Encuentros decisivos. Roberto Badenas
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Название: Encuentros decisivos

Автор: Roberto Badenas

Издательство: Bookwire

Жанр: Религия: прочее

Серия:

isbn: 9788472088511

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СКАЧАТЬ que salir a buscar a todo trance sobre las olas de este modesto lago.

      Esa misma noche ya estaban los barcos faenando cuando salió la luna, en un creciente exiguo que apenas conseguía hacer visibles las siluetas de las naves sobre las olas. Simón había esperado el momento oportuno para lanzar la red. A la señal convenida, en silencio, se puso a proceder como de costumbre: soltar las amarras y dejar caer lentamente, sin ruido, los plomos por el costado de la nave que las sombras dejaban oculto.

      De las otras barcas le llegaba el ahogado rumor de la misma maniobra, como cada noche. Después venía el trabajo más delicado de izar rápidamente las mallas antes de que escaparan los peces. De la rapidez y pericia de esa maniobra dependía en gran medida la captura. Simón era un diestro pescador que conocía su oficio mejor que muchos.

      Cuando percibió la señal de aparentes tirones, de un golpe brusco levantó la red. Pero estaba vacía. Había que intentarlo de nuevo, dejando caer otra vez la malla sobre el costado del barco. El pescador frustrado repitió sin fruto esta operación varias veces, a lo largo de toda la noche.

      Simón estaba agotado. Le hacían daño las articulaciones de los brazos, y ese dolor de espalda volvía a aparecer. En sus labios resecos le quemaba el sabor amargo de la derrota.

      El viento fresco de la madrugada hacía estremecer su cuerpo sudoroso, acusando el cansancio y la rabia del fracaso. En un último intento, volvió a tirar de los aparejos. Esta vez ofrecían resistencia. Sus ojos desorbitados se abrieron aún más para ver emerger a la superficie los plateados reflejos de la ansiada captura. Pero un rasguño sordo abrió un boquete en la malla, y esta apareció vacía y rota, desgarrada tal vez por el mástil de un viejo navío hundido.

      La pesca, hasta ahora infructuosa, ahora se había vuelto imposible.

      La exigua luna había desaparecido. Amparado por la oscuridad, Simón se dejó caer sobre las mojadas redes, y no pudo contener unas lágrimas de rabia. Se juró a sí mismo que, si pudiera, dejaría la pesca.

      Empezaba a amanecer y al resplandor de la aurora, los pescadores regresaron, silenciosos y taciturnos, al embarcadero.

      Junto a su hermano y unos amigos, se había quedado a reparar las redes, procurando retardar el momento terrible de volver a casa con los cestos vacíos, sin pesca y sin ganas de nada.

      Y fue entonces cuando llegó el maestro.

      A aquella playa no solían venir extranjeros tan temprano, pero Andrés y Juan lo reconocieron en el acto y corrieron a su encuentro. Simón, cohibido, se quedó mirando intrigado a aquel singular rabí que, unos días atrás, se había atrevido a jugar con su nombre…

      Intrigado por el encanto del misterioso rabí, tampoco supo resistirse cuando esa misma mañana le pidió prestada su barca.

      ¿Qué tiene ese hombre que lo hace tan irresistible, tan convincente? Su porte, su resolución, ese aire de saber lo que quiere, un no sé qué en la mirada… Así le gustaría ser a él. Sí, querría ser como él, con esa sobrecogedora personalidad.

      Y al pensarlo nota que su corazón late más fuerte. Ese maestro que ya había transformado la vida de su hermano ahora estaba empezando a trastornarlo a él también.

      El maestro ha terminado por fin de hablar con la gente, y avanza resuelto por la orilla. Le acompañan Andrés y sus amigos. En la gloriosa alegría de la mañana, su túnica blanca ondea al viento, como la vela de un navío sin amarras.

      Paseando su mirada en torno suyo, como si otease el horizonte, el maestro se detiene de pronto, y se dirige hacia Simón. Este, avergonzado de haber abandonado su trabajo para espiar al visitante, baja la cabeza y recoge atolondrado la red, haciendo ademán de arreglarla.

      El maestro se acerca decidido al pescador.

      —Ahí tienes tu barca, Pedro —el maestro se empeña en llamarlo así—. Te agradezco el habérmela prestado.

      Y a renglón seguido, busca su mirada y le dice sonriente, implicando en el proyecto a sus acompañantes:

      En otras circunstancias, Simón hubiera dicho que intentar la pesca tan a deshora era una locura, pero esta vez se contiene, y responde, taciturno:

      —Maestro, después de bregar toda la noche no hemos pescado nada. Pero si tú lo dices, en tu nombre echaré la red.

      Simón mira receloso en torno suyo, esperando que nadie del gremio lo vea, y se siente un poco ridículo volviendo a la pesca en pleno día. Pero su hermano y sus amigos le preceden entusiasmados. Quizá el deseo inconsciente de escapar al magnetismo del nazareno lo empuja a aparejar la barca y a ponerse a remar en contra de toda lógica.

      Mientras se aleja de la orilla Simón no puede evitar volverse hacia la costa y mirar de reojo al extraño maestro, que sigue de pie en la arena, dirigiendo la operación, sin dejar de sonreír con la espléndida blancura de sus dientes, como si viera más allá de lo que se podía ver a simple vista.

      —Sí, ahí, a la derecha.

      Al gesto del nazareno, los pescadores echan las redes recién remendadas, como siempre, como tantas veces esa noche. Pero al ir a levantarlas… Simón no puede creerlo. ¡Rebullen de una captura increíble! No entiende nada de lo que está ocurriendo. Esto es más que un milagro.

      Los peces saltan salpicándole la cara, plateados, centelleantes bajo los rayos del sol. ¡Nunca ha visto una pesca mayor! Por fin van a poder comprar nuevas redes, y si acuden a tiempo sus vecinos para echarles una mano y entre todos consiguen arrastrar los pescados a la playa sin que las mallas se vuelvan a romper, ¡quizá hasta podría comprarse una barca nueva!

      Siguiendo las indicaciones del misterioso maestro su sueño de toda la vida se está haciendo realidad. Esta captura supera a la mejor que había imaginado nunca. Sus amigos llegan con dos barcazas más para ayudarle, y los tres barcos repletos de pescado amenazan hundirse bajo el peso de su preciosa carga. Quizá, a pesar de todo, la vida de pescador no sea tan ingrata.

      El regreso a la costa es una entrada triunfal, un momento estelar en la rutina de su existencia. Jadeante de excitación, Simón exulta entre los gritos de alegría de sus compañeros. El alborozo es tal que una multitud de vecinas curiosas, de pescadores intrigados y de chiquillos semidesnudos acude al encuentro de las barcas acarreando cestos y más cestos СКАЧАТЬ