Razzgo, Indo y Zaz. Jairo Aníbal Niño
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Название: Razzgo, Indo y Zaz

Автор: Jairo Aníbal Niño

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия:

isbn: 9789583061271

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СКАЧАТЬ sigas que me revuelves el estómago.

      La tigresa, cabizbaja, se puso al socaire de la gran piedra y contempló la llanura que bordeaba esa parte de la selva. Al poco rato vieron a su hijo que corría tras dos venados.

      Rugos percibió una mancha roja que brillaba en las fauces de Razzgo y casi se desmaya al descubrir que no era sangre como había pensado sino una enorme rosa de monte que llevaba entre los dientes. Emitió un horrísono rugido y dijo:

      —Vámonos de aquí. No soporto ver algo tan espantoso. Debemos abandonar al instante este territorio.

      —¿Hacia dónde nos marchamos?

      —Río arriba, lo más lejos posible.

      —¿Y nuestro hijo?

      —Haremos de cuenta que jamás existió, que nació muerto.

      El tigre abrió la marcha y Zirca lo siguió pesarosa. Antes de internarse en la espesura, ella miró a su hijo que corría entusiasmado en medio de una nube de mariposas. Los bigotes de la tigresa tomaron la forma de espinas negras y de sus ojos se desprendieron dos esferas de llanto que rodaron por su cara y que, al caer al suelo y quebrarse en astillitas de agua, dejaron escapar un sonido de flautas tan triste que al escucharlo todas las hojas de una ceiba se tornaron de color blanco.

      Razzgo se acongojó mucho al comprobar que sus padres lo habían abandonado. Esa noche recorrió de arriba abajo, incesantemente, la madriguera, recogiendo con su olfato hasta la última brizna del aroma de Zirca y Rugos para guardarlo en la cueva de la memoria.

      Al amanecer se dirigió a la ribera del río y su aflicción llegó hasta su boca al comprobar que los mangos de azúcar que tanto le gustaban eran capaces también de segregar los jugos más amargos.

      Su vida se tornó muy difícil. Era rechazado violentamente por los otros tigres y no era aceptado por venados, chigüiros, monos, ni pavas de monte, que huían despavoridos ante su presencia pues se negaban a creer que existiera en el mundo un tigre inofensivo.

      Su afición a los vegetales había convertido a Razzgo en el ser más solitario de la selva.

      El sol parecía un pájaro gordo posado en lo alto de un árbol. Razzgo contempló el cielo que se filtraba a través de las copas de unos cedros y sintió el deseo de caminar en el aire.

      De pronto percibió un tenue chasquido que lo puso en guardia. Su instinto le dijo que estaba frente a un gran peligro. Descubrió en fracciones de segundo una oscilante línea roja, un afilado punto de luz y un puño cerrado de manchas. Apenas tuvo tiempo de proteger sus espaldas contra un tronco y de esquivar el zarpazo del tigre tuerto.

      —¿Por qué me agredes? —preguntó Razzgo.

      —Cállate y pelea —vociferó Argg.

      —No te he hecho nada.

      —Un tigre herbívoro no merece vivir.

      —¿Por qué?

      —Por herbívoro.

      —Esa no es ninguna razón.

      —No he venido a discutir contigo sino a eliminarte.

      Argg se le abalanzó con toda su fuerza. Razzgo lo eludió al mismo tiempo que lo golpeaba con el revés de su garra. El tigre tuerto cayó entre la hojarasca. Se incorporó con presteza y con su único e iracundo ojo observó al joven tigre.

      —Eres hábil pero de nada te servirá —rugió.

      —No quiero pelear con mis hermanos. Mi propósito es vivir en paz —dijo Razzgo.

      —¿Hermanos? ¿A quién te refieres? Yo no soy tu hermano. Los otros tigres tampoco. No perteneces a nuestra familia.

      —¿Por qué no?

      —¿Y todavía lo preguntas?

      —Soy un tigre —exclamó Razzgo.

      —Has dejado de serlo.

      —¿Por qué?

      A modo de respuesta, Argg dio un gran salto y le causó a Razzgo una larga herida en el costado. La sangre empezó a manar a borbotones.

      —Qué sorpresa —gritó Argg.

      El ojo tuerto parecía reír.

      —No creí que tuvieras sangre en el cuerpo sino savia de verdolaga.

      —Déjame ir, Argg.

      —¿Que te deje ir?

      —No deseo hacerte daño.

      —No seas iluso. No ha nacido quien se pueda enfrentar al viejo Argg, y menos una criatura comedora de hierba, como tú.

      Argg disparó sus garras. Razzgo detuvo los golpes, lanzó su cuerpo contra su adversario y juntos rodaron a un profundo abismo que ocultaba la maleza. Se escucharon unos rugidos tan espantosos, unos gritos de tigre tan terribles, que un colibrí, presa del pánico, se cristalizó sobre una rama y se volvió cogollo, un riachuelo se secó cuando sus aguas huyeron espantadas, unas nubes negras cayeron como trapos sobre los árboles, y a un caracol se le volvió polvo la concha.

      Luego se precipitó un silencio total. La selva se quedó muda y el aire sordo.

      Momentos después, un moscardón que se había quedado paralizado en el cielo reemprendió el vuelo y la selva recuperó su voz.

      En el fondo del abismo yacían Razzgo y Argg. El viejo tigre respiraba con dificultad.

      Razzgo lo observó con atención y se dio cuenta de que Argg, al golpearse con una estaca, había perdido el ojo que le quedaba.

      El sol se marchó y le dejó su lugar en lo alto de los árboles a una luna que iluminaba la floresta.

      —Vamos, Argg. Sé cómo salir de aquí. Te voy a guiar hasta tu madriguera.

      —Vete, no quiero favores.

      —Estás ciego.

      —Eso es problema mío. No te incumbe.

      —Claro que me incumbe.

      —Ahora soy yo el que pregunta por qué.

      —En los momentos de desgracia tenemos que ayudarnos.

      —Ni acepto ni necesito tu ayuda.

      —Te equivocas.

      —Vete. Lo único que siento es haberle fallado a los tigres que me contrataron para acabar contigo.

      Argg se echó pesadamente. Razzgo hizo lo propio. La noche siguió creciendo. Un pájaro nocturno cantó una melodía muy antigua y un pueblo de mariposas pareció posarse por un momento en la mejilla de la luna.

      Por СКАЧАТЬ