Amor inesperado. Elle Kennedy
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Amor inesperado - Elle Kennedy страница 3

Название: Amor inesperado

Автор: Elle Kennedy

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Love Me

isbn: 9788418509131

isbn:

СКАЧАТЬ ganado tres campeonatos con él. «La era de Jensen» fue el titular de un artículo reciente que leí en uno de los periódicos de Nueva Inglaterra. Era una crónica a página completa sobre cómo Briar lo está petando esta temporada. Por desgracia, Harvard también, y todo gracias a la superestrella que está al otro lado de la mesa.

      —Pasaba por el barrio. —Hay un brillo divertido en sus ojos verde bosque.

      La última vez que lo vi, él y uno de sus compañeros de equipo merodeaban por las gradas del estadio de Briar para espiarnos. Al cabo de poco, cuando nuestros equipos se enfrentaron, les dimos una paliza, hecho que fue tremendamente satisfactorio y que compensó nuestra derrota previa contra ellos en la misma temporada.

      —Mmm-hmmm, estoy segura de que estabas en Hastings por casualidad. ¿Tú no vivías en Cambridge?

      —¿Y?

      —Pues que está a una hora de aquí. —Le dedico una sonrisa de suficiencia—. No sabía que tenía un acosador.

      —Me has pillado. Te estoy acosando.

      —Me siento halagada, Jakey. Hacía bastante tiempo que nadie estaba tan colado por mí como para conducir hasta otra ciudad para buscarme.

      Los labios se le curvan lentamente en una sonrisa.

      —Mira, por muy buena que estés…

      —Oh, ¿piensas que soy una tía buena?

      —… no me gastaría el dinero de la gasolina para venir hasta aquí solo para que alguien me toque las pelotas. Siento decepcionarte. —Se pasa una mano por el pelo oscuro. Lo lleva algo más corto, y la barba de tres días le resalta la mandíbula.

      —Lo dices como si tuviera el más mínimo interés en tus pelotas —contesto suavemente.

      —Mis pelotas metafóricas. No serías capaz de manejarte con las de verdad —sentencia—. Tía buena.

      Pongo los ojos en blanco con tanta intensidad que casi me da un tirón.

      —En serio, Connelly, ¿por qué estás aquí?

      —He venido para visitar a una amiga. Y me ha parecido un buen sitio para tomarme un café antes de volver a la ciudad.

      —¿Tienes amigos? Qué alivio. Te había visto salir por ahí con tus compañeros de equipo, pero suponía que fingen que les caes bien porque eres su capitán.

      —Les caigo bien porque soy genial. —Vuelve a mostrar una sonrisa rápida.

      Mojabragas. Así es como Summer describió su sonrisa una vez. Juro que esta chica tiene una obsesión insana con la esculpida apariencia de Connelly. Algunas de las frases que ha soltado para describirlo incluyen: sobrecarga de atractivo, explosión de ovarios, terror de las nenas y empotrable.

      Solo hace un par de meses que Summer y yo nos conocemos. Pasamos de ser unas desconocidas a mejores amigas en alrededor de, oh, treinta segundos. Quiero decir, se trasladó aquí desde otra universidad después de incendiar por accidente parte de la residencia de su hermandad: ¿cómo no iba a caer rendida a los pies de esta locura de chica? Estudia diseño de moda, es divertidísima y está convencida de que me gusta Jake Connelly.

      Se equivoca. El chico es guapísimo, y es un fantástico jugador de hockey. Pero también se lo conoce por jugar con las chicas fuera de la pista. Eso no lo convierte en un bicho raro, por supuesto. Muchos deportistas tienen una cantera de chicas que se conforman perfectamente con 1) estar de rollo, 2) no ser exclusivas, y 3) ir siempre por detrás del deporte que el chaval en cuestión practique.

      Pero yo no soy una de ellas. No me disgusta estar de rollo, pero las otras dos opciones no son negociables.

      Por no mencionar que mi padre me mataría si saliera con el enemigo. Mi padre y el entrenador de Jake, Daryl Pedersen, llevan enemistados varios años. Según mi padre, Pedersen sacrifica bebés a Satán y hace rituales de magia con sangre en su tiempo libre.

      —Tengo muchos amigos —añade Connelly, que se encoge de hombros—. Incluida una muy cercana que asiste a Briar.

      —Creo que cuando alguien farda de todos los amigos que tiene, normalmente significa que no tiene ninguno. Para compensar, ¿sabes? —Sonrío, inocente.

      —Por lo menos no me han dejado plantado.

      Se me borra la sonrisa.

      —No me han dado plantón —miento. Pero la camarera escoge ese preciso instante para acercarse a la mesa y mandarme la excusa a la mierda.

      —¡Has llegado! —Se le llenan los ojos de alivio al ver a Jake, y le brillan tras echarle una buena ojeada—. Empezábamos a preocuparnos.

      ¿Empezábamos? No sabía que éramos cómplices en esta humillante aventura.

      —Las carreteras estaban resbaladizas —dice Jake, y señala con la cabeza hacia las ventanas delanteras de la cafetería. Unos riachuelos de humedad cubren los cristales empañados. Y a lo lejos, la fina línea de un relámpago ilumina el cielo oscuro por un momento—. Hay que ir con mucho cuidado cuando se conduce bajo la lluvia, ¿sabes?

      Ella asiente con fervor.

      —Las carreteras se mojan mucho cuando llueve.

      No me jodas, Capitana Obviedad. La lluvia moja. Que alguien llame al jurado de los Premios Nobel.

      Jake frunce los labios.

      —¿Te traigo algo de beber? —pregunta ella.

      Yo lo fulmino con la mirada.

      Jake me responde con una sonrisa pícara antes de girarse hacia ella y guiñarle el ojo.

      —Me encantaría tomarme una taza de café… —Entrecierra los ojos para verle la chapa identificadora—. Stacy. Y rellénale la taza a mi cita enfurruñada.

      —No quiero más café, y no soy su cita —gruño.

      Stacy parpadea, confusa.

      —¿Oh? Pero…

      —Es un espía de Harvard al que han mandado para que descubra las novedades del equipo de hockey de Briar. No le sigas el rollo, Stacy. Es el enemigo.

      —Qué dramática —se ríe Jake—. Ignórala, Stace. Solo está enfadada porque he llegado tarde. Dos cafés, y algo de tarta, si no te importa. Un trozo de… —Su mirada se posa en los recipientes de vidrio que hay en la encimera central—. Ay, mierda, no me decido. Todo parece muy apetitoso.

      —Sí, lo eres —murmura Stacy para sus adentros.

      —¿Qué ha sido eso? —pregunta él, pero su leve sonrisa me indica que la ha oído alto y claro.

      Ella se sonroja.

      —Oh, ehm, decía que solo nos quedan la de melocotón y la de nuez pecana.

      —Hmmm. —Se humedece el labio inferior. Es un movimiento ridículamente sexy. Todo él es sexy. Y por eso lo odio—. ¿Sabes qué? Un trozo de cada, por СКАЧАТЬ