Secta. Stefan Malmström
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Название: Secta

Автор: Stefan Malmström

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Off Versátil

isbn: 9788412272536

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СКАЧАТЬ ¡Será tan emo­c­io­nan­te! An­te­a­yer, cuando Daniel volvió a casa des­pués de la sesión, estaba en­can­ta­do.

      Peter dejó la taza en el mos­tra­dor y se giró hacia George, que estaba de pie dán­do­le ca­la­das a su pipa.

      —George, esta es Jenny. Ya ha hecho el curso de co­mu­ni­ca­ción y viene para su pri­me­ra au­di­to­ría.

      George se sacó la pipa de la boca, sonrió, le­van­tó la mano y le hizo una pe­q­ue­ña re­ve­ren­c­ia. Era bajito y del­ga­do, tenía una pe­ri­lla rubia y el pelo rojizo e iba todo ves­ti­do de color beis: el jersey, la camisa y los pan­ta­lo­nes de pinzas.

      —Bien­ve­ni­da, Jenny. Es un placer co­no­cer­te —dijo en inglés.

      Jenny no supo cómo com­por­tar­se con George. Se sentía in­se­gu­ra, in­ti­mi­da­da por todo lo que la gente decía sobre él. Pri­me­ro le dio la mano, pero luego le salió hacer una ge­nu­fle­xión. Se arre­pin­tió de in­me­d­ia­to. Se sentía como una niña pe­q­ue­ña.

      —Gra­c­ias. He oído hablar mucho de ti. Me alegro de co­no­cer­te fi­nal­men­te —res­pon­dió, tam­bién en inglés.

      Tan pronto como aq­ue­llas pa­la­bras sa­l­ie­ron de su boca, se dio cuenta de lo es­tú­pi­das que so­na­ban. ¿Que había «oído hablar mucho» de él? Ahora seguro que le pre­gun­ta­ría qué había oído y ella ten­dría que res­pon­der. Menos mal que Peter la salvó:

      —George en­t­ien­de sueco, Jenny. Pero pre­f­ie­re hablar en inglés. —Le dedicó una gran son­ri­sa a George y le dijo en sueco—: Hablas nues­tra lengua, ¿verdad, George?

      Lo dijo con un mar­ca­do acento inglés y dejó ir una car­ca­ja­da. George tam­bién rio con ganas, sol­tan­do un fal­set­to es­tri­den­te.

      —¡Ya lo creo! —res­pon­dió George, to­da­vía riendo.

      En­ton­ces Peter cogió a Jenny del brazo y la acom­pa­ñó a la sala de las au­di­to­rí­as. Era un es­pa­c­io pe­q­ue­ño con una bonita mesa de roble en el centro. A su vez, en el centro de la mesa había una cajita de madera con una pe­ga­ti­na re­don­da y roja en el medio. En la pe­ga­ti­na, una gran «s» se en­re­da­ba en dos trián­gu­los. De la caja salían dos cables, cada uno sujeto con un tor­ni­llo a una lata de alu­mi­n­io. Pa­re­cí­an latas de cer­ve­za en mi­n­ia­tu­ra, aunque no había nada es­cri­to en ellas. Peter se sentó en la silla de ofi­ci­na e invitó a Jenny a aco­mo­dar­se en el sillón.

      —Esto es un e-metro —dijo Peter, le­van­tan­do la cajita de madera—. La pa­la­bra com­ple­ta es elec­tró­me­tro. Como ves, es un modelo an­ti­g­uo. Ahora los hacen de plás­ti­co, pero yo pre­f­ie­ro este. Es más au­tén­ti­co.

      Abrió la tapa y la colocó como so­por­te del resto del apa­ra­to. Ahora, Jenny podía ver el in­te­r­ior de la caja. Tenía un mo­ni­tor ana­ló­gi­co que ocu­pa­ba gran parte de una su­per­fi­c­ie azul bri­llan­te de vidrio. Una flecha me­tá­li­ca se movía dentro del mo­ni­tor, apun­tan­do a una línea se­mi­cir­cu­lar que mar­ca­ba cuatro ve­lo­ci­da­des: salida, cre­ci­m­ien­to, caída y prueba. Debajo del vidrio había tres rue­de­ci­tas negras y, a la iz­q­u­ier­da, dos con­tro­les. Peter le pidió a Jenny que co­g­ie­ra una lata en cada mano.

      —Cuando en­c­ien­da el e-metro, sen­ti­rás que una pe­q­ue­ña co­rr­ien­te eléc­tri­ca pasa por tu cuerpo y vuelve al apa­ra­to —aclaró.

