Название: María y Sectiva
Автор: Sectiva Lozano Aguilera
Издательство: Bookwire
Жанр: Зарубежная психология
isbn: 9788416848652
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Según el cabrero a quien mi padre José había dejado su rebaño, los dos hermanos de mi madre: Antonio y Manuel peinaron la montaña de arriba abajo en busca de mis padres, pero no encontraron ni rastro de ellos. El cabrero les contó una historia que mi padre le había encargado que dijera. Y es que él era el nuevo propietario de todo aquello porque mi padre se lo había vendido hacía ya varias semanas. También les contó que mi padre le había dicho que pensaba casarse pronto e irse a vivir a un pueblo de Málaga. Se tragaron todo el rollo, se bajaron para su casa y se acabó la búsqueda. Que mi padre le vendía el rebaño al cabrero era cierto, pero lo hizo varios años más tarde.
Una vez que a María la había dejado bien instalada en la provincia sevillana, mi padre compraría este rancho más tarde, por el momento solo pudo arrendarlo. Allí hicieron amigos; Anita María y Francisco José, los mismos que los acogieron en su llegada a Morón y se quedarían a trabajar con mi padre por mucho tiempo. Francisco José ayudaría a mi padre a hacer hornos de carbón que luego vendían en Sevilla. Una nueva profesión que mi padre se había buscado para sacar a su familia adelante.
Por hoy y después de varios meses de intenso amor en la provincia de Sevilla, mis padres volvieron a La Estellá para liquidar su rebaño y la vieja casa de un tío suyo que mi padre había heredado hacía ya unos años. Por entonces mi padre había perdido ya el miedo a Don Antonio. Además, mi madre estaba ya embarazada de su primera hija, mi hermana Mari. Así que pensaron que visto lo visto ya nadie les atacaría, y así fue. Pero lo más extraordinario de esta historia fue la reacción de mi abuelo. ¿Cómo pudo enterarse de que mis padres estaban en la cabaña del monte? Eso nadie lo sabe, pero lo cierto es que un buen día se presentó ante ellos y lo que era evidente es que no venía armado. Lo primero que les dijo fue:
—No tengáis miedo, que no vengo a pelear, solo quiero ver cómo está María.
Esta se abrazó a su padre y él le dijo:
—Por favor, no vayas a ver a tu madre, ella no te perdonará jamás. Y también quiero que sepas que te ha desheredado. Ya sabes que la rica de la familia era ella, todo lo ha puesto a nombre de tus dos hermanos (había dos casas, tierras y todo lo demás), para ti no ha dejado nada. Es más, a todo el mundo le dice que ya no tiene hija, así que para evitar conflictos, yo te aconsejaría que no bajaras a verla y todo seguirá en paz.
Era evidente que hasta él le tenía miedo a Leonor. Mi padre se disculpó con él por la forma en que se había visto obligado a llevarse a María, aunque también le dijo que había sido mucha culpa suya por no escucharlo cuando de buena fe vino a hablar con él para pedirle en matrimonio a su hija. Después de este buen razonamiento, echaron tabaco y fumaron juntos. Después de lo cual mi abuelo se bajó de la montaña.
A mi madre le gustaba la cabaña del monte y sobre todo le encantaba hacer el amor al olor del romero. Siempre nos contaba ese episodio de su vida. No le hubiera importado vivir allí eternamente, pero mi padre y ella solo habían venido a vender su rebaño (esta vez de verdad) y la vieja casa de sus tíos, para volverse a Morón de la Frontera, donde Francisco y Anita María le tenían guardado el rancho arrendado por mi padre, que esta vez sí pagó en propiedad con el buen dinero que había recuperado de sus ovejas. Un rancho hermoso donde acomodó a María, que ya estaba a punto de dar a luz a su segunda hija.
