Lengua materna. Suzette Haden Elgin
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Название: Lengua materna

Автор: Suzette Haden Elgin

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Lengua materna

isbn: 9788418431036

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СКАЧАТЬ no disfrutaran tanto de mantenerlo en secreto. Pasó un buen rato explicándole a Michaela que todo era culpa de los lingüistas. Y le dijo que el presidente les enviaría una nota de agradecimiento, sin dar detalles, claro, ya que la versión oficial era que el Gobierno no tenía ninguna conexión con T. G., pero podrían contárselo a un par de amigos íntimos.

      Sería una historia magnífica, en especial si el Presidente llamaba, y a Ned le habían contado que a veces lo hacía; ya sabía cómo la comenzaría. Cuando Michaela le dijo que no comprendía por qué la agencia se llamaba Trabajo Gubernamental si se suponía que el Gobierno no tenía nada que ver con ella, advirtió que aquello sería un buen añadido a la historia, le palmeó el trasero con cariño y le explicó el viejo refrán: «Bastante bueno para trabajo gubernamental», solían decir. Lo que fuera que eso significara.

      No le habló del dinero porque no quería que pensara cosas raras, y las mujeres siempre lo hacen. Se la imaginaba hablando de la fuente que su estúpido cuñado había permitido que su hermana pusiera en el salón, y entonces le diría que con diez mil créditos podía instalarle una igual. No. Le compraría algo bonito, pero sería algo que necesitara, no una pieza de basura que tan solo deseaba porque otra mujer tenía una igual. Y dejó entrever, al final de la discusión, que planeaba algo especial para ella. Había que reconocerlo, después de todo; para ser una mujer, era muy sensata.

      —¿Sabes, Mikey? —dijo, feliz y orgulloso de no demostrarlo—, para ser mujer, eres terriblemente sensata. De verdad.

      Ella le sonrió, y él admiró la encantadora curva en las comisuras de sus labios: había especificado una sonrisa así cuando aún buscaba esposa.

      —Gracias, querido —contestó ella, puro azúcar, puro dulce azúcar, sin mostrar siquiera un mohín porque él la había llamado «Mikey», cosa que odiaba. ¡Demonios, «Mikey» era bonito! No le importaba decir «Mi-cha-e-la» delante de gente, la complacía casi siempre, pero le gustaba llamarla «Mikey», era cómodo. Al pensarlo, lo repitió, y extendió la mano para tirar de las horquillas del pelo para que tuviera que arreglárselo otra vez. Parecía molesta, y él se rio. Dios, qué guapa estaba cuando se contrariaba, era un hombre muy afortunado, y se encargaría de regalarle algo realmente especial.

      —Deja que te cuente lo que sucedió en la maldita reunión —empezó a decir, a la vez que observaba los rápidos movimientos de sus dedos al reparar el desastre que había provocado en el cabello de seda—. Ahora verás, cariño, fue la peor basura que MetaComp ha intentado hasta el momento, si sabes a lo que me refiero, y siempre lo sabes, ¿verdad, dulzura? Deja que te lo cuente, es muy bueno. Estábamos todos allí sentados…

      Se detuvo y dio una larga y placentera calada a su cigarrillo, dejándola expectante, disfrutando del momento. Expulsó las volutas azules de humo por la nariz, le sonrió, aguantó, aguantó… Y entonces, cuando estuvo preparado, continuó y le contó lo que había sucedido. Y ella escuchó y le prestó toda su atención, como antes de la llegada del bebé, sin decir una sola palabra referente a que eran las tres de la madrugada o algo por el estilo. ¡Dios, que su casa volviera a ser como antes era maravilloso! Se sentía tan bien que bebió cuatro vasos de whisky, y supo que no estaría despierto para el desayuno especial de los sábados que ella encargaba siempre: jamón, huevos, gofres y fresas, por Dios, y si las fresas le producían urticaria, pues que lo hicieran. Estaba preparado. Pero no estaría despierto para todo aquello, no aquella mañana.

      No importaba. Cuando se levantara tendría el desayuno preparado, fuera la hora que fuera. Podía contar con ella. La vida era sencillamente magnífica.