      Jenny le­van­tó las cejas.

      —Tran­q­ui­la —dijo Peter—, la co­rr­ien­te es de­ma­s­ia­do débil para causar daños, tan débil como la ba­te­ría de una lin­ter­na. Puedes re­la­jar­te. —En­cen­dió el apa­ra­to y miró a Jenny—: No notas nada, ¿verdad?

      Jenny negó con la cabeza.

      —Ahora mira la flecha.

      Jenny se in­cli­nó y vio que la flecha apun­ta­ba hacia arriba, a la mitad del se­mi­cír­cu­lo. Prác­ti­ca­men­te no se movía, solo vi­bra­ba le­ve­men­te.

      —Sigue mi­ran­do. Yo te con­ta­ré un chiste. Tú es­cú­cha­me y no dejes de mirar la flecha. Esto son dos to­ma­tes que van an­dan­do por la ca­rre­te­ra y uno le dice al otro: «Cui­da­do, que viene un camión». «¿Un qué?». «Un chof».

      Jenny rio. La aguja había em­pe­za­do a mo­ver­se. Ya se sabía el chiste, pero siem­pre le hacía gracia.

      —¿Has visto lo que ha hecho la flecha? —le pre­gun­tó Peter.

      —Sí. Ha em­pe­za­do a mo­ver­se justo cuando he sabido qué chiste ibas a contar.

      —Bien. Lo que ha pasado es que pri­me­ro tu mente se re­sis­tía, pero cuando tus pen­sa­m­ien­tos se han vuelto po­si­ti­vos, has bajado la guar­d­ia y la ener­gía ha cam­b­ia­do. Cuando ocurre esto, de­ci­mos que la flecha fluye: se mueve de forma uni­for­me, des­li­zán­do­se por la línea con pasos pe­q­ue­ños. En te­ra­p­ia, uti­li­za­mos el e-metro para iden­ti­fi­car las ex­pe­r­ien­c­ias ne­ga­ti­vas que tienen lugar en un estado de PC, es decir, de pre-cla­ri­dad. Las per­so­nas te­ne­mos ten­den­c­ia a blo­q­ue­ar todo aq­ue­llo que nos causa dolor. La psi­co­lo­gía los llama tr­au­mas a estos acon­te­ci­m­ien­tos, pero no­so­tros los lla­ma­mos en­gra­mas. El blo­q­ueo de en­gra­mas es un me­ca­nis­mo de su­per­vi­ven­c­ia: nues­tras per­cep­c­io­nes sen­so­r­ia­les se al­ma­ce­nan en el sub­cons­c­ien­te para que po­da­mos iden­ti­fi­car­las y así evitar si­t­ua­c­io­nes pa­re­ci­das en el futuro. El pro­ble­ma es que si tienes de­ma­s­ia­dos en­gra­mas em­p­ie­zas a sen­tir­te mal y a actuar sin ton ni son. De hecho, los en­gra­mas son la causa de todas las en­fer­me­da­des men­ta­les y pro­vo­can mucho su­fri­m­ien­to. Por eso uso el e-metro: me ayuda a ver el mo­men­to en que tus pen­sa­m­ien­tos chocan con un en­gra­ma, porque justo en­ton­ces la aguja da una sa­cu­di­da brusca. Así puedo ayu­dar­te a re­cu­pe­rar el re­c­uer­do que tienes que sacar a la luz. Cuando ese re­c­uer­do pasa de tu sub­cons­c­ien­te a tu cons­c­ien­te, tam­bién li­be­ras la ener­gía ne­ga­ti­va que con­t­ie­ne. ¿Me sigues?

      Jenny asin­tió y se irguió en el sillón. Sentía ma­ri­po­sas en el es­tó­ma­go.

      —Cuando al­g­u­ien libera todos sus en­gra­mas llega al nivel Cla­ri­dad. A un Cla­ri­dad ya no le afec­tan los en­gra­mas. Es sen­ci­lla­men­te una per­so­na in­te­li­gen­te, sa­tis­fe­cha y feliz, una per­so­na que tiene su vida bajo con­trol.

      Peter giró el e-metro para ver el mo­ni­tor. Luego sacó una li­bre­ta grande y un bo­lí­gra­fo.

      —¿Qué te parece? —pre­gun­tó.

      —Pues genial —con­tes­tó Jenny—. Emo­c­io­nan­te.

      —Bien. Manos a la obra, pues. Em­pe­za­re­mos con una serie de en­gra­mas СКАЧАТЬ