Название: Noche de verano
Автор: Jane Donnelly
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Jazmín
isbn: 9788413751405
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–Tranquila, Baby –la tranquilizó Nathan, echándose enseguida a toser. El interior del coche apestaba a insecticida.
–Es polvo matapulgas. Es mejor prevenir que curar –replicó Isolda.
–Creo que preferiría haberme arriesgado. ¿Está lejos ese veterinario?
–A unos diez minutos de aquí. Hoy no ha sido un día muy bueno para ti, hasta ahora. Primero el jugo de las nueces y ahora el polvo matapulgas –bromeó ella, mientras arrancaba el coche.
–Ha sido el mejor de los días. Te he conocido. ¿Oyes eso, Baby? Éste es el día en que se consiguen los deseos. Yo estoy seguro de ello.
En aquel momento, una anciana, vestida de negro y con el pelo recogido, salió de la casa, dirigiéndose hacia el coche.
–¿Quién es? –preguntó Nathan.
–Es Annie.
–¿Tu vieja niñera? Poppy también me habló de ella.
–Annie es como de la familia. Me oyó llamar por teléfono y quiere saber con quién voy a dejar a la perra. Cuando le diga que va a estar en casa de Poppy, no se lo va a creer. Pero tendrá que esperar, tenemos que irnos al veterinario.
No eran horas de consulta, por eso la sala de espera estaba vacía. La rubia de la recepción saludó a Isolda y luego se le iluminaron los ojos al ver a Nathan. Él llevaba a la perra, por lo que la mujer salió de detrás del mostrador para hacerle mimitos al animal.
–¿Quién es éste precioso muchachote?
–Si estamos hablando del animal –dijo Isolda, mientras la joven se echaba a reír–, entonces es una preciosa perra.
–Claro que sí. El señor Simkins dijo que pasarais.
El veterinario miró al animal con menos admiración y dijo:
–Los centros de acogida de animales están llenos de perros abandonados como ésta. Tiene suerte de que la hayáis recogido.
Cuando la pusieron encima de la mesa, la perra se echó a temblar. Nathan le puso una mano encima, por lo que el animal no le apartó los ojos de encima. El veterinario era un hombre casado, pero tenía una debilidad con Isolda y normalmente le dedicaba toda su atención. Sin embargo, aquella tarde, se dirigió a Nathan. Isolda no estaba acostumbrada a ser ignorada, pero le sorprendía que el aire de autoridad de Nathan fuera lo suficientemente magnético como para atraer la atención del veterinario de aquella consulta.
La perra iba a tener el tratamiento completo. Necesitaba que le limpiaran los dientes, que demostraron que tenía aproximadamente dos años. Tuvieron que limpiarle la cera de los oídos, pero el corazón estaba fuerte y no tenía infecciones en el estómago. Estaba mal nutrida, pero no tenía síntomas de enfermedad, por lo que tras ponerle las vacunas, el veterinario le dio carta de libertad, insistiendo de nuevo en la suerte que había tenido de que Isolda la recogiera. El animal les dejó que la pusieran el collar y la correa. Además, habían comprado un pequeño tubo para poner en el collar, en el que se podía escribir el nombre y el número de teléfono del dueño.
Isolda alisó el papel y, tomando un bolígrafo, le preguntó a Nathan:
–¿Escribo el número de teléfono de Poppy?
–Es mejor que pongas el tuyo. Le prometí a Poppy que ella no tendría ninguna responsabilidad. Además, la hemos adoptado juntos, ¿no?
–Claro que sí –respondió ella, escribiendo su propio número, que introdujo en el collar de la perra.
–Ya está –dijo él, tomando una pata del animal y la mano de Isolda–, desde ahora nos pertenecemos el uno al otro.
Isolda sonrió. Le gustaba la idea de tener un vínculo con Nathan, aunque el tercer miembro del grupo fuera una perra.
Annie los estaba esperando. Había sido la niñera de Isolda, pero también la de su padre. Tenía artritis, pero todavía seguía vigilando muy de cerca a Isolda. Ésta aparcó en el garaje y, al salir, Annie le preguntó:
–¿Qué es lo que vas a hacer con esa perra?
–Es una perra vagabunda –explicó Isolda–. Se va a quedar con Nathan, que se aloja en casa de Poppy.
–¿Y sabe Poppy todo este asunto?
–Sí –dijo Nathan.
Isolda notó que se dirigía de una manera diferente a la anciana. No utilizó su magnética sonrisa, tan atractiva, mientras se puso a asegurar a Annie que la señorita MacShane había accedido a tener a la perra en la casa durante un periodo de prueba.
–Y yo me aseguraré de que ella no lamente haber tomado esta decisión –concluyó Nathan.
La perra se estaba comportando perfectamente en aquellos momentos, y Nathan le pareció un joven bastante sensato a Annie. Obviamente había accedido por Isolda, pero no había muchos hombres que pudieran decirle no a la muchacha.
–Si pudiera dejarla un poco más en tu cobertizo –le dijo Nathan a Isolda–, me gustaría invitarte a comer.
–Es algo tarde como para que los restaurantes de por aquí sirvan comidas, así que tomaremos algo aquí.
–No quiero molestar –replicó Nathan, aquella vez dirigiéndose a Annie, quien respondió que no sería ninguna molestia.
Cuando llevaron a la perra al cobertizo, ésta volvió inmediatamente a la manta donde había estado echada y se quedó dormida enseguida. Cuando llegaron a la casa, Isolda preguntó:
–¿Te apetece té, café, cerveza o vino?
–Una cerveza, gracias.
–Ponte cómodo –le dijo ella, señalándole una puerta–. Yo prepararé el almuerzo.
Ella se dirigió a la cocina, donde había dos gatos siameses tomando el sol en la ventana. Annie estaba poniendo unos platos en una bandeja.
–¿Quién es? –preguntó Annie.
–Se llama Nathan Coleman –respondió Isolda, abriendo el frigorífico–. Poppy me dijo que se había traído un ordenador portátil, así que probablemente está trabajando en algo para lo que necesite paz y tranquilidad.
Annie pareció quedarse conforme. Isolda preparó un pequeño bol de verduras crudas, puso una bandeja con carne de ternera cortada en lonchas, un poco de pan y queso de Camembert y de hierbas. Sirvió dos vasos de cerveza fría y llevó la bandeja al salón.
Nathan se levantó a tomarle la bandeja y ella le indicó una mesa baja al lado del sofá y se sentó. Cuando él puso la bandeja en la mesa, siguió haciendo lo que probablemente había hecho hasta aquel momento: mirar la habitación.
Era enorme, ricamente decorada con muebles de época, hermosos espejos y un rico tapiz con una escena de caza.
–Impresionante –dijo él–. Al igual que la familia –añadió, señalando las fotografías СКАЧАТЬ