Название: Imitación del hombre
Автор: Ferran Toutain
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Ensayo
isbn: 9788418236228
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Los cambios físicos que se operan en un organismo humano en razón de las circunstancias en que ese organismo se ve obligado a desarrollarse obedecen tanto a estímulos de carácter frívolo —el seguimiento de una moda o la simple voluntad de asimilarse a las personas que uno suele frecuentar— como a impulsos de supervivencia en situaciones de extrema necesidad. En estos últimos casos, la transformación es aún más poderosa, inevitable, absoluta. Condenado a una sentencia de muerte que afortunadamente no se llegaría a ejecutar, abocado a la experiencia de vivir entre condenados en una prisión de Málaga en la que tuvo que pasar tres largos meses de 1937, el escritor de origen húngaro Arthur Koestler dejó escrito, en Diálogo con la muerte, un testimonio de gran valor sobre la metamorfosis del hombre:
Los delincuentes del «patio bonito» eran en su mayor parte tipos duros. Se parecían entre ellos de una manera asombrosa, aunque no todos tuvieran la cabeza rapada ni llevaran uniforme. Se parecían como se parecen las parejas que llevan mucho tiempo casadas y como los viejos mayordomos se parecen a sus amos.
Solamente pasé tres meses en la cárcel, pero ese tiempo fue suficiente para darme una idea de la importancia de ese mimetismo. Desde el primer día sentí que, en vista de mi nueva situación, debía mostrar cierta actitud y, la primera vez que el guardia me puso una escoba en la mano, asumí sin pensarlo un aire de evidente incompetencia, por más que en mis largos años de soltería hubiera adquirido una buena habilidad para manejar la escoba. El papel que debía interpretar —el de un inocente en el extranjero— se me ocurrió de manera automática y, luego, se convirtió poco a poco, a lo largo de las semanas y los meses siguientes, en un personaje cuya interpretación no requería de grandes esfuerzos por mi parte. Pude observar en un ejemplo viviente la influencia biológica directa que ejerce ese fenómeno mimético de coloración protectora.
Culpable o inocente, el prisionero cambia de forma y de color, adoptando el patrón que más le conviene para asegurarse las mejores condiciones de vida animal en el marco del sistema carcelario. En el mundo exterior, ahora convertido en sueño, se lucha por hacer carrera, por el prestigio, el poder, las mujeres. Para un prisionero esas cosas son combates heroicos de semidioses del Olimpo. Aquí, entre los muros de la cárcel, se lucha por un cigarrillo, por el permiso de salir al patio, por poseer un lápiz. Es una lucha por cosas mínimas y sin valor, pero es una lucha por la supervivencia como cualquier otra. Con la diferencia de que el prisionero solo cuenta con un arma: la astucia y la hipocresía desarrolladas de modo instintivo. No le quedan más medios. El oído y el tacto se hacen más intensos en un hombre que ha quedado ciego; el prisionero no puede evolucionar más que en una sola dirección: la astucia. En el ambiente de invernadero del entorno carcelario no puede evitar esta transformación fatal de su personalidad. Siente que le crecen garras; una mirada furtiva y abatida, insolente y servil asoma en sus ojos. Sus labios se vuelven delgados, afilados, jesuíticos; su nariz, puntiaguda y dura, los orificios, céreos y dilatados; sus rodillas se comban, sus brazos se alargan y cuelgan como los de un gorila. Aquellos que sostienen las teorías raciales y niegan la influencia del medio en el desarrollo del ser humano deberían pasar un año en la cárcel y observarse todos los días en el espejo.36
IMITACIÓN DEL SUICIDIO Y EL ASESINATO. Siendo como es la imitación la fuerza mayor de todo cuanto constituye la naturaleza humana, su vigor no disminuye ni ante el suicidio ni ante el asesinato. Es bien sabido que la publicación, en 1774, de la obra de Goethe Las desventuras del joven Werther provocó una espectacular oleada de suicidios de adolescentes en todo el continente europeo. El libro, condenado por la Iglesia de Roma, fue prohibido en la mayoría de países católicos, y, en la segunda edición de 1781, Goethe se vio obligado, por presiones de su editor, a incluir al final unos versos dirigidos al lector por el fantasma de Werther y que acaban con la siguiente frase: Sei ein Mann, und folge mir nicht nach! («Sé un hombre y no me sigas»). Palabras sin duda muy necesarias aun cuando ser hombre signifique precisamente seguir al hombre.
