Название: Noche de verano
Автор: Jane Donnelly
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Jazmín
isbn: 9788413751405
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–No te hagas ilusiones –dijo Isolda–. Poppy es muy amable pero estoy segura de que espera otra clase de inquilinos.
–Mujer de poca fe…
–Normalmente tengo mucha –afirmó ella–. Pero creo que conozco bien a Poppy.
Como él tenía llave, entraron en la casa sin llamar. El vestíbulo estaba decorado con losetas blancas y negras y una delicada barandilla de hierro forjado se curvaba siguiendo la forma de la escalera.
En aquel momento, una mujer, vestida de brillantes y chillones colores, entró en el vestíbulo. Al verlos, esbozó una amplia sonrisa.
–Hola, ¿desde cuándo os conocéis? –preguntó la mujer.
–Desde hace unos diez minutos –dijo Isolda, segura de la respuesta que iba a darles Poppy.
–Tengo que pedirle un favor –intervino Nathan. Isolda se sorprendió mucho al ver que Poppy no dejaba de sonreír–. ¿Qué le parecería tener un perro en la casa?
–¿Un perro? –preguntó la mujer, que parecía dispuesta a quedárselo.
–Es una perra abandonada que me encontré –explicó Isolda.
–Vamos a llevarla al veterinario para que se asegure de que está bien y le ponga todas las vacunas que necesita. Creo que nos gustaría adoptarla –dijo Nathan, mirando a Isolda.
–Bueno, supongo que tú no puedes tenerla en casa, Isolda. No con los gatos. ¿Es una perra pequeña?
–Más o menos –replicó Nathan, mientras Isolda estaba a punto de soltar una carcajada. Era pequeña si se la comparaba con un mastín.
–¿Y cuidarías y serías responsable de ella?
–Puede confiar en mí.
–Entonces, acepto. Ya veremos cómo nos va con ella.
Isolda se quedó asombrada al ver lo rápido que Poppy había aceptado. Había actuado como si Nathan fuera su sobrino o su nieto favorito.
–¿Qué te ha pasado en la mano? –le preguntó Poppy a Nathan, mirándole la mano.
–¡Vaya! Es mejor que vaya a lavarme.
–Es demasiado tarde –replicó Isolda–. Es el jugo de una nuez –añadió, para explicárselo a Poppy.
–Volveré enseguida –dijo Nathan, subiendo los escalones de dos en dos.
–Un joven como ése me hace desear ser treinta años más joven –confesó Poppy, con un cierto brillo en los ojos–. Por cierto, estaba pensando en la manera de traerte aquí para que lo conocieras.
–¿Sí? ¿Por qué?
–No le digas nada, pero él te vio pasar y me preguntó quién eras. Tengo la impresión de que estaba ansioso por conocerte. No le digas que yo te lo he dicho.
–Te prometo que no lo haré. ¿Cuánto tiempo lleva aquí?
–Vino el jueves –respondió Poppy. Aquel día era sábado.
–¿Qué hace? ¿Está de vacaciones? Me ha dicho que tiene la intención de quedarse varias semanas, lo que no me sonó mucho como unas vacaciones.
–Se ha traído un ordenador portátil, así que supongo que debe tener algo que hacer.
Isolda se sintió muy halagada al saber que sólo una mirada había bastado para que él se interesara por ella. No era el primero, pero de todos modos le había agradado. Cuando estaba a punto de preguntarle a Poppy cómo él la había descrito, Nathan bajó por la escalera.
–¡Es increíble! No sale ni frotando. Me pregunto por qué alguien no lo ha patentado ya como bronceador instantáneo.
–Al final se quita. ¿Podrás soportarlo unos días?
–He soportado cosas peores. Vamos a darle las noticias a la perra. Si es una buena chica, tiene aseguradas casa y comida de ahora en adelante. Dios la bendiga –le dijo a Poppy, con una irresistible sonrisa–. Tiene un alma bondadosa y algún día recibirá su recompensa por ello.
–Nunca me hubiera creído que aceptara a un perro vagabundo en la casa –dijo Isolda, cuando salían por la puerta–. Es dura de pelar, pero tú has conseguido que te coma de la mano.
–Y tú también. Ella cree que eres una chica estupenda. Me lo dijo cuando le pregunté quién eras. Si ella no hubiera estado en la misma habitación habría tenido que salir a la calle a preguntártelo a ti.
–¿En vez de saltar por el muro?
–Ése fue un golpe de suerte. Yo estaba en el jardín y oí al como–se–llame ése llamar a Isolda. Así me ahorré esperar hasta que Poppy consiguiera presentarnos.
–Ella se creía que ésa iba a ser su sorpresa.
–Y así habría sido, pero yo no quería esperar un minuto más para conocerte –dijo él, mientras llegaban ya a los cobertizos. La perra empezó a lloriquear–. «Sólo la vi pasar…»
Con aquella cita, Nathan dejó a Isolda sin palabras, ya que ella conocía como seguía. «…Y podría amarla hasta la muerte…» Era imposible que aquello fuera lo que él había querido decir. Pero Nathan sonrió, y ella le devolvió la sonrisa.
–Espero que no arme este lío por la noche, o Poppy la echará a la calle –añadió él–. Llegaremos a un acuerdo, Baby y yo. Nos conformaremos con un gruñido y un ladrido en la privacidad del ático.
La perra respondió meneando la cola tan enérgicamente que Isolda dijo:
–Ten cuidado con todos los adornos de Poppy. Esa cola podría limpiar una mesa de una sola pasada.
–No hay mucho que tirar al suelo en el ático. Y guardaré lo poco que hay. ¿Quién es tu veterinario?
–Voy a llamar. ¿Te quedarás tú con ella?
–Claro –respondió él, rascando la cabeza y luego la espalda de la perra, de una manera que pareció relajar completamente al animal.
Isolda estuvo a punto de decirle que tenía un toque mágico, pero no lo hizo. Sin duda él sabía cómo apaciguar a un animal asustado, pero dudaba que el que le tocara a ella la espalda tuviera el mismo efecto hipnótico. Aquel hombre rezumaba sensualidad.
Cuando la recepcionista de la consulta del veterinario respondió el teléfono, Isolda le dio su nombre y explicó la historia de la perra y le dijo que quería llevarla para que la miraran. Después de agradecer que le hubieran dado una cita enseguida, colgó el teléfono.
–¿Qué perra? –preguntó una mujer detrás de ella.
–No te preocupes, ya le he conseguido casa –dijo Isolda, saliendo enseguida para ir al cobertizo y hablar con Nathan–. Nos atenderán ahora.
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