Название: María y Sectiva
Автор: Sectiva Lozano Aguilera
Издательство: Bookwire
Жанр: Зарубежная психология
isbn: 9788416848652
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—¿Y a esta cómo le pondremos de nombre? —preguntó mi padre, a lo que mi madre contestó:
—Pues Oliva, ¿no ves que ha nacido bajo un olivo?
—De eso nada, ¿mi niña bonita?, ¿Oliva?, ni hablar, que tiene un hueso dentro. Tiene que ser algo especial. Un nombre que nadie tenga. Déjame pensar María. Y vaya si lo pensó… Me puso un nombre tan raro que ni siquiera está en el calendario del Cristianismo. Desde entonces solo tengo cumpleaños, nunca santos. Me llamo Sectiva. Por el momento todo va muy bien, pero será más adelante cuando este nombre me traerá alguna que otra complicación. Primero a mi madre y luego a mí, por ejemplo a la hora de casarme. Tuve que recorrer tres iglesias antes de encontrar un cura que aceptara casarme con este nombre ateo según ellos. Con lo de mi nombre por poco mis padres discuten por primera vez. Mi padre decía que yo hacía el número seis de sus hijos y que tenía que llevar un nombre que empezara por “S”. Mi madre que era muy guasona le dijo:
—¿Por qué no le pones a la niña un número en la frente y así terminamos antes?
—Ríete, ríete borrica, pero el nombre de mi niña no lo llevará nadie más. —Mi nombre lo he buscado por todos sitios, hasta en el extranjero, pero no hay otro igual. Gracias papá, tenías razón. Me llamo como nadie.
La vida de mis padres era placentera. Ellos eran muy felices. Se habían juntado muy enamorados contra todo y contra todos. Tenían cuanto habían deseado. Un rancho en el campo, seis hijos preciosos, y trabajaban para ellos mismos. Tenían olivos, un prado para el trigo y unos amigos maravillosos. Mi madre tenía su gallinero, Francisco José cultivaba un huerto para todos y mi padre criaba sus guarros para la matanza de Navidad. Todo era perfecto en aquella primavera de 1936. Ya punteaba el verano y yo andaba a gatas. Estábamos en casi la mitad de junio y mi padre y Francisco preparaban la era para poner las gavillas del trigo que serían trilladas, ventadas y almacenadas para el invierno.
Mi padre solo tenía un prado de trigo del que recogía varios costales para el costo de su casa. Él decía que no quería más. Su verdadero trabajo se centraba en sus hornos de carbón, que como él decía, era lo que cada mes le daba dinero contante y sonante. Mi hermana Mari me contaba que el día que mi padre y Francisco volvían de Sevilla con los borricos cargados a tope de todo, siempre era una gran fiesta. Anita María hacía su pastel de harina, huevos y calabaza, que estaba riquísimo, mi madre mataba su mejor gallo del corral y hacía su famosa ensalada (que volvía loco a mi padre), de pimientos, tomates y berenjenas asadas, todo bien aliñado con cebollitas tiernas. Y mi padre le decía:
—María, en cuanto salgo de Sevilla, estoy pensando en tu ensalada. —A lo que mi madre contestaba:
—Ya lo sé, que tú solo piensas en tu estómago.
—Que no, preciosa, que no, anda sal y mira lo que te he traído. Siempre le traía algo especial para ella sola. Ya fuese para la casa o para ella misma. Hoy era una tela de flores para hacerse un vestido. Mi madre estaba en el cielo. Pero lo disimulaba muy bien haciéndole algún reproche.
—José, que no te enteras, te dije que esta vez solo quería telas para las niñas, necesitan vestidos nuevos.
—¿Y qué crees tú protestona, que me había olvidado?, pues no, ¡mira, mira esto! —Y sacando una pieza entera de tela floreada la lanzó a lo lejos sosteniéndola por una punta, lo que hizo que el peso de la pieza se desenroscara allí mismo varios metros de un solo golpe. Mi madre exclamó:
—¡Preciosa José, es preciosa! Con esto les voy yo a hacer a mis niñas vestidos lindos. Y si me sobra, les haré hasta delantales.
Ya lo creo que le sobró, había por lo menos quince metros de tela. Hasta mi madre se hizo un delantal de volantes para ella que se lo ponía por las tardes cuando se arreglaba para sentarse con Anita María a coser en el porche delante de la casa. Mi madre era una morena muy guapa y muy alta con unas piernas larguísimas. Nunca he comprendido cómo se enamoró de mi padre, ya que él era más bien bajito al lado de ella. En realidad formaban una extraña pareja, ¡pero qué felices eran y qué bien cantaba mi madre! Tenía un gorgorito en la garganta cantando “los pajarillos” que no tenía su igual. Cuando mi padre llegaba del campo con los burros cargados de troncos para el carbón, si ella estaba cantando en ese momento “sus pajarillos”:
Que estáis en el campo
gozando del aire y la libertad,
decidle al hombre que quiero
que venga a mi reja por la madrugá.
A lo que mi padre se paraba en seco. Nunca avanzaba hasta la casa. Paraba sus bestias debajo del olivo y la escuchaba embelesado. Cuando ella terminaba la canción, él hacía como que acababa de llegar y le decía a mi madre:
—María, en vez de tanto canturreo, ven a ayudar a tu marido a descargar los troncos. —Y así transcurría la vida entre ellos, apacible y feliz.
Una vez mi madre le hizo unos calzoncillos de “borcelina” morena y se los puso justo el día antes de irse a Sevilla, pero algo raro se notaba mi padre y no sabía lo que era hasta que le entró ganas de hacer pis y se dispuso a ello. De pronto gritó:
—¡María!, ¿por dónde meo? —Al mirarlo, mi madre se torcía de la risa. A lo que él contestó:
—Sí, tú ríete, ríete. ¿Pero por dónde saco yo mi gusano para hacer pis? Simplemente mi madre le había cosido la portañuela en la parte de atrás.
Así transcurría aquel verano caluroso de 1936 en Morón de la Frontera. Mi padre se disponía a sacar sus sacos de trigo que aún estaban amontonados en la era. Para ello le ayudaba siempre mi hermana Mari, que por aquel entonces tenía ya doce años y a la que él siempre llamaba “mi chico mayor” porque tenía mucha fuerza y trabajaba como un hombre. Mi padre la llamaba “su machopingo”. Modesta en cambio era mucho más femenina. No se separaba ni un momento de las faldas de mi madre. Siempre cosiéndole los vestiditos a sus muñecas. Mi madre decía de ella:
—Esta sí que será una mujer de su casa.
—¿Y mi Mari qué? —protestaba mi padre.
—Tu Mari también será un buen hombre de su casa —contestaba mi madre antes de salir corriendo.
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