Название: Anna Karenina
Автор: León Tolstoi
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Colección Oro
isbn: 9788418211379
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Cuando subió a su habitación para vestirse, Kitty, mirándose al espejo, comprobó con felicidad que estaba en uno de sus mejores días. Se sentía con pleno dominio de sí misma, serena, y sus movimientos eran graciosos y desenvueltos.
El sirviente anunció, a las siete y media, apenas había bajado al salón:
—El señor Constantino Dmitrievich Levin.
La Princesa se encontraba todavía en su habitación y el Príncipe tampoco había bajado. «Ahora...», se dijo Kitty, mientras sentía que la sangre le afluía al corazón. Se miró al espejo y se espantó de su propia lividez.
Ahora comprendía claramente que si él había llegado tan rápido era para hallarla sola y pedir su mano. Y repentinamente el asunto se le presentó bajo una nueva apariencia. Ya no se trataba de ella sola, ni de saber con quién podría ser dichosa y a quién elegiría; ahora entendía que era preciso herir de una manera cruel a un hombre a quien quería. Y ¿por qué? ¡Porque él, tan encantador, estaba muy enamorado de ella! Pero ella no podía hacer nada: las cosas tenían que ser de esa manera.
«¡Mi Dios! ¡Que sea yo misma quien se lo tenga que decir!», pensó. «¿Voy a tener que decirle que no le amo? ¡Pero esto sería una mentira! ¿Que quiero a otro? ¡Eso no es posible! Me marcho, me marcho...».
Ya se iba a ir cuando sintió los pasos de Levin.
«No, es incorrecto que me marche. ¿Y por qué tengo que tener miedo? ¿Qué hice de malo? Le voy a decir la verdad y no me sentiré cohibida ante él. Sí, es mejor que suceda... Ya está aquí», pensó al distinguir la tímida y pesada silueta que la contemplaba con ojos apasionados.
Kitty le miró a la cara como si suplicase su misericordia, y le extendió la mano.
—Veo que llegué demasiado pronto —dijo Levin, mientras examinaba el salón vacío. Y su cara se ensombreció cuando comprobó que, como esperara, nada iba a dificultar sus explicaciones.
—¡Oh, no! —respondió Kitty, tomando asiento al lado de una mesa.
—En verdad quería encontrarla sola —explicó él, sin tomar asiento y sin mirarla, con el fin de no perder el valor.
—Mamá vendrá pronto. Se cansó mucho ayer... Ayer...
Conversaba sin saber lo que estaba diciendo y sin apartar de Levin su mirada acariciadora y suplicante.
Él la contempló de nuevo. Kitty se sonrojó y calló.
—Le dije ya que ignoro cuánto tiempo voy a estar en Moscú, que todo dependía de usted.
Ella inclinó más todavía la cabeza no sabiendo cómo habría de responder a la pregunta que intuía.
—Y depende de usted porque deseaba... deseaba decirle que... quisiera que usted se casara conmigo.
Habló casi inconscientemente. Después guardó silencio y miró a la muchacha cuando se dio cuenta de que lo más grave ya lo había dicho.
Kitty respiraba con dificultad, apartando la mirada. En lo profundo de su ser se sentía contenta y su alma rebosaba felicidad. Jamás había creído que esa declaración le pudiera producir una impresión tan honda.
Sin embargo, eso duró un solo instante. Le vino a la memoria Vronsky y, dirigiendo a Levin la mirada de sus ojos transparentes y sinceros y viendo la expresión angustiada de su cara, dijo de forma precipitada.
—Discúlpeme... Es imposible...
¡Qué cercana estaba Kitty a él un instante antes y lo necesaria que era para su vida! Y en este momento, ¡qué distante, qué alejada de él!
—Claro, no podía ser de otra manera —dijo él, sin mirarla. Se despidió y se dispuso a irse.
XIV
Sin embargo, la Princesa entró en aquel momento. Al ver que los dos muchachos estaban solos y que en sus caras se retrataba una turbación muy profunda, el horror se dibujó en su rostro. En silencio, Levin saludó a la Princesa. Kitty mantenía baja la mirada y callaba.
«Le dijo que no, gracias a Dios», pensó su madre.
Y en su cara apareció la sonrisa acostumbrada con que recibía cada jueves a sus invitados.
Tomó asiento y comenzó a preguntar a Levin sobre su vida en el pueblo. Él también se sentó, esperando que llegasen otros invitados con el fin de poder marcharse sin llamar la atención.
Cinco minutos después entró la condesa Nordston, una amiga de Kitty, que se había casado el invierno pasado.
Era una mujer de brillantes ojos negros, nerviosa, enfermiza, seca y amarillenta. Quería a Kitty y, como ocurre siempre cuando una mujer casada siente afecto por una soltera, su cariño se expresaba en su deseo de casar a la muchacha con un hombre como Vronsky, que respondía a su ideal de felicidad.
A comienzos de invierno, la Condesa había encontrado frecuentemente a Levin en casa de los Scherbazky. No sentía simpatía por él. Cuando le encontraba, su placer más grande consistía en divertirse a costa suya.
—Me gusta mucho —decía— darme cuenta cómo me observa desde la altura de su superioridad, bien cuando condesciende en soportar mi inferioridad o bien cuando interrumpe su charla culta conmigo considerándome una estúpida. Me encanta esa condescendencia. Me complace bastante saber que no me puede tolerar.
Estaba en lo cierto: Levin sentía desprecio por ella y la encontraba completamente inaguantable en virtud de lo que ella consideraba sus mejores cualidades: el nerviosismo y la refinada indiferencia y desprecio hacia todo lo corriente y simple.
Entre los dos se habían establecido, pues, esas relaciones tan habituales en sociedad, caracterizadas por el hecho de que dos personas sostengan, aparentemente, relaciones amistosas sin que por eso dejen de sentir tanto desprecio el uno por el otro que ni siquiera se puedan ofender.
De inmediato, la condesa Nordston atacó a Levin.
—¡Vaya, Constantino Dmitrievich! ¡Ya le tenemos nuevamente en nuestra pervertida Babilonia! —dijo, tendiéndole su pequeña mano amarillenta y recordando que, meses antes, Levin llamó a Moscú Babilonia—. ¿Qué? ¿Usted se ha corrompido o Babilonia se ha regenerado? —preguntó, mientras miraba a Kitty con cierto sarcasmo.
—Condesa, me honra bastante que usted recuerde mis palabras —respondió Levin, quien, ya repuesto, se adaptaba instintivamente al tono acostumbrado, entre hostil e irónico, con que trataba a la Condesa—. ¡Debieron de impresionarla bastante!
—¡Imagínese! ¡Hasta las anoté! Kitty, ¿patinaste hoy?
Y empezó a hablar con la muchacha. A pesar de que irse en ese momento era una inconveniencia, Levin prefirió cometerla a quedarse durante toda la noche viendo a Kitty mirarle de vez en cuando y esquivar su mirada en otras oportunidades.
Ya se iba a poner en pie cuando la Princesa, dándose cuenta de su silencio, le preguntó:
—¿Va СКАЧАТЬ