Plan B. Jana Aston
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Название: Plan B

Автор: Jana Aston

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788417972295

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СКАЧАТЬ que pueda contratar a un abogado para que sea mi mensajero personal. No quiero su tiempo y no espero que me ayude a cambiar pañales. Solo quiero hacer lo correcto y seguir con mi vida. Quizá consiga su número por si el niño o la niña quiere llamar a su padre algún día.

      ¿Por qué es tan difícil hacer lo correcto? Es injusto por muchas razones. Pero haré lo que sea necesario para llevar esto de forma civilizada. Por el bebé. Algún día tendré que inventarme una historia bonita y convincente para contarle de dónde vino. Creo que me decantaré por algo como «no estábamos hechos el uno para el otro, pero te tuvimos a ti y eso es lo único que importa».

      Vuelvo a suspirar y doy golpecitos con el pie derecho. Me parece una historia horrible hasta a mí, pero ya tendré tiempo de mejorarla. Para cuando el niño se haga preguntas, ya habrán pasado algunos años y no se fijará apenas en los detalles. Hará tanto de ello que no necesitará saber que «no estábamos hechos el uno para el otro» en realidad significa «fue un rollo de una noche» porque «papá tiene una sonrisa y unos abdominales que quitan el sentido».

      Para cuando este niño se preocupe lo bastante como para preguntar, será una historia tan antigua que, quizá, los hechos estén algo cambiados. Y, con suerte, Kyle pesará veinte kilos más y estará calvo.

      Vale, me he pasado. Lo más seguro es que se vuelva más atractivo con el paso de los años, que es como envejecen los hombres, y yo me alegraré por él como la buena persona que soy.

      A no ser que tenga que llamar a un abogado. Es difícil que una historia en la que haya un abogado de por medio tome un cariz romántico. Además, no me quiero ni imaginar lo que costaría y el lío que se armaría. No me apetece montar un circo. No soy esa clase de chica.

      Me pregunto si recordará mi nombre. ¿Le dije mi apellido? Creo que no. Imagino a su bufete de abogados sacando el tema en una junta semanal y me quiero morir. «Y, por último, señor Kingston. A la señorita Daisy Hayden le gustaría informarle de que va a ser usted padre. Asimismo, le exige que repase las instrucciones de uso del preservativo y que le devuelva su cámara». ¿Se acordará así? Si roba a todas las chicas con las que se acuesta, puede que no. Bicho raro.

      Un bicho raro, rico e imbécil. He oído de gente rica que experimenta una subida de adrenalina al robar en tiendas y de pervertidos cuyo fetiche es robar ropa interior. Pero llevarse mi cámara fue ruin y punto. Comprarme otra me costó cuatrocientos dólares y perdí las fotos de la semana porque todavía no las había pasado al ordenador. Conocí a Kyle casi al final de mi viaje. Iba a publicar las fotos en una entrada en el blog sobre comer en Filadelfia por menos de veinte dólares. El tío es el heredero de un imperio minorista, por lo que seguro que puede permitirse su propia cámara, y con descuento, además.

      La peor de todo es que ni siquiera me molestó tanto como cabría esperar. En una ocasión, pillé al chico con el que salía mientras sacaba dinero de mi monedero para pagar una pizza que él mismo había pedido… sin preguntarme siquiera. Y la había encargado con aceitunas. Odio las aceitunas. Los novios que se bebían mi última agua con gas o no tenían dinero para pizzas eran mi pan de cada día, por tanto, que Kyle me hubiera robado la cámara me pareció normal. Merezco algo mejor, lo sé. Estoy en ello.

      Suspiro al salir del aeropuerto por unas puertas automáticas. Por lo general, a los veinte minutos de aterrizar ya estoy en el taxi, ya que suelo llevar equipaje de mano. Soy una experta en preparar maletas ligeras.

      ¿Sabes quién no puede ir ligero de equipaje?

      La gente con niños.

      La gente con niños viaja con dos maletas facturadas, un carrito con funda y un gatito de peluche llamado Colechester que no se puede perder bajo ningún concepto, a no ser que quieras que se arme la de Dios, David.

