo a ningún lado y como no me quites las manos de encima te daré un puñetazo.
—¡Guardas! —gritó СКАЧАТЬ