Otro episodio de suicidios inducidos por imitación, de menor repercusión que el asociado a la publicación del Werther y mucho menos conocido que este pero bastante más difícil de comprender, tuvo lugar en el municipio de Las Heras, en la Patagonia argentina, hace poco más de quince años. Entre 1997 y 1999, un total de doce jóvenes de esa población se dieron muerte de manera encadenada y sin causa aparente. La periodista Leila Guerriero, que estudia el caso con todo detalle en el libro Los suicidas del fin del mundo, resume así las conclusiones de los investigadores: «Los expertos de UNICEF y de Poder Ciudadano “no hallaron un patrón común acerca de la causa”, aunque sí respecto al procedimiento empleado, lo cual habla de conductas imitativas».37
No hay que perder de vista que se trata de un fenómeno aislado y que, si se habla de él, es precisamente por su rareza. Lo único que indica es que, en determinadas circunstancias, el ser humano puede dejarse seducir por los modelos que se proponen a sus ansias de imitación y seguirlos hasta las útimas consecuencias, incluso cuando esas consecuencias impliquen renunciar a la propia vida. Una tendencia mucho más habitual e inquietante que la del suicidio mimético es la del asesinato mimético. Dice Ernst Jünger en el ensayo Sobre la línea: «El que los hombres con historial criminal se vuelvan peligrosos es menos preocupante que tipos que uno ve en cada esquina de la calle y detrás de cada ventanilla entren en el automatismo moral».38 El automatismo moral al que se refiere Jünger —un concepto muy próximo al que Hannah Arendt llamó banalización del mal— es, como toda conducta irreflexiva, una pura manifestación del impulso imitativo. Cuando los valores que rigen un determinado movimiento incluyen la posibilidad de matar, esa posibilidad se cumple con la misma tranquilidad de espíritu con que se siguen las modas y las convenciones. Lo hemos podido comprobar una y otra vez en las situaciones revolucionarias y en los estados de plena locura social, como los de Oriente Próximo, Irlanda del Norte o el País Vasco, y, cuando se producen esas matanzas ideológicas, siempre hay alguien dispuesto a teorizar sobre su necesidad o cuando menos sobre su justificación o explicación —normalmente con juegos de prestidigitación intelectual tendentes a hacer creer que las cosas no son nunca lo que son—, apelando a supuestas injusticias históricas o a ciertos valores irrenunciables que a menudo no responden sino a prejuicios cultivados durante años por la lógica de la imitación. Ese razonamiento de círculo vicioso, uno de los lugares comunes más ridículos y al mismo tiempo más tenebrosos del mundo en que vivimos, es aún de uso muy frecuente en la sociedad contemporánea: si se está dispuesto a morir y matar por unos determinados valores, es que esos valores son de importancia vital, y, si son de importancia vital, no hay que extrañarse de que quienes los sostienen estén dispuestos a morir y matar para defenderlos. En un artículo de una socióloga publicado en una revista de pensamiento encuentro, por ejemplo, el siguiente comentario: «La definición de unos valores propios y diferenciados es tan importante e indispensable para el ser humano como lo son la comida y el agua. No olvidemos que, en muchos momentos del pasado y del presente, muchos seres humanos han preferido la muerte a la renuncia o la violación de sus propios valores».39 Por supuesto, siempre resulta más presentable decir que se prefiere morir que no que se prefiere morir y matar, pero lo que se considera más importante que la propia vida no se puede considerar menos importante que la vida de los demás, y la historia humana abunda más en ejemplos del segundo caso que del primero.
NOTAS
* De procedencia muy probablemente occitana y que, en honor a los trovadores catalanes del Medievo que componían sus poemas en esa lengua, se usó en los juegos florales de la Renaixença —el movimiento romántico en el que cabe situar los orígenes del nacionalismo catalán— para distinguir a los poetas premiados, los cuales recibían el título de Mestre en Gai Saber, circunstancia que contribuía enormemente a la irritación de aquel individuo.
** La calle de Petritxol, СКАЧАТЬ