Cómo entender la economía del Ecuador 1965-2017. Franklin Maiguashca
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      Ante la diversidad de economías que se encuentran, tanto en el cuadro 1.1 como en el resto de los países del mundo, al responder la pregunta sobre cuál es la disciplina del conocimiento humano que tiene como tarea primordial entenderse con el estudio de todas ellas, se encuentra una respuesta tradicional que, desafortunadamente, deja por fuera los componentes fundamentales de esas “arquitecturas”.

      La definición tradicional que se ha difundido desde hace mucho tiempo y que se encuentra en cualquier texto introductorio dice, en palabras más palabras menos, que la Economía estudia la asignación de recursos escasos para producir y distribuir los bienes y servicios requeridos para satisfacer las necesidades de las personas. Tiene la singular ventaja de tener especial consonancia con los sistemas de mercado que forman parte integral de las economías mixtas que predominan en prácticamente todas las naciones del mundo; pero que, al carecer de componentes culturales, históricos y ecológicos, ha hecho que, con frecuencia, no pocos estudiosos de esta disciplina desarrollen su trabajo bajo el criterio de que el objeto de su dedicación es de “talla única” y que, en casos extremos, hasta toman la forma de un arquetipo.

      De todos modos, postulamos para nuestros propósitos que la definición tradicional de Economía es un buen punto de partida. Consideramos que es menester dotarla de componentes que llenen los vacíos anteriormente anotados. Por consiguiente, en este libro utilizaremos la siguiente definición de la disciplina:

      La Economía estudia cómo los grupos humanos se organizan para producir y distribuir los bienes y servicios requeridos para atender las necesidades de su gente dentro de contextos conformados por sus realidades ecológicas, tecnológicas, sociales e históricas.

      Ampliaremos los alcances de esta definición en el capítulo siguiente.

       ¿QUÉ ES LA ECONOMÍA?

      Hace tiempo que la Economía está sumida en una crisis de identidad de la cual aún no ha encontrado la manera de salir. Es más, se puede decir que ha recrudecido en los últimos años.

      El desastre financiero ocurrido en 2008 constituye en la historia la mayor calamidad económica que ha vivido el mundo desde la Gran Depresión de los años treinta. Se desató en los Estados Unidos con el colapso del mercado de créditos hipotecarios, que trajo como secuelas crisis sin precedentes en el sistema bancario y en las bolsas de valores. Estas crisis estuvieron acompañadas por desplomes drásticos en la economía y por alzas dramáticas en los niveles de desempleo, especialmente de los jóvenes, tanto en ese país como en Europa. Al episodio como un todo se lo conoce como la Gran Recesión, porque las cuantiosas intervenciones, aunque insuficientes, de los bancos centrales y de los gobiernos evitaron que se convirtiera en la “madre de las depresiones”.

      Desafortunadamente, alrededor del mundo, la Economía y el desempeño de los economistas en esta prueba de fuego quedó en entredicho. Así lo demuestran los titulares de cinco publicaciones de circulación internacional que, a pesar de su reducido número, grafican esta imagen en desmedro.37

      Consideremos el egregio episodio tras lo sucedido cuando se otorgó el premio Nobel de Economía a Eugene Fama y a Robert Schiller en 2014. Mientras Fama es mundialmente conocido, desde hace años, por ser uno de los expositores más distinguidos de la hipótesis que sostiene que el mercado en su conjunto nunca se equivoca, Schiller la ha calificado “como el error más sorprendente en toda la historia del pensamiento económico”. Es más, Schiller acertó en predecir la gestación y el estallido de la burbuja en los precios de las viviendas que precipitó la crisis de 2008. Fama confesó, en una entrevista pública, que ni siquiera sabía que era una burbuja, en momentos en que la economía mundial estaba inmersa en una de las más grandes de la historia.

      No deja de ser un misterio cómo el Comité del Nobel llegó a tan curiosa decisión.38 Pero no para George Cooper, según el cual los conflictos internos en la Economía han estado latentes desde hace unos cien años. Lo que pasa es que, a esta fecha, estas diferencias se han vuelto casi irreconciliables. Se ha llegado al punto en que dos economistas frente a un determinado problema estén enteramente de acuerdo con el tipo de datos con los cuales hay que trabajar pero que, según las preconcepciones doctrinarias que profesen, estén totalmente en desacuerdo sobre lo que estos significan y sobre lo que hay que hacer al respecto. En términos generales —dice Cooper—, los síntomas que sugieren la existencia de este desbarajuste son:39

      1.Hay por lo menos siete escuelas de pensamiento en diferentes grados de tensión entre ellas: la neoclásica, la austríaca, la monetarista, la keynesiana, la marxista, la de la economía del comportamiento y la institucionalista.

      2.Entre varias de ellas hay diferencias fundamentales sobre el objeto y el método de la Economía, pero el grado de incompatibilidad es tal que aun en las instancias en las que hay coincidencias de criterios estas no son reconocidas como tales.

      3.Los modelos matemáticos que utilizan los economistas están proliferando y su complejidad es cada vez mayor, a pesar de esto, no es obvio que su capacidad predictiva esté mejorando.

      4.Hay varias escuelas importantes que, en vez de tratar de construir modelos de la economía real, buscan hacer que esa economía se acomode a los modelos de sus preferencias.

      5.La hegemónica escuela neoclásica se construye sobre axiomas que ya han sido refutados por otras disciplinas, en tanto que casi todas las escuelas heterodoxas también se apoyan en argumentos defectuosos.

      6.Las diferentes escuelas no son consistentes a lo largo del tiempo: se mueven según los dictados de las modas de turno.

      7.Finalmente, hay preguntas cruciales a las que no se les presta atención y, en algunas áreas importantes ni siquiera se las formula; hay una tendencia nada científica de dejar a un lado las preguntas difíciles que no calzan con los paradigmas de turno.

      Dicho lo anterior, conviene tener claro, primero, tal como lo ilustra la metáfora, que una vez que hemos dispuesto del agua con la cual acabamos de bañar al bebé, hay mucho de vitalidad y de promesa en lo que queda en la bañera; y, segundo, que al tenor del memorial de agravios que se acaban de enumerar, han entrado en evidente crisis, y en buena hora, las arrogancias ofensivas que desde hace rato han estado presentes en los pronunciamientos y acciones de profesionales que desafortunadamente gustan de hacer gala de estos comportamientos.

      Así las cosas, la respuesta al interrogante que se plantea en este capítulo empieza en la sección siguiente. A manera de explicación de por qué nos hacía falta la “definición ampliada”, se comenta sobre algunos de los alcances e implicaciones, tanto conceptuales como prácticos, que se atribuyen a dicha definición. En seguida, se pasa revista a algunas de las dicotomías más protuberantes que están detrás de los distanciamientos que alejan a las diferentes escuelas, para luego cerrar el capítulo con ejemplos concretos de arrogancias ofensivas atemperadas con llamados a la humildad de sus colegas hechos por figuras como Keynes, Hayek, Drucker y Rodrik.

      Desde que Lionel Robbins la formuló en 1932, la definición tradicional de la disciplina, palabras más palabras menos, ha quedado así: “La economía es la ciencia que analiza el comportamiento humano como la relación entre unos fines dados y medios escasos СКАЧАТЬ