      Michaela se mostró preocupada al día siguiente al traerle las cápsulas Null-Alk antes de que se levantara de la cama, y admitió de inmediato que había sido culpa suya que no las hubiera tomado al acostarse la noche anterior. Se quedó sentada junto a él mientras murmuraba sus condolencias hasta que las píldoras hicieron efecto y se sintió de nuevo a sus anchas. Que tu esposa fuera una enfermera experta tenía muchas ventajas, además del dinero que le reportaba. Cuando uno no se sentía bien, era gratificante saber que había alguien que sabía qué hacer, o cuándo era el momento de llamar a alguien más porque era un asunto que una mujer no podía tratar sola. Era muy cómodo.

      —Te quiero, cariño —dijo, desde las almohadas que ella le había mullido. A las mujeres les gustaba oír eso. Y a él le apetecía mostrarse indulgente con ella esa mañana, pues sabía que tenía todo el día, demonios, el resto de su vida, para saborearlo sin el jodido bebé.

      Se quedó allí tendido, sonriéndole y preparado para recibir su desayuno especial (con doble ración de fresas), cuando oyó el ruido.

      —¿Qué demonios es eso? —preguntó. Parecía proceder del vestidor.

      —¿Qué, querido? ¿Oyes algo?

      —Sí… Sí, ahí está otra vez. ¿No lo oyes?

      —Ned, querido —respondió ella—, ya sabes que mis oídos no son tan agudos como los tuyos, no oigo nada. Menos mal que te tengo para que cuides de mí.

      Vaya si tenía razón. Ned aplastó el cigarrillo y tomó un sorbo del café que ella le había traído tras las píldoras, mezclado con whisky, tal como a él le gustaba.

      —Lo comprobaré —dijo.

      —No tienes más que indicarme dónde mirar, Ned —sugirió ella, pero él sacudió la cabeza y apartó las sábanas.

      —No. Será mejor que vaya yo. Tal vez sea un monitor que se ha estropeado. Volveré en un segundo.

      No vio las avispas hasta que entró en el vestidor y cerró la puerta tras de sí. ¡Había cuatro, maldición, enfadadas, bastardas furiosas, zumbando y zumbando allí dentro! Tanteó en busca de la puerta, tenía que salir de allí enseguida. ¡Mierda, eran del tamaño de colibrís! Las había visto en el exterior antes, iba a mencionárselas a Michaela para que se deshiciera de ellas, pero ¿cómo coño habían entrado? Hasta que no se dio cuenta de que iban a por él aunque se moviera con cuidado, no advirtió que a la puerta le pasaba algo. Oh, Jesús, algo raro le pasaba a la puerta, la placa que había que pulsar para abrirla desde dentro no estaba. ¡Oh Jesús, había un puñetero espacio vacío donde tenía que estar!

      Entonces, empezó a llamar a Michaela a gritos, y agradeció sinceramente a Dios que ella nunca, ni una sola vez, le hubiera hecho esperar por nada.

      Michaela lo sorprendió. Le hizo esperar largo rato. Lo suficiente para asegurarse. Lo suficiente para acabar con los insectos y echarlos al vaporizador. Lo suficiente para arreglar la puerta para que abriera como siempre, desde ambos lados, y borrar todas las huellas. Lo suficiente para comprobar que solo hubiera huellas de él en todo lo que debía haber tocado. A menudo era muy útil ser enfermera; sabían muchas cosas que no se enseñaban a las mujeres en general. Muchas cosas que ahora le vendrían muy bien; desde luego.

      Solo cuando dio un paso atrás y no vio nada fuera de lo corriente en ningún aspecto, a excepción del cadáver en el suelo, gritó pidiendo ayuda y se desmayó en el umbral de la casa, a la vista del monitor de seguridad. Cayó con cuidado, asegurándose de que no se hacía ningún daño. Tenía que cuidar de sí misma porque ahora era ella quien tenía todos los grandes planes.

      4

      Supongo que cada uno de nosotros, cuando viene aquí a sabiendas de que su trabajo implicará entrar en contacto con extraterrestres, piensa que él será una excepción, que encontrará un medio de entablar amistad con al menos alguno de ellos. Uno se imagina que conseguirá que el lingo le enseñe СКАЧАТЬ