Razzgo, Indo y Zaz. Jairo Aníbal Niño
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Название: Razzgo, Indo y Zaz

Автор: Jairo Aníbal Niño

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия:

isbn: 9789583061271

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СКАЧАТЬ el tigre.

      —A viento.

      —¿Y el turquesa?

      —A mar.

      —¿Y el blanco?

      —A luna.

      —¿A luna?

      —A luna llena, porque el plateado sabe a luna menguante.

      —¿Y el azul?

      —Sabe a silencio.

      —¿Y el rojo?

      —El rojo sabe a sandía.

      El tigre ciego partió otra tajada y la devoró con placer.

      El aire se llenó con los aleteos de una bandada de pájaros sende y con el agudo sonido de sus cantos. Sus voces eran muy parecidas a las de unas cañas que crecen al pie de las cascadas y que reciben el agua por una abertura y por otra la sacan convertida en música exquisita.

      Es muy difícil ver a los pájaros sende porque son perfectamente transparentes. Por eso, de tarde en tarde se ven volar pulpas de frutas, amasijos de flores, puñados de semillas, o esferas de néctar. Son alimentos que los sende llevan en el buche. Cuando el sol se refleja en sus cuerpos adquieren el aspecto de pequeños relámpagos.

      El tigre ciego y el perezoso veloz escucharon el canto de los pájaros hasta que se perdió más allá de un bosque de yarumos.

      Un lejano chasquido puso en guardia a Argg.

      Su madriguera, construida por Razzgo en un sitio de muy difícil localización y con un solo sendero de acceso que podía ser ventajosamente cubierto para la defensa, le permitía vivir con relativa tranquilidad, pero la prudencia le aconsejaba dormir con un oído cerrado y el otro abierto.

      Las orejas de Argg vibraron. Había percibido un segundo chasquido que provenía de unos matorrales en la parte baja de su refugio. Zaz también lo escuchó y, alarmado, corrió vertiginosamente en dirección al ruido.

      Súbitamente Razzgo emergió de los matorrales y dando un salto formidable tocó el sendero y empezó a trepar con la agilidad del viento.

      El perezoso llegó a su lado en volandas y se sorprendió al ver que a horcajadas, sobre el cuello del tigre, cabalgaba una criatura muy extraña.

      Argg la olfateó y gruñó:

      —Razzgo, ¿con quién vienes?

      —Es un amigo —contestó el tigre.

      —Es un prodigio... Un prodigio... —murmuró el perezoso.

      El tigre ciego, dirigiéndose al desconocido, rugió:

      —¿Quién eres?

      —Soy un sapo bonito.

      —¿Un sapo bonito? —balbuceó Argg.

      —Sí. Soy muy bonito pero yo no tengo la culpa.

      —Es verdaderamente un prodigio —repitió el perezoso.

      —¿Y cómo te llamas? —preguntó Argg.

      —Indo —contestó el sapo.

      El sapo ocupó el centro del círculo formado por Razzgo, Argg y Zaz.

      —Soy portador de noticias muy preocupantes —dijo Indo.

      —¿De qué se trata? —gruñó Argg.

      —La sapa Eaea y yo, porque han de saber que tengo la suerte infinita de tenerla como compañera...

      —Te felicito, pero te ruego que te apresures a darnos las malas nuevas —masculló Argg.

      —Como les decía, Eaea y yo estábamos recogiendo en la huerta subterránea unos melones de luna, cuando...

      —¿Melones de luna? —interrumpió Zaz.

      —Sí. Son unas frutas que saben a jugo de estrellas y poseen propiedades maravillosas.

      —Por favor, señor sapo, ¿serías tan amable de comunicarnos las noticias que traes? —exclamó el tigre ciego, gruñendo de impaciencia.

      —Estábamos cosechando melones de luna cuando una barahúnda en el exterior de la cueva nos llamó la atención. Trepamos a una claraboya y a que no adivinan qué fue lo que vimos.

      —¿Un baile de murciélagos? —preguntó Zaz.

      —No.

      —¿A la mamá de los rayos?

      —No.

      —¿A un grito pelado?

      —Tampoco.

      —¿Al árbol de los temblores?

      —No.

      —¿Serías tan amable, señor sapo, de decirnos al fin qué fue lo que viste? —rezongó Argg.

      —A cierta distancia, en un valle, vimos a cientos y cientos de tigres.

      —Bueno, eso no es tan preocupante —dijo Razzgo.

      —También vimos en el mismo lugar a cientos y cientos de perezosos.

      —¿Tigres y perezosos juntos? —dijo Zaz—. Eso sí es muy raro.

      —Y estaban examinando unas redes y unas trampas. Al pie de unas rocas se amontonaban unos extraños aparatos. El ocelote Milco saltó sobre uno de ellos y chilló: “A Razzgo, a Argg y a Zaz les llegó su hora”. Ese grito fue respondido por una horrible tempestad de rugidos y chillidos. Yo me asusté tanto que me metí dentro de un melón y casi me ahogo.

      —Lo que me temía. La gran cacería va a comenzar —murmuró el tigre ciego.

      —Indo, ¿me puedes guiar hacia ese sitio? —preguntó Razzgo.

      —Por supuesto, queda cerca de la charca donde vivo.

      —Vamos a darle un vistazo a esa pandilla —exclamó Zaz.

      —Pienso que eso es un poco peligroso —dijo Argg.

      —Debemos saber a qué tenemos que enfrentarnos —dijo Razzgo.

      —De acuerdo —exclamó Zaz.

      —Nos vamos mañana, tan pronto amanezca —exclamó Razzgo.

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