Compadre Lobo. [Gustavo Sainz
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Название: Compadre Lobo

Автор: [Gustavo Sainz

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Biblioteca Gustavo Sainz

isbn: 9786077640141

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СКАЧАТЬ esperando… —rugía con labios apretados.

      Una noche se presentó la madrastra de Amparo Carmen Teresa Yolanda en El Chivo Encantado.

      —¿Qué deseaba? —preguntó la abuela de las doscientas enaguas.

      —Quiero hablar con Lobo. ¿Es su nieto? —Todo en ella era falaz e irritante—. ¿No lo quiere llamar, por favor?

      Lobo apareció relamiéndose e introduciendo los dedos en los cabellos hirsutos y negros.

      —Dígame, señora…

      —Ven conmigo, niñito.

      Cruzaron hasta el otro lado de la calle ante la mirada atónita de la abuela.

      —Óyeme, Lobo, fíjate que no estoy dispuesta a que hables con mi hija, en la escuela o donde sea, no me importa pero no quiero que vuelvas a verla ni a cruzar palabra con ella. ¿Entendido?

      Los domingos pedía dinero en la iglesia y le hablaba con la voz que usaba para pedir.

      Ni una, pero ni una palabra más con ella. ¿De acuerdo?

      Lobito no quería problemas, elegiría otras amistades, pero al mismo tiempo cierta sexualidad lo reclamaba, ávida e insaciable.

      —¡Nunca más! ¿Entiendes? —La madrastra se agitaba cada vez peor. Parecía tener un cangrejo en la cabeza.

      —Sí, señora, claro, señora, lo que usted diga, señora…

      En El Chivo Encantado la abuela de las doscientas enaguas se remangaba la blusa. Había hecho a un lado el delantal y se había quitado los aretes…

      De pocas cosas tenía más miedo Lobo…

      —Compermiso, señora, no tenga usted cuidado, no se preocupe —sin quitar los ojos de la abuela, realmente asustado—, compermiso… —Y corrió hasta la tienda.

      —Oye, hijo —tronó la abuela—, ¿qué tanto te manotea esa pinche vieja, qué trae contigo?

      Lobo se restregaba contra su abuela como un gato. Si la azuzara, llorando, por ejemplo, la vería arremeter contra la mujer esa, golpearla y arrastrarla de los cabellos… Al final las arrastraba de los cabellos… De otra manera no quedaba conforme…

      En casa de Amparo Carmen Teresa Yolanda, el día que cumplía años, todos los invitados interrumpieron su conversación cuando entramos. La festejada se puso de pie y se acercó vacilante, con la dificultad y embarazo propios de haber tomado la iniciativa.

      —No los esperaba —balbuceó en tono casi inaudible, y un poco más alto y como exhibiendo su seguridad en público por primera vez—, no, pues este, no sé —desgarrada por la angustia, la esperanza, el temor y la orgullosa incertidumbre de sus quince años. Y dirigiéndose a mí en especial—: ¿No te parezco bonita?

      Su madrastra apareció y se precipitó hacia nosotros.

      —¿Quién los invitó? Me hacen el favor de irse inmediatamente.

      Al mismo tiempo un grupo de hombres jóvenes se acercaba.

      —Sí, ¿a ustedes quién los invitó?

      —Pues qué chingados les importa —respondió el Ganso, empujándolos.

      —Agárrense el pastel —gritó el Mapache.

      —¡Aguas con ese buey!

      Siguieron otros empellones y gritos destemplados.

      —¡Sálganse para afuera, hijos de la chingada!

      —Pues métanse para adentro, cabrones.

      Amparo Carmen Teresa Yolanda parecía ahogarse de furia. Sus hermanas intervenían con vestidos acampanados y peinados estrafalarios mezclándose entre unos y otros, evitando que aquello se convirtiera en una disputa violenta.

      —¡Váyanse por Dios! —rogaban—. Por favor, por lo que más quieran…

      Amparo Carmen Teresa Yolanda tuvo un gesto inesperado de zozobra y desesperación, y volviéndose, corrió escaleras arriba…

      Tomé del brazo a una de las hermanas.

      —Déjame —dijo, sofocando un sollozo ronco y al mismo tiempo esquivándome para que un cadete del Colegio Militar me empujara.

      Nos arrojaron a la calle brumosa y ultraterrena, donde el frío implacable, crudo y cruelmente penetrante se introducía entre la ropa calando los huesos. Lobo y el Ratón Vaquero fueron por piedras y las arrojamos contra la puerta, que era de lámina, produciendo un sonido ensordecedor. Salían los invitados más valientes y huíamos entre risas y palabras al amparo de esa noche cómplice, para atacarlos con mayor violencia apenas cerraban. Algo sutilmente privado de sentido se animaba cuando la noche se nos ofrecía de esa manera, disponible e interminable. El frío lastimaba como millares de agujas, y pese a eso, golpeando los pies ateridos contra el suelo, agitando los brazos endurecidos y soplándonos vigorosamente en los dedos para devolverles un poco de calor, arrojamos piedras y botes, golpeamos con palos y a patadas la puerta cada vez más endeble, y corrimos siempre que salían los cadetes, primos y amigos de ellas cada vez más enardecidos y desconcertados.

      Toda esa noche estuvimos entregados a las formas nocturnas que organizan la violencia y el miedo.

      Frecuentábamos el gimnasio Gloria. El papá del Ratón Vaquero era boxeador.

      —¿Me ayudan a cargar la maleta? Órale, para que vean los vestidores ¿no?

      —Íbamos con él y conseguíamos buenos lugares.

      —Va a boxear la Marrana —corríamos completamente excitados y felices, tocando de puerta en puerta por toda la colonia—, vamos a ver a la Marrana…

      Pero siempre perdía.

      —¿Qué pasó, Marrana? Te noquearon…

      —Es que traía el anillo puesto…

      —¿Y eso qué?

      —A ver, ponte el anillo —lo insertaba en uno de los dedos de Lobo y sin soltarle la mano explicaba—, fíjate, luego viene la venda, pás, pás —y le envolvía los dedos apretándolos ferozmente.

      Lobo gritaba.

      —¿Cómo creen que iba a poder? —seguía la Marrana entre derrotado y satisfecho—. Si traía el anillo puesto…

      —¿Y a poco no te dabas cuenta cuando te vendaban? —increpaba Lobito sobándose la mano.

      Cada adulto era extraño a nuestro universo, pertenecía a otro mundo de comidas formales, responsabilidades y conversaciones oscuras que los encerraban en su particularidad y los dejaban en la ignorancia de todo lo demás…

      —¿Qué pasó, Marrana? Volvieron a noquearte…

      —No, manito, es que estos zapatos se resbalan un chingo…

      Siempre tenía una excusa.

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