Название: Luna azul
Автор: Lee Child
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9789874941954
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—¿Le pagó al hombre?
—Preguntó cuánto debía y yo me arriesgué y le dije mil cuatrocientos dólares. Miró la página en blanco y asintió solemnemente y coincidió. Así que le pagué mil cuatrocientos dólares. Momento en el cual dijo que me podía ir y confirmó que el préstamo estaba pagado en su totalidad.
—¿Dónde está el resto del dinero?
—Acá mismo —dijo Reacher. Sacó el sobre del bolsillo. Apenas más delgado de lo que era antes. Todavía había en el sobre doscientos once billetes. Veintiún mil cien dólares. Lo puso en la mesa, en el medio, equidistante. Shevick y su esposa lo miraron fijo y no dijeron nada.
Reacher dijo:
—Este es un universo arbitrario. Una vez cada luna azul las cosas salen bien. Como ahora. Alguien inició una guerra y ustedes son el opuesto exacto de daño colateral.
—No si Fisnik aparece la semana que viene queriendo todo esto más otros siete mil dólares.
—No va a suceder —dijo Reacher—. Fisnik fue reemplazado. Algo que viniendo de un gángster ucraniano con tinta de cárcel en el cuello casi seguro significa que Fisnik está muerto. O incapacitado de alguna otra manera. No va a aparecer la semana que viene. Ni ninguna semana. Y ustedes están en orden con los tipos nuevos. Eso dijeron. Están fuera de peligro.
Durante un largo rato se quedaron en silencio.
La señora Shevick miró a Reacher.
—Gracias —dijo.
Entonces sonó el teléfono de Shevick. Se fue rengueando hasta el pasillo y atendió la llamada. Reacher oyó un leve graznido plástico desde el auricular. Una voz de hombre, le pareció. No pudo entender lo que decían. Un flujo largo de información. Oyó cómo respondía Shevick, alto y claro, a tres metros de distancia, balbuceando un consentimiento que sonó agotado y poco sorprendido, y así y todo decepcionado. Después Shevick formuló lo que fue inconfundiblemente una pregunta.
—¿Cuánto? —dijo.
Respondió el leve graznido plástico.
Shevick cerró el teléfono. Se quedó quieto por un momento, y luego regresó a la cocina rengueando y se volvió a sentar a la mesa. Cruzó las manos delante de sí. Miró el sobre. No una mirada fija, tampoco contemplativa. Más bien agridulce. Equidistante. A la misma distancia de todas esas maneras de mirar.
—Necesitan otros cuarenta mil dólares —dijo.
Su esposa cerró los ojos y apretó las manos contra la cara.
—¿Quién los necesita? —dijo Reacher.
—Fisnik no —dijo Shevick—. Tampoco los ucranianos. Ninguno de ellos. Este es el otro lado del asunto completamente. La razón por la cual tuvimos que pedir el dinero prestado.
—¿Los están chantajeando?
—No, nada de eso. Ojalá fuera así de simple. Lo único que puedo decir es que hay unas facturas que tenemos que pagar. Una acaba de vencer. Ahora tenemos que encontrar otros cuarenta mil dólares. —Le volvió a echar un vistazo al sobre—. De los cuales una parte ya la tenemos, gracias a ti. —Hizo el cálculo mentalmente—. Técnicamente tenemos que conseguir otros dieciocho mil novecientos dólares.
—¿Para cuándo?
—Mañana a la mañana.
—¿Pueden conseguirlos?
—No podríamos conseguir ni dieciocho centavos.
—¿Por qué tan pronto?
—Algunas cosas no pueden esperar.
—¿Qué van a hacer?
Shevick no respondió.
Su esposa se sacó las manos de la cara.
—Los vamos a pedir prestados —dijo—. ¿Qué otra cosa podemos hacer?
—¿A quién se los van a pedir?
—Al hombre con el tatuaje de cárcel —dijo—. ¿Qué opción tenemos? En todos los demás lugares no tenemos más crédito.
—¿Los van a poder devolver?
—Nos ocuparemos de eso a su debido tiempo.
Ninguno habló.
Reacher dijo:
—Lamento no poder ayudarlos más.
La señora Shevick lo miró.
—Sí puede —dijo.
—¿Puedo?
—De hecho lo va a tener que hacer.
—¿Sí?
—El hombre con el tatuaje de cárcel cree que usted es Aaron Shevick. Va a tener que ir a pedir el dinero por nosotros.
SIETE
Lo discutieron durante otros treinta minutos. Reacher y los Shevick, de un lado y del otro. Algunos hechos quedaron establecidos al principio. Los puntos fijos. Las cuestiones no negociables. Necesitaban el dinero sí o sí. Sin duda posible. Sin discusión posible. Lo necesitaban para la mañana siguiente sí o sí. Sin ningún margen. Sin ninguna flexibilidad.
De ninguna manera iban a decir por qué.
Ahorros ya no les quedaban. La casa ya no era de ellos. Habían ingresado recientemente en un acuerdo hipotecario para personas mayores, por medio del cual se les permitía vivir allí por el resto de sus vidas, pero el título de propiedad ya había pasado a manos del banco. La abultada suma que habían recibido ya la habían gastado. No se podía recaudar más. Sus tarjetas de crédito estaban en rojo y habían sido canceladas. Habían pedido dinero usando como garantía sus cheques del Seguro Social. Habían cobrado sus seguros de vida y habían dado de baja su teléfono de línea. Ahora que el auto no estaba más habían vendido todas las cosas de valor. Lo único que les quedaba eran objetos personales. Entre sus propias cosas y las de la familia tenían cinco alianzas de nueve quilates, tres pequeños anillos de diamantes y un reloj pulsera enchapado en oro con una rajadura en el cristal. Reacher se figuró que en el día más feliz de su vida el prestamista más bondadoso del mundo les podría haber dado doscientos dólares. No más que eso. Quizás menos de cien en un mal día. Ni siquiera una gota en un balde de agua.
Dijeron que habían usado por primera vez a Fisnik cinco semanas antes. El nombre les había llegado de un vecino. Como parte de un chisme, no como una recomendación. Una especie de escándalo. Una historia indiscreta acerca del primo de la esposa del sobrino de otro vecino consiguiendo plata prestada de un gángster en un bar. Llamado Fisnik, imagínense. Shevick había reducido el radio de búsqueda basándose en detalles y en rumores, y había empezado revisando СКАЧАТЬ