Luna azul. Lee Child
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Название: Luna azul

Автор: Lee Child

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9789874941954

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СКАЧАТЬ quizás sí lo peor que hubiera visto todo junto en un solo teléfono.

      Lo entregó de vuelta. El tipo pulsó un poco otra vez por los menús, hasta que llegó adonde quería. Asuntos serios ahora.

      —¿Entiendes los términos del contrato? —dijo.

      —Sí —dijo Reacher.

      —¿Los aceptas?

      —Sí —dijo Reacher.

      —¿Número de cuenta?

      Reacher le pasó los números de Shevick. El tipo los ingresó, ahí mismo en el teléfono, y después pulsó un rectángulo verde grande en la parte abajo de la pantalla. El botón de ir.

      —El dinero va a estar en tu banco en veinte minutos —dijo.

      Después pulsó para pasar más menús, y de repente alzó el teléfono en función de cámara, y le sacó una foto a Reacher.

      —Gracias, señor Shevick —dijo—. Un placer hacer negocios. Lo veré otra vez exactamente en una semana.

      Después se dio un golpecito en su cabeza hirsuta con su dedo blanco hueso, el mismo gesto que antes. Algo acerca de recordar. Alguna clase de insinuación amenazadora.

      Como quieras, pensó Reacher.

      Se puso de pie y se alejó caminando, cruzó la puerta, salió a la oscuridad. Había un auto junto al cordón. Un Lincoln negro, con el motor en marcha a la espera, y el conductor a la espera al volante, recostado en su asiento, la cabeza contra el respaldo, codos bien separados, rodillas bien separadas, como los choferes de todas partes, tomándose un descanso.

      Había un segundo tipo, afuera del auto, apoyado contra el guardabarros de atrás. Estaba vestido igual que el conductor. Y que el tipo adentro del bar. Traje negro, camisa blanca, corbata negra de seda. Como un uniforme. Tenía las rodillas cruzadas, y los brazos cruzados. Estaba esperando. Tenía el aspecto que tendría el tipo de la mesa del rincón, después de más o menos un mes al sol. Blanco, no luminiscente. Tenía pelo pálido rapado casi al ras del cuero cabelludo, y la nariz rota, y tejido de cicatrices en las cejas. No un gran peleador, pensó Reacher. Obviamente le pegaron mucho.

      —¿Eres Shevick? —dijo el tipo.

      —¿Quién pregunta? —dijo Reacher.

      —La gente que te acaba de prestar dinero.

      —Suena como a que ya sabes quién soy.

      —Te vamos a llevar a tu casa en auto.

      —¿Supongamos que no quiero que me lleven? —dijo Reacher.

      —Es parte del trato —dijo el tipo.

      —¿Qué trato?

      —Necesitamos saber dónde vives.

      —¿Por qué?

      —Para reasegurarnos.

      —Búsquenme.

      —Ya lo hicimos.

      —¿Y?

      —No estás en la guía. No tienes ninguna propiedad a tu nombre.

      Reacher asintió. Los Shevick habían dado de baja su teléfono de línea. El título de la casa ya había pasado a manos del banco.

      —Así que tenemos que hacer una visita personal —dijo el tipo.

      Reacher no dijo nada.

      —¿Hay una señora Shevick? —preguntó el tipo.

      —¿Por qué?

      —Quizás también la podríamos visitar un poco a ella, mientras miramos dónde viven. Nos gusta tener a nuestros clientes cerca. Nos gusta conocer a la familia. Nos resulta provechoso. Ahora sube al auto.

      Reacher negó con la cabeza.

      —No estás entendiendo —dijo el tipo—. Esto no es una elección. Es parte del trato. Te prestamos dinero.

      —Tu amigo blanco leche de adentro me explicó el contrato. Repasó todos los términos, con un detalle considerable. La tasa administrativa, la tarifa dinámica, las sanciones. En cierto momento incluso se sirvió de ayuda visual. Después de lo cual preguntó si yo aceptaba los términos del contrato, y yo dije que sí, así que en ese momento el trato estaba cerrado. No pueden empezar a agregar cosas después, como llevarme a casa y conocer a la familia. Tendría que haber aceptado eso por anticipado. Un contrato es una cosa de dos. Sujeto a negociación y consentimiento. No se puede hacer de manera unilateral. Es un principio básico.

      —Te crees inteligente.

      —Tengo esa esperanza —dijo Reacher—. A veces me preocupa ser solo un pedante.

      —¿Qué?

      —Me puedes ofrecer llevarme, pero no puedes insistir en que acepte.

      —¿Qué?

      —Me oíste.

      —OK. Te estoy ofreciendo llevarte. Última oportunidad. Sube al auto.

      —Por favor.

      El tipo hizo una pausa muy, muy larga. Dijo:

      —Por favor sube al auto.

      —OK —dijo Reacher—. Dado que lo pediste de manera tan amable.

      OCHO

      Más o menos la manera más segura de transportar un rehén indócil en un auto particular era hacerlo conducir sin el cinturón de seguridad puesto. Los tipos del Lincoln no hicieron eso. Optaron en cambio por una segunda mejor opción convencional. Pusieron a Reacher atrás, detrás del asiento delantero vacío del acompañante, con nada frente a él para atacar. El tipo que había hablado se subió al lado de él, de la otra parte, detrás del conductor, y se sentó medio de costado, atento.

      —¿Adónde? —dijo.

      —Da la vuelta —dijo Reacher.

      El conductor giró en U a través del ancho de la calle, rebotando hacia arriba con la rueda delantera derecha en el cordón más alejado, y bajando el cordón de vuelta con una bofetada.

      —Sigue derecho cinco cuadras —dijo Reacher.

      El conductor hizo avanzar el auto. Era una versión más pequeña del primer tipo. No tan pálido. Caucásico, seguro, pero no deslumbrante. Tenía el mismo pelo cortado al ras, dorado y brillante. Tenía una cicatriz de cuchillo en el dorso de la mano izquierda. Probablemente una herida defensiva. Por el puño derecho de la camisa le sobresalía un tatuaje desteñido y de trazos muy delgados. Tenía orejas grandes y rosas, que le salían para afuera de los costados de la cabeza.

      Los neumáticos golpetearon sobre asfalto roto y pedazos de empedrado. Después de las cinco cuadras СКАЧАТЬ