Polvo y decadencia. Jonathan Maberry
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Название: Polvo y decadencia

Автор: Jonathan Maberry

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Ruina y putrefacción

isbn: 9786075573465

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СКАЧАТЬ ignoró la sugerencia.

      Ruina era peligrosa e insegura, y todos con los que había hablado en el pueblo decían que nunca nadie que hubiera ido más allá del parque Yosemite había regresado. Nix quería cruzar el país, si eso implicaba encontrar el avión. También Tom, y Lilah.

      Observó fijamente sus ojos castaños y analizó la duda y el miedo que encontró en ellos.

      —Vaya héroe —suspiró—. Vaya leyenda.

      Nix pensaba que estar en el pueblo era vivir asfixiados y morir prisioneros entre muros, y no estaba del todo equivocada. Casi todos en Mountainside temían a Ruina con un miedo cerval, un temor tan profundo que casi nunca mencionaban lo que había más allá de la alta cerca que los protegía de las amenazas del exterior. Unos pocos salían a visitar otros pueblos, claro, pero incluso entonces viajaban en carretas reforzadas con láminas de metal y las cortinas corridas para bloquear toda vista de Ruina. Solamente los conductores y sus guardias cazarrecompensas iban fuera del vagón. Benny imaginaba que hasta en inicios de primavera esas carretas tenían que ser enfermizamente calurosas, pero los viajeros parecían preferir esa incomodidad sobre el aire fresco que entraría si abrieran la ventana para contemplar el mundo real. Eso hacía enloquecer a Benny. Se preguntaba lo que pensaría la gente dentro de aquellos vagones fuera de la cerca. ¿Apagarían simplemente su capacidad de razonar? ¿Se sedarían para dormir durante todo el trayecto? ¿O su negación era tan completa que de algún modo veían el entrar y salir de esas cerradas carretas como si atravesaran un portal dimensional? Quizá para ellos sencillamente no había nada en medio.

      Era como una plaga, pero diferente a la que había destruido el mundo. Ésta era una pandemia emocional que cegaba los ojos y ensordecía los oídos y oscurecía la mente, de modo que no existía otro mundo que el que poblaba el interior de cada pueblo amurallado.

      La mayoría de la gente había dejado de hablar sobre la Primera Noche desde hacía mucho tiempo; y aunque nadie lo decía en voz alta, quedaba claro que todos ellos sentían que esa gente sólo estaba esperando a que todo terminara. La sociedad había colapsado, el ejército y el gobierno habían desaparecido, casi siete mil millones de personas habían muerto y la plaga zombi seguía avanzando con contundencia. Ellos sabían que los ciudadanos de Mountainside pensaban que el mundo había terminado y que lo poco que quedaba era sólo el reloj avanzando para llegar al inevitable silencio final.

      Era un pensamiento horrible, y hasta la gran pelea en el campamento de Charlie el año anterior, Benny había estado tan determinado como Nix en querer liberarse de ese pueblo y encontrar otro lugar donde la gente quisiera sentirse viva. Un lugar donde la gente creyera que había un futuro.

      Entonces ocurrió el enfrentamiento. Benny fue obligado a matar.

      Matar.

      Personas.

      No solamente zoms.

      ¿Cómo iba eso a abrirle una puerta hacia el futuro?

      Quedaba tan poca gente viva. Apenas treinta mil en California, y no había modo de saber si había más en algún otro lado. ¿Cómo iban los asesinatos a incrementar esa cifra? Era absurdo.

      Ahí, solo y mirando a los ojos a la persona en que se estaba convirtiendo, pudo Benny admitir ante sí la verdad:

      —No quiero hacerlo.

      Su imagen en el espejo y su voz interior repitieron esa verdad, palabra por palabra. Estaba totalmente convencido.

      Benny se vistió, bajó las escaleras y permaneció largo tiempo mirando el mapa del condado de Mariposa y del Parque Nacional de Yosemite. Oyó voces, se acercó a la puerta trasera y escuchó. Tom estaba en el jardín, hablando por encima de la cerca con el alcalde Kirsch y el capitán Strunk. Benny entreabrió la puerta para escuchar mejor lo que decían.

      —No son sólo unas cuantas personas, Tom —dijo el alcalde—. Todos están hablando de eso.

      —No es un secreto, Randy —dijo Tom—. Desde Navidad han sabido que partiría.

      —Ése es el punto —replicó el capitán Strunk—. Los exploradores y los comerciantes dicen que un montón de personajes de apariencia ruda han estado moviéndose al área desde que Charlie murió.

      —Todos en Ruina son personajes de apariencia ruda. El territorio lo exige.

      —Vamos, Tom —dijo Strunk, irritado—, no finjas que no entiendes lo que digo. Y no finjas que no conoces la influencia que tienes en Ruina. No habrá ley allá afuera, pero cuando salías a tus habituales trabajos de cierre, la mayoría del comercio irregular tendía a comportarse.

      Tom rio.

      —Como si eso fuera posible.

      —No es broma —continuó Strunk—. La gente del pueblo te respeta, aunque la mayoría no lo externe…

      —O no pueda hacerlo —acotó el alcalde.

      —… y allá en Ruina tú eres una fuerza que hay que tener en consideración.

      —Yo no soy ningún alguacil —dijo Tom con un cómico acento del Viejo Oeste.

      —Pero podrías serlo —sentenció Strunk—. Podrías reclamar mi puesto en cualquier momento que lo desearas.

      —No gracias, Keith, tú eres la ley aquí, y haces un gran trabajo.

      —De nuevo, ése es mi punto —continuó Strunk—. Tú sabes que yo nunca pondré un pie fuera de esa cerca. De ninguna manera.

      —En pocas palabras —espetó el alcalde—, ambos creemos que una vez que te marches, la parte circundante de Ruina será tierra de nadie. Los comerciantes serán asaltados, y si los cazarrecompensas se agrupan sin alguien que signifique un contrapeso para sus fuerzas, muy pronto pasarán a controlar este pueblo. Y quizá todas las villas cercanas.

      Se produjo un breve silencio, y después Benny escuchó que Tom suspiraba.

      —Randy, Keith… Entiendo la situación, pero ya no es mi problema. Como recordarán, yo propuse una milicia para rondar Ruina. Hice recomendaciones específicas para una fuerza autorizada por el pueblo que vigilara el territorio circundante y las rutas comerciales. ¿Hace cuánto fue eso? ¿Ocho años? Continué recomendándolo cada año desde entonces.

      —Bien, de acuerdo —gruñó el alcalde Kirsch—. Arrojárnoslo en la cara no ayudará a encontrar una respuesta ahora.

      —Lo sé, Randy, y no quiero parecer un cretino… pero me iré la próxima semana. Y no voy a volver. No puedo ser yo quien resuelva todos sus problemas. No esta vez.

      Ambos hombres comenzaron a arengar a Tom, pero él los despidió con un ligero movimiento de mano.

      —Si se hubieran tomado la molestia de leer mi propuesta en su momento —dijo—, habrían visto que hice muchas recomendaciones sobre cómo operar un cuerpo de defensa. No todos los cazarrecompensas son como Charlie. Hay algunos en los que se puede confiar. Cierto, son sólo un puñado, pero yo confío plenamente en ellos —empezó a contar con los dedos mientras enlistaba sus nombres—: Solomon Jones, Sally Dosnavajas…

      Enunció al menos veinte nombres.

      —Oh, СКАЧАТЬ