Ruina y putrefacción. Jonathan Maberry
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Название: Ruina y putrefacción

Автор: Jonathan Maberry

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Ruina y putrefacción

isbn: 9786075572116

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СКАЧАТЬ asegurarse de que el zombi siguiera allí.

      Sólo que ya no estaba.

      —¡Tom! —gritó Benny—. ¡Cuidado!

      Una figura oscura se arrojó hacia Tom desde las sombras del corredor de la entrada. Quiso asirlo con dedos blancos como la cera y gemía con un apetito indecible. Benny gritó.

      Entonces pasó algo que Benny no pudo comprender. Tom estaba ahí y de pronto no estaba. El cuerpo de su hermano se movió con gran rapidez mientras se balanceaba hacia el costado del brazo derecho del zombi, se agachaba, agarraba desde atrás las espinillas del zombi, y empujaba con el hombro la espalda del antiguo Harold Simmons. El zombi cayó instantáneamente hacia delante, de cara, levantando nubes de polvo de la alfombra. Tom saltó a la espalda del zombi y usó las rodillas para aplastar los dos hombros contra el suelo.

      —¡Cierra la puerta! —ladró Tom mientras extraía un rollo de cordel de seda delgado de un bolsillo de su chamarra. Enredó el cordel alrededor de las muñecas del zombi y tiró de él para juntar y atar las dos manos detrás de la espalda de la criatura. Levantó la vista—. ¡Benny, la puerta, ya!

      Benny salió de su estupor y notó que había movimiento en su visión periférica. Miró a la mujer, las dos niñas y el zombi de la bata, tambaleándose por el caminito del jardín. Benny azotó la puerta y la aseguró, y luego se recargó contra ella, jadeando, como si hubiera luchado cuerpo a cuerpo con un zombi hasta derribarlo. Con una sensación de horror, entendió que lo que había atraído a los otros zombis probablemente había sido su propio grito de advertencia.

      Tom sacó una navaja plegable y cortó el cordel de seda. Mantuvo su peso sobre el zombi que se retorcía mientras hacía un lazo grande, como un nudo de horca. El zombi seguía tratando de volver la cabeza para morder, pero a Tom no parecía preocuparle. Tal vez sabía que el zombi no podía alcanzarlo, pero Benny seguía aterrado por aquellos dientes grises y podridos.

      Con un hábil giro de la muñeca, Tom metió la cabeza del zombi dentro del nudo, atorándolo bajo la barbilla, y luego tiró del cordel, cerrando el lazo y obligando a la criatura a apretar las mandíbulas, que se sellaron con un clac. Tom enredó más cordel alrededor de la cabeza del zombi, de modo que el hilo pasaba bajo la mandíbula inferior y sobre la coronilla. Cuando dio tres vueltas de cordel, lo ató con fuerza. Aplastó el cuerpo del zombi, inmovilizó sus piernas y sujetó sus talones uno al otro.

      Luego Tom se puso en pie, guardó el resto del cordel en el bolsillo y plegó su navaja. Se sacudió el polvo de las ropas y volteó hacia Benny.

      —Gracias por la advertencia, niño, pero ya lo tenía.

      —¡Con un…!

      —Esa boca —lo interrumpió Tom en voz baja.

      Tom fue hacia la ventana y miró hacia el exterior.

      —Hay ocho de ellos allá afuera.

      —¿No… es decir… no deberíamos… sellar las ventanas, tapiarlas con maderos?

      Tom rio.

      —Oyes demasiadas historias. Si empezáramos a clavar tablas, el sonido alertaría a todos los muertos vivientes en el pueblo. Quedaríamos sitiados.

      —Pero estamos atrapados.

      Tom lo miró.

      —“Atrapados” es un término relativo —dijo—. No podemos salir por la puerta del frente, pero me imagino que habrá una detrás. Terminaremos nuestro trabajo aquí y luego saldremos con calma y en silencio, y seguiremos nuestro camino.

      Benny se quedó mirándolo y luego al zombi, que intentaba escapar, retorciéndose y gimiendo.

      —Tú… acabas de…

      —Es práctica, Benny. He hecho esto antes. Vamos, ayúdame a levantarlo.

      Se arrodillaron a ambos lados del zombi, pero Benny no quería tocarlo. Nunca antes había tocado un cadáver de ningún tipo, y no quería empezar con el que recién había tratado de morder a su hermano.

      —Benny —dijo Tom—, ya no puede lastimarte. Está indefenso.

      La palabra indefenso golpeó duramente a Benny. Le hizo recordar la imagen del Viejo Roger —sin ojos, sin dientes, sin dedos— y las dos mujeres que lo cuidaban. Y todos esos torsos desmembrados en la carreta.

      —Indefenso —murmuró—. Dios…

      —Vamos —dijo Tom con suavidad.

      Juntos levantaron al zombi. Era ligero, mucho más ligero que lo que Benny había esperado, y lo cargaron y lo arrastraron al comedor, lejos de la ventana de la sala. La luz del sol entraba en rayos inclinados a través de las cortinas apolilladas. Los restos de una comida se habían convertido en polvo hacía largo tiempo sobre la mesa. Sentaron al zombi en una silla, y Tom sacó el rollo de cordel y lo amarró a ella. El zombi siguió luchando, pero Benny comprendió. El zombi realmente estaba indefenso.

      Indefenso.

      La palabra flotaba en el aire, fea y llena de un nuevo y terrible significado.

      —¿Qué hacemos con él? —preguntó Benny—. Es decir… después.

      —Nada. Lo dejamos aquí.

      —¿No deberíamos enterrarlo?

      —¿Por qué? Ésta fue su casa. El mundo entero es un cementerio. Si fueras tú, ¿preferirías estar en una cajita de madera bajo la tierra fría, o en el lugar donde viviste? Un lugar donde fuiste feliz y amado.

      Ningún pensamiento le atraía a Benny. Tembló incluso aunque en la habitación hacía mucho calor.

      Tom sacó el sobre de su bolsillo. Aparte del retrato de erosión doblado, había una pieza de papel membretado color crema en el que había varios renglones escritos a mano. Tom los leyó en silencio, suspiró y se dirigió a su hermano.

      —Inmovilizar a los muertos es complicado, Benny, pero no es la parte más difícil —le tendió la carta—. Es ésta.

      Benny tomó la carta.

      —Mis clientes, la gente que me contrata para venir aquí, usualmente tienen un mensaje para sus seres queridos. Cosas que quisieran decir ellos mismos, pero no pueden. Cosas que necesitan que sean dichas, para que puedan tener un cierre. ¿Entiendes?

      Benny leyó la carta. El aliento se atoró inesperadamente en su garganta, y asintió a medida que las primeras lágrimas rodaban por sus mejillas.

      Su hermano volvió a tomar la carta.

      —Necesito leerla en voz alta, Benny. ¿Entiendes?

      Benny asintió.

      Tom acomodó la carta para que la alumbrara la luz polvorienta, y leyó:

       Mi querido Harold. Te amo y te extraño. Te he extrañado desesperadamente durante todos estos años. Todavía sueño contigo cada noche, y cada mañana rezo por que hayas encontrado la paz. Te perdono por lo que trataste de hacerme. Te perdono por lo que hiciste a los niños. Te odié por largo tiempo, pero СКАЧАТЬ