Lo que nunca fuimos. Mike Lightwood
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Lo que nunca fuimos - Mike Lightwood страница 4

Название: Lo que nunca fuimos

Автор: Mike Lightwood

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: eLit LGTBI

isbn: 9788413753041

isbn:

СКАЧАТЬ y Elías. Tres niñas y dos niños. No debería ser demasiado difícil, ¿verdad? Espero no tardar mucho en aprendérmelos, aunque asociarlos a sus caras igual ya me cuesta un poco más.

      —Bueno, pues aquí es —dice Clara, deteniéndose frente a una puerta llena de recortes de cartulina y dibujos mal pintados que me hacen sonreír. A continuación, señala otra aula al fondo del pasillo—. Y ahí es donde tienes que ir a dar la clase después de recoger a tus niños.

      —¡Vale! Gracias por acompañarme —respondo con absoluta sinceridad.

      —¿Quieres que venga a por ti cuando terminemos? Me pilla de camino.

      —Eh… Sí, claro.

      —¡Genial! Pues me voy ya a mi clase que no llego, ¿vale? Luego nos vemos.

      Me quedo mirando la puerta sin saber muy bien qué hacer. ¿Debería llamar? ¿O esperar a que salga el profesor? Después de todo, todavía no ha sonado el timbre siquiera. ¿No me habré equivocado de clase? Compruebo el móvil una vez más y veo que no: todos mis niños son de Primero B. Estoy a punto de llamar a la puerta cuando escucho una voz detrás de mí.

      —Es tu primer día, ¿verdad? —Me doy la vuelta y veo a una chica atlética en chándal, probablemente la monitora de alguna actividad deportiva. Asiento tímidamente con la cabeza. En serio, ¿de verdad se me nota tanto que soy el nuevo? Es como volver al instituto otra vez—. No te preocupes, Rubén abrirá la puerta cuando acabe.

      —Va… Vale, gracias.

      Estoy enrojeciendo de nuevo, así que me alejo de la puerta y me apoyo contra la pared. Cierro los ojos y suelto un suspiro. Espero que la cosa mejore, porque si no esto va a ser un verdadero desastre. Y lo peor es que todavía no ha hecho más que empezar.

      La puerta se abre apenas un minuto después. La monitora entra en la clase, así que espero mientras la oigo hablar desde fuera y saludar a los niños con entusiasmo.

      —¡Te toca! —dice con una sonrisa al salir unos momentos después. Se despide de mí con la mano, seguida de una docena de niños eufóricos. Está claro que el inglés no es la actividad más popular, precisamente, porque yo no tengo ni la mitad—. Que vaya bien.

      —¡Gracias! —respondo, feliz de haberme encontrado a otra persona simpática.

      Me acerco a la puerta, revisando la lista de nombres una vez más para que parezca que me he aprendido los nombres.

      —¡Hola! Soy Eric, el monitor de inglés.

      —¡Un segundo! —contesta el tal Rubén, que se encuentra girado a noventa grados de mí, de modo que no puedo verle bien la cara. Está consultando una lista que hay colgada en la pared—. Tengo que comprobar quiénes se van contigo a Inglés y a quiénes los recogen sus padres, si me das un momento…

      —Eh… Sí, claro.

      Rubén termina de consultar la lista y se dirige al resto de niños, que están todos en fila y esperando, obedientes.

      —Vale, venid conmigo los que yo os diga. Los demás os quedáis en la fila. Marta, Fayna, Gabriel, Nora y Elías. Os toca ir a Inglés.

      Y, entonces, se gira hacia mí con una sonrisa en los labios. Y yo no puedo evitar quedarme boquiabierto al verle la cara. Una cara que, a pesar de los años que han pasado, todavía conozco muy bien.

      No es un Rubén cualquiera.

      El Rubén que tengo delante fue el primer amor de mi adolescencia. El chico del que me pasé todo el curso colgado, el chico que me hacía suspirar y que, durante mucho tiempo, también me hizo llorar. Un chico al que llevaba más de catorce años sin ver.

      Rubén fue mi primer amor, pero también fue el primer chico que me rompió el corazón.

      Y, aunque logré superarlo, verlo es como si volviera a tener quince años. Como si me hubiera roto el corazón otra vez.

      Antes

      Lunes, 10 de enero de 2005

      Nunca fui capaz de decidir si me gustaba ser «el nuevo» o si lo odiaba con todo mi ser.

      Como todo, tenía su parte positiva, pero también su parte negativa. La parte positiva era que podía empezar de cero en un lugar donde nadie me conocía, lleno de posibilidades y de posibles futuros. Un lugar donde podía ser quien quisiera ser, sin que nadie tuviera una imagen ya fijada de mí tras toda una vida compartiendo aulas, pasillos y recreos. Y, si nadie se fijaba en mí, nadie podría averiguar mi secreto.

      La parte negativa era que allí no tenía amigos, pues había llegado nuevo ese curso al instituto y prácticamente no conocía a nadie. Tenía una amiga, en singular, pero no tenía amigos, en plural. Nadie me incluía en los planes. Nadie me contaba qué tal le había ido en algún examen, ni me pedía los apuntes o los deberes. Mi compañero de pupitre ni siquiera me pedía la goma cuando la necesitaba; prefería levantarse a pedírselo a algún amigo que probablemente conociera desde hacía años.

      Pero, en mi mente, la parte positiva compensaba todo lo demás.

      Solo una persona se había acercado a mí el primer día de clase: Natalia, una chica de largo pelo castaño y lacio que se sentaba justo detrás de mí. Por su aspecto y su madurez al hablar me pareció que era mayor; tal vez había repetido un curso. Lo primero que hizo cuando acabó la presentación fue acercarse a mí. Se presentó y, desde entonces, nos volvimos inseparables. No solo se convirtió en una amiga, sino también, gracias a su madurez, en una especie de hermana mayor.

      Pero ese día, el primero después de las vacaciones de Navidad, no había venido a clase. Y, cuando solo tenías una única amiga, eso podía llegar a ser un problema.

      —Hoy vamos a empezar un proyecto audiovisual para el resto del trimestre —dijo la profesora de Inglés—. Va a ser por parejas, así que id eligiendo mientras saco las fotocopias de la carpeta.

      La clase se llenó del ruido de sillas arrastrándose y deportivas chirriando en el suelo. Yo me quedé donde estaba; tenía claro quién sería mi pareja. Me incliné sobre el cuaderno y me dediqué a hacer garabatos mientras esperaba a que los demás terminaran de buscar a sus compañeros.

      —Hola —dijo de repente una voz masculina que conocía muy bien, sobresaltándome—. Dice la profe que me ponga contigo.

      No tenía que levantar la mirada para ver de quién se trataba, pero lo hice de todos modos. Algo regordete y de mejillas sonrosadas, con el pelo oscuro y rizado y unos grandes ojos castaños. Ya me había fijado en él, claro; me había pasado todo el trimestre anterior mirándolo. Sin embargo, aquella era la primera vez que lo tenía tan cerca y, por supuesto, la primera vez que hablábamos. A tan poca distancia hasta podía ver algunas pecas en su nariz en las que jamás me había fijado, y me parecía todavía más mono por ello.

      Y me daba rabia pensar eso.

      —Eh… Soy Rubén, por cierto —añadió, claramente incómodo.

      Por supuesto, yo ya lo sabía. Aunque tampoco podía esperar que él supiera mi nombre, así que supuse que sería mejor que me presentara.

      —Yo soy Eric. Pero СКАЧАТЬ