La quimera. Emilia Pardo Bazán
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Название: La quimera

Автор: Emilia Pardo Bazán

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Trilogía triunfo, amor y muerte

isbn: 9788412124804

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СКАЧАТЬ de túnicas bordadas y de velos sutiles; los árboles del huerto me dan frutos en sazón; las vacas, densa y pura leche… y yo, ni hilo, ni me adorno, ni gusto las manzanas, ni voy al establo… Oprímese mi corazón; y cuando la pálida Selene cruza en su esquife de plata, y la brisa de primavera arranca perfumes a los nardos, siento que desearía morir, disolviendo mi alma en lo infinito.

      EL RAPSODA.—Tu estado, infanta, es igual al de todas las doncellas y los mozos de este reino, desde que vivimos bajo el terror de la Quimera, cuyo aliento de llama engendra la fiebre y el frenesí. El monstruo, a quien nadie se atreve, se habrá aproximado a los jardines de tu palacio, rondando tus establos o buscando quizás presa más noble, y te ha inficionado con ese veneno de melancolía y de aspiraciones insanas. ¿Cuándo un héroe, un nuevo Teseo, nos libertará de la Quimera maldita?

      CASANDRA.—Te aseguro que yo no tengo miedo a la Quimera. Al contrario, me agradaría verla y sentir su inflamada respiración.

      EL RAPSODA.—Ahí está el mal. ¡La Quimera no es odiosa como el Minotauro! El ansia del misterio de su forma te consume. ¡Ah, princesa! Olvídala si quieres vivir. ¿Permitirás que, inmóvil ante ti como ante el altar de las divinidades, te recite una epoda?

      CASANDRA.—¿Una epoda? No.

      EL RAPSODA.—¿Un sacro peán? ¿Un alegre ditirambo?

      CASANDRA.—Tampoco. ¿Por qué no me recitas la historia de Cálice?

      EL RAPSODA.—Porque acrecentará tu pasión de ánimo.

      CASANDRA.—Mejor. No quiero estar triste a medias, ni a medias regocijarme. Deseo ahondar en mí misma y rasgar el velo de mi santuario. Recita, recita esa historia de amor y lágrimas.

      EL RAPSODA. (Recitando):

      Venus cruel, divina y vencedora,

      mira a Cálice, la infeliz doncella.

      Fue su delito amar: y el insensible

      a quien amó, la despreció riendo.

      Ante tus aras, Madre de la vida,

      Cálice se postró: tórtolas nuevas

      y corderillos tiernos ofreciote.

      Nada logró: que tú también, oh blanca,

      pisas el corazón con pie de hierro.

      Y Cálice, una tarde (cuando Apolo

      su disco de oro y luz sobre las aguas

      reclina para hundirse lentamente),

      sola avanzó hasta el seno misterioso

      del azulado piélago dormido.

      Abriéronse las ondas, y tragaron

      el cuerpo de la virgen. ¡Oh doncellas

      de Licia! ¡Traed rosas! ¡Traed rosas!

      No lloréis, que Cálice ya no sufre.

      CASANDRA.—Gracias, rapsoda. Me has hecho mucho bien: estoy ahora triste del todo, y mi alma es como estancia bañada por la luna. Mas ¿quién llega por el jardín?

      EL RAPSODA.—Un extranjero, infanta.

      CASANDRA.—Ve y dile que pase, que en este palacio se ejerce la hospitalidad.

      ESCENA II

      BELEROFONTE, CASANDRA

      CASANDRA.—Extranjero semejante a los dioses, ¿qué buscas aquí? Pero antes de explicármelo, descansa y repara tus fuerzas.

      BELEROFONTE.—Tu vista es al caminante fatigado mejor que el baño y el alimento sabroso. Vengo, infanta, de la corte del rey Preto, esposo de tu hermana Antea, tan igual a ti en el rostro y en la voz que me parece verla y escucharla.

      CASANDRA.—Nos asemejábamos tanto, que cuando su esposo se presentó para llevarla al ara, yo, por chanza, me envolví en el velo nupcial y los propios ojos del enamorado me confundieron con ella. Mas ¿quién eres tú? ¿No serás el divino Apolo, que disfrazado baja a correr aventuras entre los mortales?

      BELEROFONTE.—Mortal soy, infanta, y muy desdichado: la cólera de los inmortales me empuja lejos de mi reino y de mi patria. Mi noble padre es Glauco, rey de Corinto, gran jinete y domador; heredero soy de una corona y vago por el mundo sin tener dónde recostar la cabeza.

      CASANDRA.—La compasión, como un cuchillo que hiere sin lastimar, me traviesa las entrañas. Tus males ya son míos. Extranjero, aquí encontrarás asilo y defensa hasta que la mala suerte se canse de perseguirte.

      BELEROFONTE.—No se cansa. Como loba rabiosa, va tras de mí en las tinieblas. Pero aproxímate y espantaré el dolor de la memoria. Pena olvidada es sombra sin cuerpo. Traigo para tu noble padre un mensaje de Preto y quisiera entregárselo.

      CASANDRA.—Ya se acerca.

      ESCENA III

      DICHOS, YOBATES

      YOBATES.—¿Conoces tú a este extranjero, Casandra?

      CASANDRA.—Hijo es de Glauco. Viene de la corte de Antea y te trae letras de Preto.

      YOBATES.—Salud a ti. ¿Dónde está el mensaje?

      BELEROFONTE.—Recíbelo (le entrega las tabletas unidas). Me ha encargado que lo abras a solas. Sin duda encierra altos secretos.

      YOBATES.—Cumpliré el encargo. ¿Qué hacías tú en el palacio de mi yerno? ¿Por qué no te quedaste al lado de tu padre, aprendiendo a sujetar corceles sin freno ni brida?

      BELEROFONTE.—Rey de Licia, no ignoro las hazañas de mi padre. Probé a imitarlas en mi primera juventud, y me las hube con un corcel que no nació en la tierra. Dos alas blancas y luminosas arrancan de su lomo; sus fosas nasales destellan rayos de claridad y despiden vaho de ambrosía; está loco de ansia de libertad y no hay ave que así cruce el azul espacio. No sufre ancas, ni jinete, ni palafrenero. Con solo agitar sus vibrantes alas, despide al atrevido que intente cabalgarle. Ansioso yo de gloria, un día trepé a la sierra en que pace el divino caballo. Hay en lo más inaccesible de las montañas, donde la nieve cubre los picos, valles diminutos que riegan el deshielo, que el calor reconcentrado fecundiza y en que una hierba virgen, jamás hollada, crece con frescuras de flor. Allí, lejos de la bajeza humana, gusta de retozar Pegaso. Oculto detrás de una peña, esperé a que se hartase del pasto СКАЧАТЬ