      Vale, ese ejemplo en concreto era la familia que estaba detrás de mí en el avión. Pero es lo que ocurre, y lo sabéis.

      Los niños suponen llevar muchos trastos encima. Y a su paso dejan migas de galletas con forma de pez y sabor a queso. Dan patadas en el respaldo de los asientos de los aviones. Gritan. Y, de vez en cuando, te tiran una galleta de esas cuando sus padres no los ven porque han cerrado los ojos de lo cansados que estaban ya antes de despegar.

      También te saludan con la mano y te dicen «hola» con la voz más dulce que puedas imaginar. Y te sonríen como si fuerais cómplices en una broma. Y a veces, si tienes mucha suerte, hasta te dejan un gatito ligeramente húmedo llamado Colechester, por lo que no pueden ser tan malos.

      Ruego en silencio que mi hijo no sea de los que dan patadas a los asientos, y para que pueda comprarle un juguete de repuesto por si le pasa algo a su favorito, y le meteré un chip de rastreo para localizarlo si se pierde. Al juguete, no al niño. No voy a perder al niño.

      Hablando de sustitutos, me llama la mía.

      —¿Ya te has arrepentido? —pregunto al descolgar a la vez que arrastro el equipaje de mano con suavidad y me pongo a la cola de los taxis. La sermoneo, medio criticándola medio animándola, sobre lo fácil que es hacerse pasar por mí en el trabajo mientras espero al taxi.

      Por cierto, el plan B empezó en el momento en que eché a mi hermana de casa. Suena peor de lo que es. La quiero. Más que a nadie en el mundo. Por eso tenía que librarme de ella, para protegerla.

      Violet es mi gemela idéntica y va como pollo sin cabeza porque le he pedido que me sustituya esta semana. Bueno, para ser exactos, le he pedido que se haga pasar por mí. Suena peor de lo que es. ¿O tal vez es tan malo como parece? Es una locura, pero a la vez es una idea brillante.

      Soy guía turística en Sutton Travel. O lo era. En teoría, todavía lo soy, pero tengo los días contados. No porque no sea buena. Soy genial. Las opiniones de mis clientes son excelentes. Mi expediente es impecable y me encanta mi trabajo. Lo adoro.

      Pero…

      No puedo trabajar de eso con un niño. Así que tictac.

      Imagina que hay otra persona en el mundo que es igual que tú. No aprovecharlo implicaría tener muy poca visión de futuro, ¿no crees? Pues eso mismo pienso yo. Y que conste que nunca nos hemos intercambiado con mala intención o en beneficio propio, salvo aquella vez que, con trece años, la convencí para que hiciera mi examen de ciencias. No repetimos la experiencia porque no valía la pena. Sí, saqué un sobresaliente, pero a Violet le corroía tanto la culpa que me obligó a memorizar la tabla periódica para poder vivir con el engaño. Lo cual fue un verdadero rollo. Si hubiera querido aprender la estructura de la materia, habría prestado atención en clase, no me habría molestado en intercambiar la ropa y la mochila con mi hermana en el baño del colegio para que hiciera el examen por mí.

      De todos modos, solo nos intercambiamos por una buena causa, como si fuera un superpoder. Y que me sustituya ahora es más por Violet que por mí. Pero ella no lo entiende, o no habría accedido. «El amor es duro», me recuerdo en silencio mientras suspiro con fuerza.

      —Estoy tan cansada de tus mierdas, Violet. Deja de comportarte como una cría y hazlo.

      —Gracias, Daisy. Qué cosas más bonitas me dices.

      —De nada. Nadie te obliga. Si quieres volver a mi casa y pasar otros seis meses de morros en el sofá, adelante. Vete a mi habitación, si te apetece. Total, yo no estoy.

      «No vuelvas a mi casa», le suplico en silencio. Necesito que recupere su vida antes de que descubra que estoy embarazada. Me mata no decírselo, pero es por su bien. Si lo supiera, antepondría mis necesidades a las suyas, y no puedo permitirlo. СКАЧАТЬ