Sherlock Holmes: La colección completa (Clásicos de la literatura). Arthur Conan Doyle
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Название: Sherlock Holmes: La colección completa (Clásicos de la literatura)

Автор: Arthur Conan Doyle

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9782378078805

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СКАЧАТЬ estábamos destinados a saber nada más, aunque pudimos deducir muchas otras cosas. No existía la menor posibilidad de encontrar huellas en el pantano, porque el barro que se alzaba con cada pisada las cubría rápidamente y, aunque las buscamos ávidamente cuando por fin llegamos a tierra firme, nunca encontramos ni el menor rastro. Si la tierra nos contó una historia verdadera, hay que creer que Stapleton nunca llegó a la isla que aquella última noche trató de alcanzar entre la niebla y en la que esperaba refugiarse. Hundido en algún lugar del corazón de la gran ciénaga, en el fétido limo del enorme pantano que se lo había tragado, quedó enterrado para siempre aquel hombre frío de corazón despiadado.

      En la isla del centro del pantano donde escondía a su cruel aliado hallamos muchos rastros de su presencia. Una enorme rueda motriz y un pozo lleno a medias de escombros señalaban la posición de una mina abandonada. Junto a ella se encontraban los derruidos restos de unas chozas; los mineros, sin duda, habían terminado por marcharse, incapaces de resistir el hedor apestoso que los rodeaba. En una de ellas una armella y una cadena, junto a unos huesos roídos, mostraban el sitio donde el sabueso permanecía confinado. Entre los demás restos encontramos un esqueleto que tenía pegados unos mechones castaños.

      —¡Un perro! —dijo Holmes—. Sin duda un spaniel de pelo rizado. El pobre Mortimer nunca volverá a ver a su preferido. Bien; no creo que este lugar contenga ningún secreto que no hayamos descubierto ya. Stapleton escondía al sabueso, pero no podía impedir que se le oyera, y de ahí los aullidos que ni siquiera durante el día resultaban agradables. En los momentos críticos podía encerrarlo en una de las dependencias de Merripit, pero eso significaba correr un riesgo, y sólo el gran día, la jornada en que Stapleton iba a culminar todos sus esfuerzos, se atrevió a hacerlo. La pasta que hay en esa lata es sin duda la mezcla luminosa con que embadurnaba al animal. La idea se la sugirió, por supuesto, la leyenda del sabueso infernal y el deseo de dar un susto de muerte al anciano Sir Charles. No tiene nada de extraño que Selden, aquel pobre diablo, corriera y gritara, como lo ha hecho nuestro amigo, y como podíamos haberlo hecho nosotros, cuando vio a semejante criatura siguiendo su rastro a grandes saltos por el páramo a oscuras. Era una estratagema muy astuta, porque, además de la posibilidad de provocar la muerte de la víctima elegida, ¿qué campesino se atrevería a interesarse de cerca por semejante criatura en el caso de que, como les ha sucedido a muchos, la viera por el páramo? Lo dije en Londres, Watson, y lo repito ahora: nunca hemos contribuido a acabar con un hombre tan peligroso como el que ahí yace —y extendió su largo brazo hacia la enorme extensión de la ciénaga, cubierta de manchas verdes, que se prolongaba hasta confundirse con el color rojizo del páramo.

      15. Examen retrospectivo

      En una fría noche de niebla, a finales del mes de noviembre, Holmes y yo estábamos sentados a ambos lados de un fuego muy vivo en nuestra sala de estar de Baker Street. Desde la trágica conclusión de nuestra visita a Devonshire, mi amigo se había ocupado de dos asuntos de extraordinaria importancia; en el curso del primero puso de manifiesto la conducta atroz del coronel Upwood en relación con el famoso escándalo de los naipes del Club Nonpareil, mientras que con motivo del segundo defendió a la desgraciada Mme. Montpensier de la acusación de asesinato que pesaba sobre ella en relación con la muerte de su hijastra, Mlle. Carère, una joven que, como se recordará, apareció seis meses más tarde en Nueva York, después de haber contraído matrimonio. Mi amigo se hallaba de excelente humor debido a los éxitos conseguidos en una sucesión de casos difíciles a la vez que importantes, y no me fue difícil empujarle a que repasara conmigo los detalles del misterio de Baskerville. Yo había esperado pacientemente a que se presentara la oportunidad, porque sabía muy bien que Holmes no permitía nunca la superposición de casos, y que su mente, tan clara y tan lógica, no abandonaba nunca el trabajo presente para ocuparse de recuerdos. Pero Sir Henry y el doctor Mortimer se hallaban en Londres, a punto de emprender el largo viaje recomendado al baronet para restablecer sus nervios destrozados, y nos habían visitado aquella misma tarde, lo que me permitió sacar a relucir el tema con toda naturalidad.

