Las principales ciudades vieron nacer decenas de lugares en los que el rock encontró su refugio de las balas y las bombas. Allí nacieron las grandes bandas de los noventa en Colombia, muchas de las cuales hoy continúan liderando un movimiento que lucha por sobrevivir ante las arremetidas de las nuevas tendencias.
De cualquier modo, resulta fundamental entender que la violencia no fue el único detonante para los grandes cambios que vivió la música popular en Colombia durante la última década del siglo XX. Los noventa estuvieron marcados por una serie de hitos que transformaron definitivamente el panorama musical, no solo en términos estéticos, sino de industria, de públicos y formas de difusión, entre otros.
Un aspecto fundamental, cuya influencia se evidenciará más adelante, estuvo presente en la Constitución Política de 1991, que proclamó a Colombia como una nación en la que el Estado debe reconocer y proteger la diversidad étnica y cultural.
La Asamblea Nacional Constituyente de 1991 contó con dos constituyentes indígenas y visibilizó el carácter multiétnico y pluricultural de nuestra nación. A pesar de lo que evidencian las dolorosas realidades que vemos diariamente, la nueva Constitución representó un avance muy importante al abrir espacios para los derechos de los indígenas, afrodescendientes y demás grupos étnicos. La ley nos decía expresamente que éramos mestizos, negros, mulatos, criollos e indios. Entre otras cosas, esto cambió un poco el paisaje del Congreso, y vimos por primera vez a algunos parlamentarios que no se vestían como Alberto Santofimio.
No pretendemos asegurar que estos cambios influyeran en la música con una relación de causalidad directa, pero es posible que sí hayan tenido una incidencia en el espíritu del país. De cualquier modo, el mestizaje y el reconocimiento de nuestras raíces e identidades se vieron claramente reflejados en muchas de las manifestaciones artísticas más relevantes de los noventa.
Otro hecho fundamental, que aparentemente no tiene nada que ver con la música, fue la apertura económica que empezó a implementarse definitivamente en 1990. Las importaciones se encontraban muy restringidas y gravadas con aranceles altísimos que se fueron desmontando poco a poco, en un proceso que para algunos desestabilizó la economía colombiana, afectó profundamente el campo y elevó las cifras de desempleo. Más allá de estas discusiones, que superan ampliamente las capacidades de quien escribe este capítulo, la cosa era más o menos así: conseguir los instrumentos musicales y los equipos necesarios para tocar y producir rock profesionalmente era algo casi imposible. Los costos eran elevadísimos, y el acceso a, por ejemplo, una batería estaba reservado a personas de clases altas o a quienes contaban con la posibilidad de viajar al exterior. Durante años era frecuente encontrar baterías hechas con canecas y radiografías templadas, dotadas con platillos de banda de guerra. Rodrigo Mancera (Morfonia, Bloque, Supervelcro) recuerda que él mismo hizo su primera guitarra eléctrica, y Jota García (Ciegossordomudos, Compañía Ilimitada, Soonorama, Tequendama) aprendió de su maestro cubano a hervir en agua las cuerdas del bajo para que recuperaran el sonido que iban perdiendo con el tiempo.
Con la apertura económica, se fue haciendo más cómodo el acceso a instrumentos, equipos, discos, revistas, ropa y accesorios, todos ellos indispensables para cualquiera que quisiera vivir la experiencia del rock en toda su magnitud.
Por otro lado, y viendo las cosas más allá de los gustos personales, que de eso no se trata, resulta fundamental reconocer el papel que desempeñaron Carlos Vives y Aterciopelados en nuestra cultura popular noventera, con un impacto que seguimos sintiendo casi tres décadas más tarde.
Tras triunfar cantando los vallenatos clásicos de Rafael Escalona en la telenovela homónima de Caracol, Vives decidió darle una mirada moderna al vallenato tradicional incorporando baterías, sintetizadores y guitarras eléctricas junto a músicos formados en el rock y el jazz. Era un camino consecuente con la historia personal del samario, fanático de Charly García y Fito Páez, y devoto de Distrito Especial, una banda cuya influencia ha reconocido siempre.
