Название: María y Sectiva
Автор: Sectiva Lozano Aguilera
Издательство: Bookwire
Жанр: Зарубежная психология
isbn: 9788416848652
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—¡Volveré Don Antonio, vaya que si volveré!
Y claro que volvió un mes más tarde, pero esta vez Don Antonio lo estaba esperando con la escopeta de dos cartuchos. La misma que usaba cada día para ir a cazar al monte de donde le traía a su Leonor buenos conejos que ella guisaba con cebollitas tiernas de su huerto. ¿Cómo supo que venía ese día? Probablemente lo estuvo esperando todos los días hasta que por fin lo pilló. Lo cierto es que encañonando a José por el cuello abierto de su camisa le espetó en la cara.
—¡Escucha ovejero! Te lo advertí, pero no me hiciste caso. Así es que aunque aún estamos lejos de Navidad, te voy a sangrar como a un cochino de matanza. Y reculando dos pasos con la escopeta lo encañonó dispuesto a llenarle a José el cuerpo de plomo. María que desde la ventana de su habitación lo observaba todo con estupor, dio un grito horrible que hizo salir a Leonor de su cocina y precipitándose las dos sobre Don Antonio trataron de quitarle el arma. Pero el hombre era alto y fuerte y no pudieron con él. Viendo esto María se colgó de su cuello a fin de inmovilizarlo y mientras, Leonor ayudó a escapar a José.
—¡Ande hombre, váyase de aquí y no vuelva jamás! José echó a correr hacia los altos matorrales del monte y en cuanto se puso a salvo gritó:
—¡Usted lo ha querido Don Antonio!, yo ya no vendré más, pero le juro que tarde o temprano María será mi mujer.
Fue más bien tarde y cuando pudo, porque por el momento María fue de nuevo encerrada en su cámara con orden de no bajar a la planta baja de la casa, más que cuando Leonor la llamaba para hacer las faenas. María sola en su cuarto pensaba en José y en el tremendo susto que este le había hecho pasar. Porque la verdad es que nunca había visto a su padre tan enfadado y dio gracias a Dios de que sus hermanos estuvieran en el campo a esa hora, porque si no, estaba segura que en este momento su José estaría colgado por los pies de la rama más alta de la encina que había enfrente de la casa. A partir de ese día María vivió recluida en su cámara durante varios meses. Se acabó el ir por agua a la fuente. Se acabó el ir a cerrar por la noche el gallinero. Ni siquiera la dejaban barrer su puerta como tenía por costumbre hacer cada tarde. Su sola distracción consistía en mirar por la gatera de su cuarto. Esa especie de boquete redondo de la talla de una boina por donde antiguamente aireaban las cámaras y al mismo tiempo, dejaban entrar y salir al gato de la casa. De ahí su nombre de gatera.
A partir de ese día sus hermanos Antonio y Manuel montaron una guardia permanente advirtiendo al cabrero, como ellos lo llamaban, que si se acercaba a casa lo majarían a palos. Claro que ellos no contaban con la astucia de José, y sobre todo con el amor profundo que sentía por María, sobre todo ahora que se sabía correspondido. Naturalmente José enamorado como estaba y a pesar de las amenazas, no dejó de rondar ni una sola noche la casa de María teniendo sumo cuidado en no dejarse ver. Sabía que María estaba encerrada en alguna parte alta de la casa, así que montó su propia estrategia para averiguar dónde estaba encerrada “su novia”. Y no se equivocaba, la gatera de la cámara de María daba a la parte de atrás de la casa, desde la cual se divisaba bien todo el manchón.
José silbaba muy bien y tenía costumbre de hacerlo guardando sus ovejas. María lo había oído varias veces en la fuente mientras la miraba sin decir palabra. José lo sabía y pensó que su silbato advertiría a María de su presencia allí y así fue. Cuando María lo vio se llevó un susto de muerte pensando que si lo descubrían lo matarían y ella se quedaría viuda antes de haberse casado. Cuando José vio la cabeza de María asomar por la gatera le dijo desde lejos y por señas:
—Cuando todos duerman vendré y hablaremos. Fue bien pasada la media noche y cuando toda la casa quedó a oscuras, que José sigilosamente se acercó debajo de la gatera para poder hablar con su amada:
—María, ya sé que será muy duro para ti durante un tiempo, pero no te preocupes, la vigilancia no durará eternamente. Ya verás como todo pasa y un día estaremos juntos, te lo prometo.