      —Desde el punto de vista de la persona que se hacía llamar Stapleton —dijo Holmes—, el plan que había urdido era de una gran sencillez, si bien para nosotros, que al principio carecíamos de medios para averiguar el motivo de sus acciones y sólo disponíamos en parte de los hechos, resultara extraordinariamente complejo. Yo he tenido además la suerte de hablar en dos ocasiones con la señora Stapleton, por lo que el caso está totalmente aclarado y no queda ya secreto alguno. En el apartado Bertha de la lista de mis casos, que llevo por orden alfabético, encontrará algunas notas sobre este asunto.

      —Quizá sea usted tan amable como para esbozarme de memoria el curso de los acontecimientos.

      —Claro que sí, aunque no le garantizo que conserve todos los datos en la cabeza. Es curioso cómo la intensa concentración mental consigue borrar el pasado. El abogado que cuando conoce un caso con pelos y señales es capaz de discutir con los expertos en el tema, descubre que le bastan una semana o dos de un trabajo nuevo para que olvide todo lo que había aprendido. De la misma manera cada uno de mis casos desplaza al anterior y Mlle. Carère ha desdibujado mis recuerdos de la mansión de los Baskerville. Mañana quizá se me pida que me ocupe de otro problema insignificante que, a su vez, eliminará a la hermosa dama francesa y al infame Upwood.

      Por lo que se refiere al caso del sabueso, le expondré lo más exactamente que pueda los acontecimientos y siempre podrá usted interrogarme sobre cualquier punto que haya olvidado.

      Mis investigaciones han demostrado sin lugar a dudas que el retrato familiar no mentía y que nuestro hombre era efectivamente un Baskerville, hijo de Rodger, el hermano menor de Sir Charles, que escapó, ya con una siniestra reputación, a América del Sur, donde se dijo que había muerto soltero. La verdad es que contrajo matrimonio y que tuvo un único hijo, nuestro personaje, que recibió el nombre de su padre, y que a su vez se casó con Beryl García, una de las beldades de Costa Rica; luego de robar una considerable suma de dinero del Estado, pasó a apellidarse Vandeleur y huyó a Inglaterra, donde creó un colegio en la zona este de Yorkshire. Su interés por este tipo particular de ocupación obedecía a que durante el viaje de vuelta a Inglaterra conoció a un profesor, enfermo de tuberculosis, cuya gran competencia profesional utilizó para que la empresa tuviera éxito. Pero al morir Fraser, el profesor, el colegio se desprestigió primero para caer después en el descrédito más absoluto, por lo que los Vandeleur juzgaron conveniente cambiar de nuevo de apellido, y así el hijo de Rodger Baskerville se trasladó, como Jack Stapleton, al sur de Inglaterra con los restos de su fortuna, sus planes para el futuro y su afición a la entomología. En el Museo Británico he podido saber que se le consideraba una autoridad en ese campo y que el apellido Vandeleur ha quedado identificado con cierta mariposa nocturna que él describió por vez primera durante su estancia en Yorkshire.

      Llegamos ya a la parte de su vida que ha resultado de tan gran interés para nosotros. Stapleton hizo sin duda investigaciones y descubrió que sólo dos vidas le separaban de una cuantiosa herencia. Creo que cuando se trasladó a Devonshire sus planes eran aún extraordinariamente vagos, aunque el carácter delictivo de sus intenciones queda de manifiesto desde el principio por el hecho de que hiciera pasar a su esposa por su hermana. La idea de utilizarla como señuelo estaba ya en su mente, aunque quizá no supiera aún con claridad cómo iba a organizar todos los detalles del plan. Al final del camino se hallaba la herencia de los Baskerville, y estaba dispuesto a utilizar cualquier instrumento y correr cualquier riesgo para lograrla. El primer paso fue instalarse lo más cerca que pudo de su hogar ancestral y el segundo cultivar la amistad de Sir Charles Baskerville y de sus vecinos.

      El mismo baronet le contó la historia del sabueso, preparándose, sin saberlo, el camino hacia la tumba. Stapleton, como voy a seguir llamándolo, sabía que el anciano estaba enfermo del corazón y que cualquier emoción fuerte podía acabar con él, información que le había facilitado el doctor Mortimer. También llegó a sus oídos que Sir Charles era supersticioso y que se tomaba muy en serio la macabra leyenda del sabueso. СКАЧАТЬ