La polémica entre los puristas fue tan grande como el éxito del proyecto, que fue rechazado por la programadora de Escalona (1991) y acogido por Sonolux, la casa disquera de la competencia. Clásicos de la provincia (1993) vendió cientos de miles de copias, y se convirtió casi en parte de la canasta familiar colombiana, con lo que se logró que el vallenato fuera aceptado en muchos entornos que antes lo descalificaban de manera peyorativa, racista y elitista.
Sin importar las críticas que han recibido sus más recientes propuestas musicales o sus relaciones con la dirigencia política, a Vives le debemos que Colombia haya aceptado buena parte de su idiosincrasia. Gracias a él los medios masivos nos permitieron escuchar el trabajo de gente como Ernesto “Teto” Ocampo, Pablo Bernal, Iván Benavides, Mayté Montero, Richard Blair, Egidio Cuadrado, Carlos Iván Medina, y muchos otros. Gracias a su generosidad tuvimos al Bloque de Búsqueda, una banda inigualable que mereció mejor suerte y una vida más larga.
Por su parte, Aterciopelados logró que el rock, el punk y el pop cohabitaran con las estéticas populares de nuestros barrios, gritando al mundo que no teníamos por qué avergonzarnos de nuestras maltrechas avenidas, de los stickers que adornaban las busetas, de los boleros que aprendimos a escuchar junto a nuestras madres, ni de “La cuchilla” que conocimos gracias a Nelly y Fabiola, Las Hermanitas Calle. Andrea Echeverri y Héctor Buitrago nos ayudaron a superar unos cuantos complejos y prejuicios para mostrarnos muchas de las cosas que tenemos en común.
Tal vez la Sierra Nevada de Santa Marta no representaría lo que hoy representa si Vives no le hubiera cantado como le cantó o si no la hubiera puesto en la carátula de La tierra del olvido (1995). Es probable que a él le debamos el respeto que hoy sentimos por las mochilas arhuacas o los sombreros vueltiaos de cartón en “la hora loca” de los matrimonios. También le debemos el tropipop, pero esa es harina de otro costal.
A Héctor y Andrea les debemos el rescate del sumercé y que San Victorino haya aparecido en MTV. Les debemos “Bolero falaz” (1995), una joya de innegable mestizaje que se convirtió en la canción de rock colombiano más importante de nuestra historia.
Cuando las grandes disqueras y los medios vieron el impresionante éxito obtenido por Carlos Vives, se volcaron obviamente a buscar a su sucesor, y grandes dieron palos de ciego en su búsqueda. En ese proceso, vimos cantar a Tulio Zuluaga, Moisés Angulo, Aura Cristina Geithner, Marbelle, Marcelo Cezán, Iván y sus Bam Bam, Luna Verde, Caramelo, y muchos más. También vimos surgir a Shakira con sus Pies descalzos (1995).
¿Y qué tiene que ver el rock ahí? Pues que todos esos proyectos necesitaban músicos, y los encontraron precisamente en las bandas de rock que estaban presentándose en los bares de nuestras ciudades principales. Esto permitió que por primera vez muchos de estos rockeros tocaran profesionalmente ante grandes públicos, que grabaran en estudios importantes y aprendieran todo lo que nunca iban a aprender en la tarima de un bar frente a veinte personas.
Al mismo tiempo, el mundo veía cómo la industria musical encontraba en los marginados una verdadera mina de oro; los sonidos de Seattle, el rap, el trip-hop, el rock industrial, el gótico, el rap metal y otros estilos se masificaban y dominaban los espacios que antes estaban reservados para artistas hechos con moldes obsoletos. El world music, impulsado por Peter Gabriel, también se hizo muy visible y tuvimos más razones para acercarnos a las fusiones sonoras. Richard Blair, ingeniero de sonido de Gabriel en los estudios Real World, vino a Colombia a trabajar con Totó la Momposina, y terminó trabajando con Aterciopelados, La Derecha y Carlos Vives, entre otros. Cuando muchos vieron que este inglés valoraba enormemente lo que se hacía acá, sintieron que ahora sí tenía sentido apostar por lo que antes les parecía tan poca cosa. Han pasado veinticinco años, y a Blair le sigue sorprendiendo que seamos así.
Poco a poco, las СКАЧАТЬ