Ruina y putrefacción. Jonathan Maberry
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Ruina y putrefacción - Jonathan Maberry страница 21

Название: Ruina y putrefacción

Автор: Jonathan Maberry

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Ruina y putrefacción

isbn: 9786075572116

isbn:

СКАЧАТЬ de la carretera con su cara inclinada hacia el sol.

      No se movía.

      Tom dobló el retrato de erosión y lo puso en su bolsillo, y luego sacó el frasco de cadaverina y roció un poco sobre sus vestiduras. Se lo tendió a Benny. Luego puso un poco de gel de menta sobre su labio superior y le pasó el frasco a su hermano.

      —¿Listo?

      —Ni remotamente.

      Tom aflojó su espada dentro de la funda y encabezó la marcha. Benny sacudió la cabeza, inseguro de cómo, exactamente, el día lo había dirigido a este momento, y lo siguió.

      12

      —¿No van a atacarnos? —murmuró Benny.

      —No si somos listos y tenemos cuidado. El truco es moverse despacio. Responden a los movimientos rápidos. Al olor también, pero eso lo tenemos cubierto.

      —¿No pueden oírnos?

      —Pueden —dijo Tom—. Así que cuando lleguemos al pueblo, no hables a menos que yo lo haga, e incluso entonces… menos es más, y un volumen bajo es mejor que uno alto. He visto que hablar despacio ayuda. Muchos de los muertos gimen… así que están acostumbrados a sonidos graves.

      —Esto es como los exploradores —dijo Benny—. El señor Feeney nos decía que cuando estamos en la naturaleza debemos actuar como si fuéramos parte de la ella.

      —Para bien o para mal, Benny… esto también es parte de la naturaleza.

      —Eso no me hace sentir bien, Tom.

      —Esto es Ruina y Putrefacción, niño… Nadie se siente bien aquí. Ahora guarda silencio, y mantén los ojos abiertos.

      Caminaron más despacio a medida que se acercaban a las primeras casas. Tom se detuvo y pasó unos minutos estudiando el pueblo. La calle principal subía hasta donde ellos estaban, así que tenían una buena panorámica. Moviéndose muy despacio, Tom sacó el sobre de su bolsillo y desdobló el retrato de erosión.

      —Mi cliente dijo que era la sexta casa de la calle principal —murmuró Tom—. Puerta principal roja y cerca blanca. ¿La ves? Ahí, después del viejo camión de correos.

      —Ajá —dijo Benny sin mover los labios. Estaba aterrado por los zombis que estaban en sus jardines a no más de veinte pasos.

      —Estamos buscando a un hombre llamado Harold Simmons. No hay nadie en el jardín, así que tal vez tengamos que entrar.

      —¿Entrar? —preguntó Benny, con voz temblorosa.

      —Ven —Tom comenzó a moverse despacio, apenas levantando los pies. No imitaba exactamente el paso lento y deslizante de los zombis, pero sus movimientos eran fluidos. Benny hizo su mejor esfuerzo para imitar todo lo que Tom hacía. Pasaron dos casas en las que había zombis en sus jardines. La primera casa, a su izquierda, tenía tres zombis al otro lado de una cerca de alambre que les llegaba a las caderas. Dos niñas pequeñas y una mujer mayor. Sus ropas eran jirones que ondeaban como banderillas de fiesta en la brisa cálida. Cuando Tom y Benny caminaron junto a ellas, la mujer mayor giró hacia ellos. Tom se detuvo y esperó, con la mano tocando la empuñadura de su espada, pero los ojos muertos de la mujer no se detuvieron en ellos. Unos pasos más adelante, a su derecha, cruzaron un jardín, en el que estaba un hombre en bata de baño, mirando hacia una esquina de la casa como esperando a que algo sucediera. Estaba en pie entre hierbajos y enredaderas que envolvían sus pantorrillas. Parecía haber estado así durante años, y, con una sensación de horror, Benny entendió que probablemente así fuera.

      Benny quería dar la vuelta y correr. Su boca estaba tan seca como la arena, y el sudor corría por su espalda empapando su ropa interior.

      Se movieron a un paso constante por la calle, siempre despacio. El sol se dirigía a la parte occidental del cielo, y oscurecería en unas cuatro o cinco horas. Benny supo que no podrían volver a casa antes del ocaso. Se preguntó si Tom lo llevaría de regreso a la gasolinera… o si estaba lo bastante demente para guarecerse en una casa vacía del pueblo fantasma. Si tuviera que dormir en una casa de zombis, incluso si no había zombi alguno, Benny estaba seguro de que se alteraría más que una vaca loca.

      —Ahí está —murmuró Tom, y Benny miró hacia la casa con la puerta roja. Un hombre estaba en el interior, mirando hacia fuera por un ventanal. Alguna vez había tenido pelo color arena y una barba rala, pero ahora el cabello y la barba casi habían desaparecido, y la piel de su cara parecía cuero restirado.

      Tom se detuvo afuera de la cerca de madera blanca despintada. Miró del retrato de erosión al hombre en la ventana y de regreso.

      —¿Benny? —dijo en voz baja—. ¿Crees que sea él?

      —Ajá —confirmó Benny en un chillido.

      El zombi en la ventana parecía mirarlos. Benny estaba seguro de ello. La cara desgastada y los pálidos ojos muertos apuntaban directamente a la cerca, como si hubiera estado esperando todos esos años que un visitante llegara a la puerta de su jardín.

      Tom presionó la puerta con un dedo de su pie. Estaba cerrada.

      Moviéndose muy despacio, Tom se inclinó y descorrió el cerrojo. El proceso tomó más de dos minutos. Un sudor nervioso corría por la cara de Benny, y no podía apartar los ojos del zombi.

      Tom empujó la puerta con su rodilla, y la abrió.

      —Muy, muy despacio —dijo—. Luz roja, luz verde… Hasta la puerta.

      Benny conocía el juego, aunque, en realidad, nunca había visto un semáforo funcionando. Entraron en el jardín. La mujer mayor en el primer jardín se volvió de pronto hacia ellos. Y también el zombi de la bata de baño.

      —Alto —siseó Tom—. Si tenemos que correr, ve a la casa. Nos podemos encerrar y esperar a que se dispersen.

      La mujer y el hombre de la bata los encaraban, pero no avanzaron.

      La escena transcurrió así por un minuto que pareció una hora.

      —Tengo miedo —dijo Benny.

      —Está bien sentir miedo —dijo Tom—. Temer es sabio. Sólo no dejes que te invada el pánico. O podría matarte.

      Benny casi asintió, pero se contuvo.

      Tom dio un paso lento. Luego otro. Era un avance irregular, con el cuerpo meciéndose como si sus rodillas estuvieran entumecidas. El zombi de la bata de baño giró y observó fijamente la sombra de una nube que se movía por el valle, pero la mujer no apartaba la vista de ellos. Su boca se abría y se cerraba, como si estuviera masticando despacio.

      Pero pronto ella también se apartó para mirar la sombra en movimiento.

      Tom dio un paso y luego otro. Benny lo siguió al fin. El proceso era terriblemente lento, pero a Benny le parecía que se movían demasiado rápido. Sin importar el esfuerzo que hicieran, le parecía que todo lo hacían mal, que los zombis —todos ellos, de un lado y otro de la calle— de pronto correrían hacia ellos y gemirían con sus voces resecas y polvosas, y que una gran masa de muertos hambrientos los rodearía.

      Llegaron a la puerta y Tom tocó el СКАЧАТЬ