Salto de tigre blanco. Gustavo Sainz
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Название: Salto de tigre blanco

Автор: Gustavo Sainz

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Biblioteca Gustavo Sainz

isbn: 9786078312030

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СКАЧАТЬ lo uno o lo otro, Tú o Aquello.” Martin Buber: La vie en dialogue. O: “…el yo, yo… ¡El más asqueroso de todos los pronombres!… ¡Los pronombres! Son los piojos del pensamiento. Cuando el pensamiento tiene piojos, se rasca como todos los que tienen piojos…, y en las uñas, entonces…, se encuentran los pronombres, los pronombres personales…” Carlo Emilio Gadda: La cognizione del dolore. Voy a consultarlo con mi almohada, o en el Periférico, durante el largo camino a Ciudad Universitaria…

      Yo estoy viendo un video cuando llega mi ex. Y cuando suena el timbre descubro que no estaba viéndolo, que en realidad todo este rato me la he pasado escuchándolo a él, su voz, sus reproches, sus palabras, algo así como tengo que entregar este proyecto el lunes, tengo que trabajar sábados y domingos y días de fiesta para mantenerlos a ustedes, bola de vagos, tú te puedes dar el lujo de descansar los fines de semana porque trabajas por sueldo, pero yo no puedo, yo tengo que trabajar todos los días de la semana hasta las dos de la mañana, nunca puedo descansar, no puedo darme ese lujo, no sé por qué además de mantenerte me pides que te dé mi precioso tiempo, quieres que encima te saque a pasear, te haga el amor, te dé masajes, te acompañe a tus insulsas diversiones, cenar con personas, pasear con los niños, ir de vacaciones a Manzanillo o a Acapulco, ir de viaje a New York o a Londres, esos son lujos que tú te puedes dar porque no tienes la responsabilidad que me cargas a mí, tú te puedes dar el lujo de dejar un trabajo cuando te aburre, irte de viaje, comprar lo que se te dé la gana, yo no puedo, yo tengo que trabajar noche y día para mantenerlos a ustedes, tú te puedes dar el lujo de comprar y comprar, lo que yo gasto en comida y en renta es más de lo que tú te has gastado en amueblar la casa de piso a techo varias veces, incluyendo absolutamente hasta el último tenedor, el último cuadro, la última sábana, en tu ropa y la de los chicos, en tus viajes y los de ellos, son lujos, no es necesario que viajen, no es necesario que gastes en cenas para invitar a gente a la casa, no es necesario que compres otra lavadora, otra estufa, otro aparato de televisión, gastas en lujos porque no quieres asumir la responsabilidad de pagar la hipoteca y la comida, que son gastos fijos, yo no estoy para pagar muñequitas de lujo, ¿que tú pagaste la renta, la comida y la escuela hace muchos años?, eso es historia antigua, lo pasado pasado, te gusta aventarme esas cosas, eres una chantajista, una consumada chantajista, nunca estás satisfecha con nada, ¿cómo puedes esperar que te haga el amor si siempre me estás agrediendo con lo que has hecho, lo que has gastado…?

      Yo me pregunto quién inventó el corazón humano. Dímelo y muéstrame el lugar donde lo ahorcaron… (Lawrence Durrell: Justine)

