Kara y Yara en la tormenta de la historia. Alek Popov
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Название: Kara y Yara en la tormenta de la historia

Автор: Alek Popov

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Sensibles a las Letras

isbn: 9788416537921

isbn:

СКАЧАТЬ target="_blank" rel="nofollow" href="#ulink_7ec2d5ea-9e38-5842-be21-96c91d3c8fc8">9 Los montes Balcanes, Stara Planina o el Balcán, como se denomina con frecuencia en Bulgaria, es la cordillera que da nombre a la península balcánica. Empieza en Serbia y atraviesa Bulgaria de oeste a este.

      4. LAS REGLAS DE LA CONSPIRACIÓN

      El Enterrador se agachó, cogió dos piedras del suelo y las hizo chocar tres veces. Esperó unos diez segundos y volvió a hacerlas sonar. Le respondieron cuatro golpes idénticos. Un poco más adelante, como si hubiera brotado de la tierra, apareció un centinela con gorro de soldado y fusil con bayoneta. Lenin lo llamó Valyo.

      Al ver a las dos chicas se le iluminó la cara.

      —Nuevas incorporaciones, ¿eh?

      —Gabriela y Mónica. —Las chicas extendieron sus manos.

      —¡Camaradas! —las regañó Lenin—. ¡Observad las reglas de la conspiración!

      —¡Son nuestros nombres clandestinos! —respondió una de ellas—. Siempre hemos querido llamarnos Gabriela y Mónica. Ella es Mónica.

      —No, ella es Mónica y yo Gabriela. ¿No teníamos un acuerdo? —intervino la otra.

      —Quedamos en que una semana tú serías Gabriela y la siguiente sería yo. Esta semana me toca a mí.

      Valyo se rascó la cabeza:

      —¿Acaso es malo ser Mónica?

      —¿Pero qué son esos nombres? —se enfadó Lenin—. ¿Os creéis que esto es un baile de sociedad?

      Las muchachas arquearon las cejas de la manera ya conocida que señalaba un importante proceso reflexivo. Después de dar unos diez pasos, una de ellas dijo con aparente indiferencia:

      —Yo no sé de bailes que no sean de sociedad. El camarada probablemente quería decir «vienés»…

      —¡Oye, Lenin! —se echó a reír el Enterrador—. A mí me enterraron, pero a ti directamente te hundieron.

      —Ya veremos, ya veremos, listillas —respondió Lenin sin detenerse.

      ***

      Desde el fondo de la pradera llegó un alboroto confuso que rápidamente se propagó por todo el campamento como fuego por pajar y alcanzó la tienda de Medved. El comandante levantó la cabeza y frunció el ceño. En ese momento estaba ocupado apuntando algo en su cuadernillo. La lona de la entrada se apartó y en la abertura asomó la cara redonda de su ordenanza, Stoycho:

      —Camarada kombrig, ¡permítame reportar!

      —¿Qué?

      —Acaban de llegar los nuevos partisanos.

      —¿¡Qué!? —repitió Medved, que se incorporó pesadamente.

      No lo habían informado de la incorporación de nuevos partisanos. Solo sabía que debía llegar un militante de la Unión de las Juventudes Obreras, familiar de Lenin, porque en su grupo se había producido un fallo operativo. El bullicio en la pradera iba en aumento. No le gustó. Se echó por los hombros el chaleco de lana y salió.

      El destacamento —ahora ya batallón de la comandancia central— no recordaba semejante excitación desde que Medved apareciera ante los partisanos con su equipo de combate completo. Ahora el destacamento contaba con cuarenta y cuatro personas, ni una más ni una menos. El abandono se consideraba deserción y se castigaba con mano firme. La única mujer del grupo era la comisaria política Extra Nina, pero por varias razones sus camaradas la consideraban una igual. También había un pope, Tijón, enclaustrado en el monasterio de Cherepish por pecado dogmático y que más tarde había huido al monte. Era un hombre enorme, con una sotana andrajosa bajo la que no había nada más que espeso vello. Iba armado con un palo y un revólver Nagant antediluviano, aunque su arma más temible era su risa atronadora. Así, todas estas criaturas peludas y mugrientas, que anhelaban una caricia o al menos una mirada, habían salido a la pradera y rodeado a las gemelas. Las devoraban con los ojos, se embriagaban con su presencia. A la vista de sus rizos rubios muchos estallaron en carcajadas infantiles, como si les hicieran cosquillas en los talones. Otros musitaban cosas incomprensibles. También los hubo que comentaron algo en voz alta, intentando ocultar su timidez. Desde hacía una semana en su menú predominaban la cebolla y el ajo, que hacían su aliento más mortífero que el fuego que escupe un dragón de tres cabezas.

      Las chicas miraban asustadas mientras el círculo a su alrededor se estrechaba. De su anterior confianza no quedaba ni rastro. Lenin y el Enterrador sonreían con malicia a su lado. Lozán intentaba explicar algo en vano. Nadie le hacía caso.

      —¡Ay, mis cabritillas! —farfullaba Tijón, que agitaba su sotana andrajosa como si intentara sacudirle las pulgas.

      —¿Qué ocurre? —preguntó una voz alta y ligeramente chillona.

      Los hombres se apartaron. Medved pasó entre ellos empujando a unos cuantos empeñados en no moverse. Su mirada se posó por un instante en el estudiante y luego se deslizó hacia las chicas. Se quedó boquiabierto y una preocupación que rayaba el pánico contrajo su rostro. Pero esto solo demostraba que el comandante era humano como los demás. Aunque por poco tiempo…

      Medved carraspeó y dijo en voz más baja:

      —¡Camaradas! ¿Puedo saber dónde están vuestras armas?

      Los partisanos empezaron a mirar a su alrededor sobresaltados. Sus miradas se dirigieron a las fogatas donde hasta hacía poco se alzaban las pilas de armas. Ya no estaban. Alguien se puso a cantar alegremente desde el otro extremo de la pradera:

      —¡El partisano se prepara para el combaaate!

      Stoycho estaba sentado debajo de un árbol, sobre un montón de armamento variopinto.

      —¡Se os entregarán las armas por orden de lista! ¡En marcha! —ordenó Medved.

      Cabizbajos y avergonzados, los hombres hicieron cola. Medved hizo una seña al estudiante para que esperara junto a Lenin y al Enterrador. Las chicas poco a poco volvían en sí. Les lanzó una mirada hosca y preguntó con aspereza:

      —¿Por qué habéis venido?

      —¿Perdón?

      —¿Por qué habéis venido aquí? —repitió Medved nervioso.

      —Hubo un problema en el instituto —informó una de ellas—. Nuestro grupo llevó a cabo un acto subversivo con motivo del Primero de Mayo. Resultó fenomenal; tuvo una amplia repercusión política entre los alumnos y los profesores. Vino la policía a investigar. Pero la camarada Silva, Letizia Pirónkova, СКАЧАТЬ