Название: Sherlock Holmes: La colección completa (Clásicos de la literatura)
Автор: Arthur Conan Doyle
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9782378078805
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—Es la letra de Porlock —dijo pensativo—. Me quedan pocas dudas de que sea su letra, aunque la haya visto sólo dos veces anteriormente. La e griega con el peculiar adorno arriba es muy distintiva. Pero si es Porlock, entonces debe ser algo de primera importancia.
Hablaba más consigo mismo que conmigo; pero mi incomodidad desapareció para dar lugar al interés que despertaron aquellas palabras.
—¿Quién es ese Porlock? —pregunté.
—Porlock, Watson, es un nom-de-plume, una simple señal de identificación; pero detrás de ella se esconde una personalidad deshonesta y evasiva. En una carta formal me informó francamente que aquel nombre no era suyo, y me desafió incluso a seguir su rastro entre los millones de personas de esta gran ciudad. Porlock es importante, no por sí mismo, sino por el gran hombre con quien se mantiene en contacto. Imagínese usted al pez piloto con el tiburón, al chacal con el león, cualquier cosa que sea insignificante en compañía de lo que es formidable: no sólo formidable, Watson, pero siniestro, en el más alto nivel de lo siniestro. Allí es cuando entra en lo que le estoy diciendo. ¿Me ha oído usted hablar del profesor Moriarty?
—El famoso científico criminal, tan famoso entre los maleantes como...
—¡Por mi vida, Watson! —murmuró Holmes en tono desaprobatorio.
—Estaba a punto de decir, como desconocido para el público.
—¡Un poco! En cierto modo —dijo Holmes—. Está desarrollando un inesperado pero cierto sentido agudo del humor, Watson, contra el que debo aprender a cuidarme. Pero al llamar criminal a Moriarty está expresando una difamación ante los ojos de la ley. ¡Y es precisamente allí donde yace la gloria y maravilla de esto! El más grande maquinador de todos los tiempos, el organizador de cada maldad, el cerebro que controla el sub-mundo, un cerebro que puede haber construido o destruido el destino de las naciones, ése es nuestro hombre. Pero tan lejos está de sospechas, tan inmune a la crítica, tan admirable en sus manejos y sus “actuaciones”, que por esas palabras que acaba de pronunciar, lo podría llevar a la corte y hacerse con su pensión anual como una reparación a su personalidad ofendida. ¿No es él el aclamado autor de Las Dinámicas de un Asteroide, un libro que asciende a tan raras cuestiones de matemática pura, que se dice que no hay individuo en la prensa científica capaz de criticarlo? ¿Es éste un hombre que delinque? ¡Doctor mal hablado y profesor calumniado, esos serían sus respectivos roles! Eso es ser un genio, Watson. Pero si soy eximido por gente de menor inteligencia, nuestro día seguramente vendrá.
—¡Espero estar ahí para verlo! —exclamé con devoción—. Pero estábamos hablando de este hombre, Porlock.
—Ah, sí, el así llamado Porlock es un eslabón en la cadena a poco camino de su gran obsesión. Entre nosotros, Porlock no es un eslabón real. Es el único defecto en esa cadena hasta donde he podido observarla.
—Pero ninguna cadena es más fuerte que su enlace más débil.
—¡Exacto, mi querido Watson! Aquí está la extrema importancia de Porlock. Guiado por aspiraciones rudimentarias hacia el derecho, y estimulado por un ocasional cheque por diez libras enviado para él a través de métodos indirectos, me ha dado una o dos veces información avanzada que ha sido de valor, del más grande valor, puesto que anticipa y previene más que vengar el crimen. No puedo dudar de ello, si tuviéramos la clave, encontraríamos que esta comunicación es de la naturaleza que digo.
Otra vez Holmes aplastó el papel contra su plato intacto. Yo me levanté e, inclinándome hacia él, observé detenidamente la curiosa inscripción, que decía lo siguiente:
534 C2 13 127 36 31 4 17 21 41
DOUGLAS 109 293 5 37 BIRLSTONE
26 BIRLSTONE 9 47 171
—¿Qué saca de esto Holmes?
—Es obviamente un intento de transmitir información secreta.
—¿Pero cuál es el sentido de un mensaje en cifras sin la clave?
—En este momento, no del todo.
—¿Qué quiere decir con “en este momento”?
—Porque hay muchos números que yo leeré tan fácil como la apócrifa al final de una columna de avisos: Medios tan crudos entretienen a la inteligencia sin siquiera fatigarla. Pero esto es diferente. Es claramente una referencia a las palabras de la página de algún libro. Hasta que me diga qué página y qué libro no puedo hacer nada.
—¿Pero por qué “Douglas” y “Birlstone”?
—Obviamente porque dichas palabras no están en la página en cuestión.
—¿Entonces por qué no ha indicado el libro?
—Su agudeza innata, mi querido Watson, esa astucia que es el deleite de sus amigos, lo prevendría de colocar la clave y el mensaje en el mismo sobre. En caso que se extravíe, estaría incompleto. Por ello, ambos deben ir por distintos rumbos antes que algún peligro los amenace. Nuestra segunda pista está atrasada, y estaría sorprendido si no nos trae o una explicación más detallada de la carta, o, lo que es más probable, el mismo volumen a lo que estos números se refieren.
Los cálculos de Holmes se realizaron en pocos minutos con la aparición de Billy, el botones, con la carta que estábamos esperando.
—La misma letra, —me indicó Holmes, al abrir el sobre— y esta vez está firmada —añadió con interés mientras abría la epístola—. Vamos, ya estamos llegando, Watson—. Sin embargo, su frente se nubló al fijarse en el contenido.
—¡Por Dios!, esto es muy decepcionante. Me temo, Watson, que todas nuestras expectativas chocaron con nada. Confió en que este hombre, Porlock, saldrá sin problemas de esto.
“Estimado Mr. Holmes [decía]:
No iré más lejos en el asunto. Es demasiado peligroso, el sospecha de mí. Puedo ver que él sospecha de mí. Vino inesperadamente luego de que escribiese la dirección en el sobre con la intención de enviarle la clave del cifrado. Fui capaz de esconderla. Si la hubiera visto, me hubiera ido realmente mal. Pero puedo leer la desconfianza en sus ojos. Por favor queme el mensaje en cifras, que ahora ya no puede ser útil para usted.”
“FRED PORLOCK”
Holmes se sentó por un momento retorciendo esta misiva entre sus dedos, frunciendo las cejas, mientras se detenía junto al fuego.
—Después de todo —dijo finalmente— puede que no haya nada en él. Puede ser sólo su conciencia culpable. Conociéndose a sí mismo como traidor, puede haber leído una acusación en los ojos de los demás.
—La otra persona a la que se refiere, presumo, que es Moriarty.
—¡Nada menos! Cuando cualquiera de esa sociedad habla de “él” uno sabe a quién se refiere. Hay un “él” predominante entre todos ellos.
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