—¿Palabra de pastor? —preguntó ella angustiada.
—Palabra de pastor. Tú ahora concéntrate en ser buena hija, bien sumisa y ya verás cómo aflojan la guardia, y ese día te prometo que yo no estaré lejos y al menor descuido te llevo conmigo.
La fuga
Antiguamente el que la novia se fuera con el novio era frecuente. Era una especie de estratagema que muchas parejas llevaban a cabo para poder casarse cuando las familias de uno u de otro se oponían a su noviazgo. Entonces la chica se fugaba y amanecía en casa del novio. Una vez consumado el acto marital para la familia de la novia esta estaba ya perdida y no tenían más remedio que dar su consentimiento al enlace matrimonial. Eso era lo que José quería hacer, pero para él había un agravante de talla, y es que María era menor de edad, aunque esto no amedrentaba al enamorado. José sabía del orgullo de muchas familias que al saber ya su hija perdida para ellos, optaban por el silencio de no propagarlo o por el de la mentira diciendo que su hija se había ido a vivir con una pariente lejos de allí. Esto se usaba también mucho cuando una chica salía embarazada. Sus padres la enviaban con algún familiar lejano para evitar así las habladurías. Otros, los más drásticos, simplemente la encerraban en la cámara y allí permanecía hasta que daba a luz. Luego decían que habían recogido un niño de una parienta que había muerto de parto. Esto ocurría en el mejor de los casos, porque el peor para la criatura era que una buena mañana al amanecer el padre de la chica montado en su yegua bajaba al pueblo y lo ponía en el torno de las monjas de la casa cuna. ¿Cuántos niños de aquella época han crecido pensando que su madre era su hermana? Y así se quedaba la cosa para siempre. El niño se registraba al nombre de los abuelos y este crecía teniendo a sus abuelos como padres.
José contaba con lo de la ley del silencio para resolver su caso en la hipotética probabilidad de poder llevarse a María. Ella por su parte también se puso manos a la obra. En vez de aparentar tristeza optó por colaborar con su madre trabajando de buen grado en todo lo que esta le pedía y aparentemente como si hubiese olvidado el episodio del ovejero.
Leonor estaba encantada con el rumbo que habían tomado las cosas y al cabo de varias semanas ya nadie se acordaba de esta historia. Nadie de la casa, claro está, porque María y José en voz baja y por la gatera cada día perfilaban más su plan de huida. Bastaría con que una sola noche Don Antonio no echara la llave de la puerta que luego se guardaba en el bolsillo de su larga blusa negra de campesino. Eso era justamente lo que María vigilaba a hurtadillas mientras recogía la mesa de la cena y como la paciencia siempre tiene recompensa ese día llegó. Una noche Don Antonio llegó más cansado que de costumbre. Apenas la cena acabada se durmió casi encima de la mesa. Después subió las escaleras y ni siquiera dijo: “buenas noches”. Leonor, sus hijos y María hicieron lo propio y en media hora todos dormían como troncos. Todos menos María, claro, quien por la gatera ya le había enviado a José cuatro prendas de ropa que previamente tenía preparadas en un hatillo, que este escondió precipitadamente en los matorrales, desde donde hizo señas a María, que allí la esperaba. María esperó todavía media hora más y cuando se aseguró de que toda la casa estaba en perfecto silencio, solo roto por los ronquidos de su padre, bajó sigilosamente la escalera y traspasó el umbral de la puerta prohibida a tan grandes zancadas como se lo permitían sus largas piernas. Aquella noche no vivieron su gran amor. No tuvieron tiempo. Hacía ya varios días que José había contratado a un cabrero para que cuidara de su rebaño todo el tiempo que hiciera falta СКАЧАТЬ