      ¡Yo celosa! ¿Cómo era posible? Celosa como cualquier engendro de mujer Posesiva, Aniquiladora, Castrante… ¿Yo, yo era todo eso? No, no, una y mil veces no. Todo este conflicto aterrador —al menos para mí—, en mi interior, y Alguno ajeno por completo… Por fin decidí alejar de mi mente todo lo que con Pesadilla o Cruda Matutina se relacionara. Bueno, el caso es que Cruda Matutina ni siquiera me preocupaba ya. El conflicto me lo causaba Pesadilla. Luego, al envolver los regalos, una chica le comentó algo a Alguno y él sonrió interesado, y esto al mismo tiempo que yo le preguntaba algo. Alguno me contestó una verdadera estupidez, ajeno por completo a lo que yo hablaba. Un poco por rabia y un poco por chiste me retiré al otro lado de la mesa adonde envolvían. Alguno se rió, y la señorita, o la chica y una señora, no estoy segura, se fueron. Él se acercó a mí, me preguntó algo y le contesté que yo no lo conocía. ¡Otra vez actuando, en primer lugar, celosa, y en segundo, como adolescente neurótica! Decidí que estaba loca y me reí, hice chistes y por fin nos fuimos. Pasamos a la librería El Ágora. Cuando llegamos noté que un joven me observaba y me alejé de Alguno, deliberada, y esperé viendo libros a que se acercara el joven. Así fue. Me preguntó por un libro, luego dónde vivía, etc. Yo sabía que Alguno nos observaba, me despedí del desconocido y me acerqué a él. Y en medio de mis actitudes cada vez más pueriles, sentí que estábamos a mano. ¡Hazme favor! ¡A mano! ¿“A mano” de qué? Esto lo venía yo pensando cuando subimos a su coche, él en silencio, un poco raro… Entonces también del estúpido episodio de la librería me arrepentí. ¿Quería probarle algo a él y a mí misma? Y además quería probar ¿qué cosa? No sé, actuaba en nombre de mi terrible inseguridad. Llegamos a Canal 13, adonde iban a entrevistar a Alguno dentro de un programa vespertino. En el coche se suavizó la tensión, pues antes de bajarnos le enseñé mi cuaderno de la clase que tomo con él y le gustó. Nos besamos y llegamos al estudio muy contentos. Ahí se encontraba una señorita bastante guapa que Alguno rápidamente descubrió y se embebieron el uno con el otro, mientras yo me mantenía a distancia preguntándome ¿qué sentido tenía todo esto?, ¿qué hacía yo viendo cómo se desarrollaba el programa de alguien que ni siquiera tenía la intención de estar conmigo? Mi viejo y eterno deseo de huir se presentó, pero logré evitarlo. Terminó el programa. Decidimos ir al departamento de Alguno, donde al poco rato llegarían Luna de Miel y Cumpleaños. Luna de Miel me asusta. Es una señora de cincuenta y seis años, guapa, muy bien formada, que estuvo interna en un sanatorio porque es ninfómana. Quiere publicar su diario del sanatorio y Alguno y Cumpleaños le ayudan a organizar la redacción y estructura del libro. Alguno es la obsesión de Luna de Miel, se le ve en los ojos, en su actitud. Lo desea terriblemente. A mí me asusta al mismo tiempo que me atrae. Es un mundo desquiciado al que me gustaría asomarme, aunque temo quedar atrapada. A veces pienso que sería tan fácil perder la razón… Siento como si estuviera al borde un abismo, adonde me precipitaría al menor titubeo. Este titubeo podría ser Luna de Miel. Mientras hablaban, yo me esforzaba en concentrar mi atención en una serie de ilustraciones para cuentos de niños. Todas muy bellas, algunas que me remitían a mi infancia, cuando algunas noches mi mamá nos leía cuentos a mis hermanos y a mí. Todo esto no dejaba de resultar paradójico, casi surrealista: Luna de Miel hablando de sus terribles experiencias en el hospital psiquiátrico adonde quería acostarse con todos, y yo viendo, digamos, una hermosísima ilustración de La niña de las nieves. Me sentí desubicada, derrumbada. Retiré las láminas. Se fueron Luna de Miel y Cumpleaños, Alguno me abrazó. Yo estaba asustada. Mientras caminábamos adonde se hallaba el coche le dije que al día siguiente iría con Primavera a la exposición que se inauguraba en el Museo de Arte Moderno. Él se sorprendió. Dijo que como habíamos quedado en no vernos hasta el lunes, él había quedado de ir con Pesadilla. ¡Pesadilla, siempre Pesadilla! Ya todo aquello me había cansado. Estaba absolutamente cansada de lo que me producía Alguno. No tenía por qué atormentarme por nadie, que Alguno se quedara con Pesadilla. Yo ya estaba cansada de pensar “es cierto”, “no es cierto”, “tal vez”, “quizás”, ya. ¡Ya! Basta. Me envolví en la seguridad que me proporciona el silencio, en el aislamiento que sólo se logra con el silencio. Volví el rostro hacia otro lado, ya no quería nada de Alguno, de Pesadilla, de Luna de Miel, de todos los seres que en ese momento me parecieron irreales y odiosos, despreciables, enfermos. Mi expresión ha sido siempre un reflejo de lo que pienso. Alguno preguntó por qué estaba enojada. Sólo contesté que no lo estaba. No crucé además de eso más de dos o tres palabras con él. Le dije, cuando ya casi llegábamos a mi casa, que olvidara todo, que dejábamos el plan de vernos hasta el lunes. ¿Es berrinche?, me preguntó. No, es sólo que todo está muy complicado. ¿Por qué complicado? ¿No quieres que comamos juntos mañana? No, sólo quiero mi coche. Te alquilo uno si quieres, te lo mando a tu casa. No, de ninguna manera. ¿Por qué? De veras, no lo necesito. ¿Por qué no?, no te preocupes, no me cuesta, lo puedo deducir de los impuestos. No, gracias. Parece que estás enojada y muy enojada. No estoy, quedamos en eso, nos vemos el lunes, me hablas el domingo para ponernos de acuerdo… Estaba cortante, lo sé. Sé que lo desconcierto. Llegamos a mi casa. Evité que me diera un beso en la boca ladeando un poco la cabeza. Me besó en la mejilla. Sólo dije “adiós” y me alejé. Sentí la —no sé si— tristeza o desconcierto de Alguno. Me incliné antes de cerrar la puerta para preguntar la hora. Vi sus ojos: había una expresión ¿de reproche? No sé. Cerré la portezuela. Cuando abrí la reja de mi casa me llamó: ¡tus cassettes!… Los recogí y me incliné a besarlo en la boca. Me apresuré a entrar. Tuve un altercado con mi mamá por lo avanzado de la hora. Me desvestí a toda velocidad y me acosté. Lloré. Lloré porque no sé cómo existir, porque vivir me parece tremendamente difícil. No entiendo por qué la mayoría de la gente consigue existir sin problemas. Lloré porque no tengo la facilidad de decir te quiero. Porque no sé qué estoy haciendo СКАЧАТЬ