La número seis, yo
Anita María y Francisco no tenían hijos y se quedaron a vivir con mis padres hasta que en 1936 estalló la Guerra Civil Española. Anita Mª ayudaba a mi madre en las tareas de la casa y también la ayudó en esta ocasión a dar a luz a mi hermana Mari. Francisco y mi padre hacían hornos de carbón que luego cargaban en varios borricos que mi padre había comprado y se marchaban a venderlos a Sevilla. Mi padre decía que en Sevilla era la moda de los hornillos de carbón y era cierto, nada más instalarse en cualquier plaza se los quitaban de las manos. A su regreso, traía las alforjas de los borricos llenas de todo lo que hacía falta en la casa de campo donde vivían. Mi padre nunca pudo vivir en otro sitio que no fuera el campo, con su olor a plantas frescas. En cada viaje (que casi siempre duraba varios días), mi padre se empleaba a fondo para traerle a mi madre todo cuánto esta le había encargado: hilo, agujas… (a mi madre le gustaba la costura). Y para la casa: harina, café, azúcar, y garbanzos para su puchero de fideos. Pero sobre todo golosinas para las niñas, que ya eran dos (Mari y Modesta). Mis padres tendrán así hasta cinco hijos, por el momento (uno cada dos años cronometrados al punto y todos en años pares): Mari en 1924, Modesta en 1926, José en 1928, Antonio en 1930, Romualdo en 1932, y cerraron la fábrica, pero eso fue sin contar conmigo. Por aquel entonces yo me paseaba por esos limbos hasta que un día: “¡Zaaassss!” llamé a su puerta. Pero eso fue cuatro años más tarde y un poco despistada, puesto que el camino había sido borrado. Lo que no falló fue el año par, 1936, claro que si yo hubiera sabido la que se avecinaba, seguramente me lo habría pensado mejor y me hubiese quedado en el otro lado, pero la verdad es que siempre he sido muy curiosa y quería saber lo que había en este.
Lo cierto es que llegué con mucha prisa, mis padres, junto con Anita María y Francisco estaban recogiendo las aceitunas casi a finales de enero y mi madre gritó de pronto:
—¡José tiéndeme la manta y enciende un fuego que se me cae este niño!
—Pero María si todavía falta más de…
—¡Corre, corre!, ¡extiéndeme la manta y enciende un fuego!
—¡María, pero si todavía falta más de un mes y medio! —atisbó a decir mi padre que no me esperaba tan pronto.
—¡Corre avisa a Anita María! Pero mi padre no tuvo tiempo de llamar a nadie y pronto se vio con mi cabeza asomando. Justo tuvo tiempo de poner las manos para cogerme.
—¡María, es una niña! ¿Pero qué digo?, ¡esto no es ni una niña!, ¡es un pajarillo!, ¡es minúscula! Y… creo que… creo que está muer…
—¿Muerta?, ¿José, está muerta?
—Sí… No sé… No se mueve… No respira… ¡No puede ser, no puede estar muerta ahora que ha llegado!
Mi padre en su desesperación me cogió por los pies, me sacudió dándome tortas en el culo, pero nada. De pronto se abrió la camisa y poniéndome contra el calor de su cuerpo emprendió una loca carrera alrededor de los olivos y no paró hasta que me oyó llorar.
—¡Lo conseguí María, lo conseguí! Esta solo traía mucho frío, ¡mírala, mírala, minúscula pero viva! ¡Esta es mi niña!, ¡pero qué cabeza más chica, parece una mandarina! La vamos a llamar naranjita. Toma María dale leche a naranjita, esta lo que tiene es frío y hambre.
Mi madre a quién Francisco y Anita María habían acomodado cerca de la hoguera, le decía:
—¿Estás loco?, pero si aún no tengo leche, en todo caso tendré calostros como tus ovejas.
—Lo que sea María, pero arrímale el pezón y verás cómo chupa, que esta trae un hambre que se pela.
Y efectivamente, СКАЧАТЬ