Название: La flecha plateada
Автор: Lev Grossman
Издательство: Bookwire
Жанр: Книги для детей: прочее
Серия: Ficción juvenil
isbn: 9786075572956
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Permaneció ahí algún tiempo, pero su naturaleza le impedía mantenerse quieto. Siempre parecía tener más energía de la que podía contener en su cuerpo, y tenía que desfogarla de alguna manera. Empezó a cantar entre dientes. Después tamborileó al ritmo de la canción. Y luego llevó el compás con los pies, pateando la parte inferior de la cama de Kate. Después fingió que le habían disparado mortalmente y rodó fuera de la cama para hacerla reír.
Kate no rio.
—Vete —le dijo.
—Por lo menos podremos jugar en él toda la semana. Es mejor eso que nada.
Alguien debía haberle dicho a Tom que mirara siempre el lado amable de situaciones como ésta. Kate hubiera querido que no fuera así. Era desesperante. Nunca nadie le había quitado a Tom un regalo para llevárselo. Nunca lo mandaban a su cuarto. O no parecía que cosas así le pasaran.
Más silencio. Y todavía no se iba.
—Creo que se está incendiando —comentó.
—¡Qué bien!
—¿Por qué eres tan odiosa con lo que tenga que ver con el tren?
—Porque lo odio.
—¿Y por qué?
—¡Porque odio todo, al mundo entero, incluido tú!
—Eso no es nada amable.
—¡No tengo intenciones de ser amable!
Tom miró por la ventana hacia fuera.
—Pues hoy estás de suerte, porque el tren se está incendiando, en serio. Míralo.
Kate se asomó por la ventana. Frunció el entrecejo. Algo titilaba, como una llama tibia, en la cabina de la locomotora.
—Qué extraño —susurró Kate.
—¿Crees que en verdad se está incendiando?
—¿Cómo va a incendiarse, si es de metal?
Salieron de la habitación de Kate a la vez, sin llamar la atención, y se deslizaron afuera por la puerta trasera. El pasto se sentía fresco bajo sus pies descalzos. A estas alturas, uno podría pensar que Kate y Tom habrían alertado a sus padres sobre un posible incendio en la locomotora que había en su jardín, pero no lo habían hecho. Estaba sucediendo algo interesante, y Kate no quería que los adultos llegaran, metieran las narices en el asunto, y los alejaran de allí. Al menos, no por el momento.
—Hey, mira eso —dijo Tom—. Más vías de tren.
Tenía razón: esa tarde el tren estaba sobre un corto tramo de rieles, pero ahora había un par de líneas de acero brillante que trazaban una curva a través del césped.
—Me pareció que habías tenido una buena idea —dijo una voz entre las sombras—, lo de conectar la locomotora con la vía del bosque.
El tío Herbert estaba allí, recostado contra el tren. Kate no lo había visto.
—No fue una buena idea sino una estupidez —dijo Kate—. Esas vías están viejas y oxidadas, como dijo papá, y no llevan a ninguna parte. Y aunque fueran a algún lado, este tren no se mueve, en caso de que no lo hayas notado.
—Lo había notado, de hecho —afirmó—. Los chicos no son los únicos que entienden estas cosas, ¿sabes?
—Pues eso es lo que parece, a veces.
—Pues seguramente a los adultos les parecerá que tú te pasas todo el tiempo viendo tele y jugando videojuegos en lugar de poner atención a la vida real.
Los adultos siempre decían cosas como ésas, regaños de ese tipo, pero a Kate la sorprendió que vinieran del tío Herbert. Había empezado a pensar que tal vez él fuera diferente, pero obviamente era como todos.
—¿Y por qué debería prestarle atención a la vida real? —preguntó—. La vida real es aburrida.
—¿Cómo lo sabes si no lo has intentado?
—Pues, tal vez la vida real debería ocuparse de mí alguna vez.
—Tal vez —dijo el tío Herbert en voz baja, como si estuviera tratando de sonar misterioso— el mundo es más interesante de lo que parece.
—Sería genial —Kate se cruzó de brazos—, ¡porque parece muy aburrido!
—¿Qué hay de esas llamas misteriosas en el tren? ¿Te parecen aburridas? ¿Por eso te escabulliste hasta aquí, cierto?
—Sí, supongo —respondió ella, contrariada por tener que darle la razón—. Imagino que sí.
Dio un paso hacia el tren, y giró para mirar a su tío Herbert.
—Esto no ha terminado, supongo.
—No —contestó él—. No hemos terminado.
Y no habían terminado
Ahora que Kate estaba frente al tren, observó algo más: humo blanco salía de un tubo en la parte alta, y bajaba para trazar curvas y espirales alrededor de las ruedas.
De pronto, se sintió un poco ansiosa.
—Adelante —dijo el tío Herbert—. Llegó el momento. Por una vez, la vida real se está poniendo interesante. Se ocupa de ti. ¿No era lo que querías?
A Kate no le gustaba mucho que le citaran sus propias palabras, así que, sin decir más, subió a la cabina, sintiendo los peldaños metálicos que helaban sus pies descalzos. En la cabina, todo estaba iluminado por el fuego. Esa caja fría, tiznada, que habían encontrado antes era en realidad una especie de chimenea, y alguien la había encendido. Podía sentir el calor que surgía de ella hacia el viento nocturno.
Y otra cosa: antes, el vagón carbonero estaba vacío, pero ahora era un verdadero almacén de combustible, con una enorme montaña de carbón. Tom subió a la cabina tras ella.
—Genial —dijo—. Es como ir de campamento. Podríamos quedarnos a dormir aquí.
—Es como esa cabaña con la estufa de leña —agregó Kate—, de aquella vez que fuimos a esquiar y papá se lastimó la rodilla el primer día y estuvo de mal humor el resto de la semana. Estabas muy pequeño.
—Pero me acuerdo —Tom se sentó en uno de los asientos—. Ahí se me perdió mi Zorro.
Su nombre completo era Don Zorro, y era el zorrito de peluche que había tenido Tom desde que era СКАЧАТЬ