Compadre Lobo. [Gustavo Sainz
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Название: Compadre Lobo

Автор: [Gustavo Sainz

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Biblioteca Gustavo Sainz

isbn: 9786077640141

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      —No, pues cómo cree, padrino, quién cree que soy o qué, deme nada más dos y a ver si puedo…

      —Eran unos quesadillones así —nos contaba, abriendo los brazos como si abarcara unas nalgas descomunales—. Debían pesar como tres kilos —ligeramente azorado, asintiendo con entusiasmo.

      La abuela de las doscientas enaguas tenía un ejército de nietos. La madre de Lobo era la menor de dieciocho hijas y él era el último de siete hermanos. Así como la séptima hija está destinada a convertirse en hechicera nocturna, el séptimo hijo varón siempre es un hombre lobo.

      Y él lo sabía…

      Todos los sábados y domingos gran parte de la familia se reunía para sablear, reír y comer en El Chivo Encantado. Un rollizo sobrino requinteaba una vihuelita durante más de una hora y después tosía bruscamente y con voz chillona y alta se ponía a cantar sones veracruzanos: otro hablaba de sus hijos tuberculosos y de su ahijada que estudiaba inglés en una escuela de la calle Donceles… El gran viento nocturno los empujaba a ellos y lo que eran a las habitaciones llenas de humo y de grasa…

      Había guajolotes desplumados al lado de cerdos degollados, cervezas y refrescos de todas marcas. Se abría la puerta de vidrios de colores y entraba un primo con un violín bajo el brazo olisqueando estúpidamente a su parentela. Irrumpía una comadre para contar que su vecina había envenenado a dos niños con sopa enlatada. Llegaba otro con vihuela y otro con guitarrón y entre mendoza y mendoza se ponían a entonar los instrumentos. Tardaban como dos horas en acoplarse…

      Ay, ay, ay, ay, ay, cuánto me gustan las olas.

      Ay, ay, ay, ay, ay, las solas no las casadas.

      ¡Cuánto me gustan las olas!

      Y Lobito estaba allí, ardiendo, rogando con toda la pasión y la lucidez malvada que podía reunir, que la vida se desatara, se desanudara, se desnudara… Quería afirmarse en este mundo: alcohol, toda clase de excesos, éxtasis… Iniciar una avasalladora búsqueda de lo verdadero, desenmascarar a sus enemigos, transgredir todas las prohibiciones…

      —A ver… Dame el tono, Jesús María…

      Ay, ay, ay, ay, ay, las olas de la laguna…

      Ay, ay, ay, ay, ay, cómo vienen, cómo van…

      ¡Las olas de la laguna!

      —Súbele tantito, tantito…

      Llegaba el del guitarrón. Marcaba todos los tiempos y metía el orden.

      —Anda usted muy alto, compadre.

      —No la amuele, compadre.

      De tierras abajo vengo de rezar una novena…

      Ahora que vengo santito ven y abrázame, morena…

      —Échate un solito, Refugio…

      Todos tenían nombres de mujer: Guadalupe, Eduviges, Rosario, Inés, José María.

      —No le agarro el tono, compadre.

      —Pues bájele…

      Yo soy un gavilancillo que ando por aquí perdido…

      A ver si puedo agarrar a una pollita en el nido…

      Llegaba otra guitarra y se sumaba al desorden.

      La mayoría de las canciones eran risibles. Lobo intuía que los lenguajes que hipnotizan, las amenazas, la violencia, el poder, pertenecen al silencio…

      Lo que esperaba de la vida no era expresable en palabras, pero los gritos agudos y desgarradores de los mariachis le estimulaban un ánimo salvaje… Se reunían más de veinticinco. ¡Parecían un mariachi sinfónico!

      Y nunca se sabían los nombres de las canciones.

      —¿Se acuerda usted de aquella…?

      Cuándo me traes a mi negra que la quiero ver aquí

      con su rebozo de seda que le traje de Tepic…

      —Túpele, túpele, compadre…

      Una marea de risa arrebataba el ánimo de Lobito. Tenía la sensación de bailar con la luz de los focos enormes que pendían sobre las carnitas… Se abandonaba a las delicias de la música, a padrinos que lo apreciaban, tías que lo querían y hermanos y primos a los que odiaba como sólo se puede odiar a un hermano…

      Negrita de mis pesares, ojos de papel volando,

      a todos diles que sí, pero no les digas cuándo…

      —¡No te rajes, Jalisco!

      Cuando el mundo reía de esa manera, Lobo no soportaba el saco de botones y galones dorados…

      Sudaba como un pecador…

      Los domingos por la noche permanecía en casa y una vez descubrió que su madre, después de lustrarle cuidadosamente las botitas escolares, las besaba con cierto arrobo. Era ridículo e insalubre, pero no trató de impedírselo. Franqueaba los límites, tenía algo de profanación, de rito secreto y de pecado…

      Algunas palabras se debatieron en su garganta, pero prefirió dar vuelta y retirarse…

      Su corazón reía con delirio, regocijado por despertar amor, vibrante de júbilo y poder…

      Marchaba la banda de guerra advirtiendo que era tiempo de pasar lista en los dormitorios. Ninguno de nosotros hubiera podido con un tambor, menos con una trompeta, así que íbamos atrás, siguiéndoles el paso, simulando tocar con apostura jubilosa. O nos quedábamos con Amparo Carmen Teresa Yolanda, en el fondo de la alberca cuando estaba seca… Soñábamos con quitarle el vestido y verla allí, crispada, descoyuntada de vergüenza, intolerablemente obscena… Oíamos el llamado de la tropa allá arriba… Lobo aspiraría el olor a piel desnuda de ese cuerpo y comenzaríamos de pie contra la pared de mosaico, en el advenimiento de la noche, abandonados a las violencias del frío y al placer dulzón de la carne; lentamente, abriéndonos a la oscuridad, sintiendo palpitar las estrellas en nuestras mejillas…

      ¡Cuánto crecía en mí, en ese momento, por mi evidente impotencia de poseerla! Estábamos indefensos bajo el cielo negro, sin recursos para soportar el orden de las cosas, abandonados al deseo de desnudeces imposibles…

      En El Chivo Encantado la abuela de las doscientas enaguas se irritaba:

      —¿Todavía andas con esa pinche zopilota?

      Lobo pretendía no hacerle caso. Se concentraba en nuestros planes, en lo que tendría de fiera y cruelmente dulce la desnudez de Amparo Carmen Teresa Yolanda.

      —Búscate una que esté güera —insistía la abuela—, una más bonita. No seas zoquete…

      Uno de los hermanos había ido con el chisme y Lobito no podía golpearlo, ya que era mayor y perdería. Buscó entonces un arma y dio con un cuchillo. Lo persiguió СКАЧАТЬ