Anna Karenina. León Tolstoi
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Название: Anna Karenina

Автор: León Tolstoi

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección Oro

isbn: 9788418211379

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СКАЧАТЬ carácter de las personas... Predijo, por ejemplo, que la Schajovskaya contraería matrimonio con Brenteln. Y nadie lo quería creer. Sin embargo, resultó. Muy bien: está de tu parte.

      —¿Quieres decir, que...?

      —Que no únicamente simpatiza contigo, sino que asegura que Kitty será tu esposa, sin ninguna duda.

      Al escuchar esas palabras, la cara de Levin se iluminó con una de esas sonrisas tras de las que da la impresión que casi van a brotar lágrimas de ternura.

      —¡Así que dice eso! —exclamó—. He opinado siempre que tu mujer es una persona admirable. Bien; ya es suficiente. Ya no hablemos más de eso —agregó, poniéndose en pie.

      —Muy bien, pero toma asiento.

      Pero Levin no se podía sentar. Con sus firmes pasos dio dos vueltas por la pequeña estancia, pestañeando fuertemente para dominar sus lágrimas, y solamente entonces volvió a sentarse en su silla.

      —Entiende —dijo— que esto no es un amor corriente. Yo he estado enamorado, pero no como en este momento. Ya no es un sentimiento, sino que se trata de una fuerza superior a mí que me conduce a ella. Me marché de Moscú porque creí que eso no podía ser, como no puede ser que haya felicidad en la Tierra. Después luché conmigo mismo y comprendí que la vida sin ella me será imposible. Es necesario que tome una decisión.

      —¿Por qué te marchaste?

      —¡Oh, espera, espera! ¡Ahora se me están ocurriendo tantas cosas para preguntarte! No te imaginas el efecto que tus palabras me han causado. La dicha me ha transformado casi en un ser poco digno. Hoy supe que mi hermano Nicolás se encuentra aquí, ¡y hasta me había olvidado de él, como si pensara que también él era dichoso! ¡Es como una especie de locura! Sin embargo, hay algo terrible. A ti te lo puedo decir, conoces estos sentimientos, porque eres un hombre casado... Y lo terrible es que nosotros, hombres con un pasado, ya viejos... y con un pasado de pecado, no de amor... nos acercamos a una mujer pura, a un ser humano inocente. ¡No me digas que no es repulsivo! Debido a eso es por lo que uno no puede dejar de sentirse poco digno.

      —Y sin embargo a ti se te puede culpar de pocos pecados.

      —Y no obstante, cuando pienso en mi vida, me estremezco, siento repugnancia, y me maldigo y me lamento con amargura... Sí.

      —Pero ¡qué quieres! El mundo es de esa manera —dijo Esteban Arkadievich.

      —Únicamente nos queda un consuelo, y es el de esa oración tan hermosa que recuerdo siempre: “Señor, perdónanos según tu misericordia y no según nuestros merecimientos”. Solamente así puede perdonarme.

      XI

      Los dos guardaron silencio. Levin bebió el vino de su copa.

      —Te tengo que decir una cosa más —dijo, finalmente, Esteban Arkadievich—. ¿Sabes quién es Vronsky?

      —No. ¿Por qué me lo preguntas?

      —Por favor, trae otra botella —dijo Oblonsky al tártaro, que siempre acudía para llenar las copas en el instante en que podía estorbar más. Y agregó:

      —Te lo pregunto porque es uno de tus rivales.

      —¿Y ese Vronsky quién es? —interrogó Levin.

      Y una expresión siniestra y desagradable sustituyó el entusiasmo infantil que inundaba su cara.

      —Se trata del hijo del conde Cirilo Ivanovich Vronsky y uno de los representantes más hermosos de la juventud dorada de San Petersburgo. Cuando serví en Tver lo conocí. Vronsky iba a la oficina para asuntos de reclutamiento. Es atractivo, tiene muy buenas relaciones, es muy rico y edecán de Estado Mayor y, al mismo tiempo, es un joven muy bueno y sumamente simpático. Después le he tratado aquí y resulta que es hasta instruido e inteligente. ¡Un muchacho que promete bastante!

      Frunciendo el ceño, Levin calló.

      —Él llegó poco tiempo después de que tú te marcharas y se nota que está locamente enamorado de Kitty. Y, ¿entiendes?, la madre...

      —Disculpa, pero no entiendo nada —dijo Levin, de malhumor.

      Y, recordando a su hermano, pensó en lo mal que se estaba comportando con él.

      —Tranquilo, hombre, tranquilo —dijo Esteban Arkadievich, mientras sonreía y le daba un leve golpecito en la mano—. Te conté lo que sé. Sin embargo, pienso que la ventaja está de tu lado, en un caso tan delicado como este.

      Muy pálido, Levin se recostó en la silla.

      —Yo te recomendaría acabar el asunto lo antes posible —dijo Oblonsky, mientras llenaba la copa de Levin.

      —Muchas gracias; pero no puedo beber más —contestó Levin, apartando su copa—. Me embriagaría. Bueno, ¿y tus cosas cómo van? —siguió, tratando de cambiar de tema.

      —Espera; debo decirte algo más —insistió Esteban Arkadievich—. Debes arreglar el asunto lo antes posible; pero no hoy. Mejor ve mañana por la mañana, pide la mano con todas las de la ley y que el Señor te ayude.

      —Me acuerdo que siempre quisiste cazar en mis tierras —dijo Levin—. ¿Por qué no vas esta primavera?

      En este momento lamentaba profundamente haber comenzado aquella charla con Oblonsky, debido a que se sentía igualmente herido en sus sentimientos más íntimos por lo que se acababa de enterar sobre las pretensiones rivales de un oficial de San Petersburgo, como por las recomendaciones y conjeturas de Oblonsky.

      Esteban Arkadievich sonrió, comprendiendo lo que estaba pasando en el alma de su amigo.

      —Voy a ir, voy a ir... —dijo—. Pues sí, hombre: el eje alrededor del cual gira todo son las mujeres. Mis cosas van mal, demasiado mal. Y la culpa es también de ellas. Vamos: aconséjame como un amigo —agregó, sosteniendo la copa con una mano y sacando un cigarrillo.

      —¿Dime de qué se trata?

      —Se trata de lo siguiente: imaginemos que estás casado, que amas a tu esposa y que otra te seduce...

      —Disculpa, pero no me es posible entender eso que me dices. Sería como si pasáramos ante una panadería y robásemos un pan, después de comer aquí a gusto.

      La mirada de Esteban Arkadievich resplandecía más que nunca.

      —¿Y por qué no? Hay ocasiones en que el pan huele tan bien que uno no se puede dominar:

      Himmlisch ist’s, wenn itch bezwungen

      Meine irdische Begier;

      Aber doch wenn’s nicht gelungen

      Y Esteban Arkadievich sonrió de manera maliciosa, después de recitar estos versos. A su vez, Levin no pudo reprimir una sonrisa.

      —Estoy hablando en serio —continuó diciendo Oblonsky—. Entiende: se trata de una mujer, de un ser frágil enamorado, de una pobre mujer que me lo ha sacrificado todo, sola en el mundo y sin medios de vida. ¿Cómo la voy a abandonar? СКАЧАТЬ