Ruina y putrefacción. Jonathan Maberry
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Название: Ruina y putrefacción

Автор: Jonathan Maberry

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Ruina y putrefacción

isbn: 9786075572116

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СКАЧАТЬ ti te hubiera gustado. Le he pedido a Tom Imura que te encuentre. Es un buen hombre, y sé que será gentil contigo. Te amo, Harold. Que Dios pueda darte Su paz. Sé que cuando llegue mi hora me estarás esperando. Me esperarás con Bethy y el pequeño Stephen, y estaremos todos juntos otra vez en un mundo mejor. Por favor, perdóname por no tener el valor para ayudarte antes. Siempre te amaré.

       Tuya por siempre,

       Claire

      Benny estaba llorando cuando Tom terminó. Se dio la vuelta, cubrió su rostro con las manos y sollozó. Tom se le acercó, lo abrazó y besó su cabeza.

      Luego se alejó, tomó aliento, y sacó un segundo cuchillo de su bota. Éste, sabía Benny, era el favorito de Tom: una daga negra y larga, de doble filo, con una empuñadura estriada y una hoja de diecisiete centímetros. Benny no creía que fuera a ser capaz de mirar, pero levantó la cabeza y vio a Tom poner la carta en la mesa delante de Harold Simmons y aplanarla. Luego se colocó detrás del zombi y empujó suavemente su cabeza hacia delante, de modo que pudiera poner la punta de su cuchillo contra el hueco en la base del cráneo.

      —Puedes mirar a otro lado si quieres, Benny —dijo.

      Benny no quería ver, pero no apartó la mirada.

      Tom asintió. Volvió a tomar aire y luego clavó la hoja en la parte trasera del cuello del zombi. La daga se deslizó casi sin esfuerzo dentro del espacio entre la columna y el cerebro, y el filo de la hoja rebanó por completo el tallo cerebral.

      Harold Simmons dejó de resistirse. Su cuerpo no se estremeció; no hubo espasmo de muerte. Simplemente cayó hacia delante, retenido por el cordel de seda, y se quedó quieto. La fuerza que hubiera estado activa en él, el patógeno o radiación o lo que fuera que hubiese acabado con el hombre y dado paso al zombi, se había ido.

      Tom cortó las cuerdas que retenían los brazos de Simmons y levantó ambas manos para ponerlas sobre la mesa, de modo que las palmas del muerto mantuvieran la carta en su lugar.

      —Ten paz, hermano —dijo Tom.

      Limpió su cuchillo y retrocedió. Miró a Benny, que estaba sollozando abiertamente.

      —Esto es lo que yo hago, Benny.

Portada

      13

      En los cinco días posteriores a su regreso, Benny nada hizo. En las mañanas se sentaba en el jardín, invisible en la sombra fresca de la casa a medida que el sol se levantaba al oriente. Cuando el sol estaba en lo alto, Benny entraba en la casa, se sentaba en su habitación y miraba por la ventana. Al ponerse el sol, bajaba las escaleras y se acomodaba en el primer escalón del porche. No dijo más que una docena de palabras. Tom cocinaba las comidas y las servía, y a veces Benny comía y a veces no.

      Tom no intentó forzar una conversación. Cada noche abrazaba a su hermano y le decía:

      —Podemos hablar mañana si quieres.

      Nix llegó el tercer día. Cuando Benny la vio del otro lado de la cerca del jardín, él sólo le dedicó un leve gesto de asentimiento. Ella entró y se sentó junto a su amigo.

      —No sabía que hubieras regresado —dijo.

      Benny guardó silencio.

      —¿Estás bien?

      Benny encogió los hombros pero siguió en silencio.

      Nix se sentó con él por cinco horas y luego regresó a casa.

      Chong y Morgie llegaron con guantes y una pelota de beisbol, pero Tom los recibió en la puerta.

      —¿Qué le pasa a Benny? —preguntó Chong.

      Tom bebía agua de una taza y contemplaba con ojos entrecerrados a unas abejas aturdidas por el sol, que flotaban sobre los arbustos.

      —Sólo necesita un poco de tiempo.

      —¿Para qué? —preguntó Morgie.

      Tom no respondió. Los tres miraron a donde Benny estaba sentado, mirando el pasto que se curvaba alrededor de los bordes de sus zapatos deportivos.

      —Sólo necesita un poco de tiempo.

      Los amigos se fueron.

      Nix vino el siguiente día. Y el siguiente.

      En la sexta mañana, ella llevó una canasta de paja trenzada llena de panquecitos de mora azul, recién salidos del horno. Benny aceptó uno, lo olfateó y lo devoró sin hacer comentarios.

      Un par de cuervos aterrizaron en la cerca, y Benny y Nix los observaron por cerca de una hora.

      —Los odio —dijo Benny.

      Nix asintió, sabiendo que el comentario no era sobre los cuervos ni sobre algo que estuviera a la vista. No sabía qué había querido decir Benny, pero entendía el odio. Su madre estaba enferma de él. Nix no podía recordar un solo día en el que su madre no encontrara una razón para maldecir a Charlie Ojo Rosa o mandarlo al infierno.

      Benny se inclinó y levantó una piedra, y por un momento miró a los cuervos, como si fuera a arrojarles la piedra, como él y Morgie siempre habían hecho. No para lastimarlos, sino para asustarlos y que hicieran ruido. Benny sopesó la piedra en su palma y abrió los dedos para dejarla caer al pasto.

      —¿Qué pasó allá? —cuestionó Nix, haciendo la pregunta que había estado quemando el aire por una semana.

      Le tomó a Benny diez minutos contarle de Ruina y Putrefacción. Pero Benny no habló sólo de zoms. En cambio, habló de tres cazarrecompensas en un acantilado junto a un arroyo en las montañas. Lo dijo sin emoción, casi monótonamente, pero mucho antes de que terminara, Nix estaba llorando. Los ojos de Benny estaban secos y endurecidos, como si lo visto hubiera evaporado todas sus lágrimas. Nix puso su mano sobre la de Benny, y los dos permanecieron sentados así por más de una hora después de que el relato terminara, mirando envejecer el día.

      Mientras estaban sentados, Nix esperó a que Benny diera vuelta a su mano, a que tomara la suya, que doblara sus dedos o los entrelazara con los de ella. Nunca se había sentido más cerca de él, nunca había creído tanto en la posibilidad de ellos como entonces. Pero la hora se quemó y se hizo ceniza, y Benny no correspondió a su apretón. Simplemente le permitía hacerlo.

      Cuando los grillos nocturnos comenzaron a cantar, Nix se levantó y salió por la puerta del jardín. Benny no había dicho otra palabra luego de terminar su relato. Nix no estaba realmente segura de que él supiera que ella había tomado su mano. O que se había ido.

      Lloró durante todo el camino a casa. En silencio, para sí misma. No por haber perdido a Benny, sino porque ahora sabía que nunca lo había tenido. Lloraba por el dolor que lo aquejaba, un dolor que quizás ella nunca podría remover.

      Benny se sentó afuera hasta que oscureció por completo. Dos veces miró la puerta del jardín, al recuerdo de Nix abriéndola con cuidado y cerrándola tras de sí. Sufría. СКАЧАТЬ