Cuando florece el alforfón. Hyo-Seok Lee
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Название: Cuando florece el alforfón

Автор: Hyo-Seok Lee

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección literatura coreana

isbn: 9786077640189

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СКАЧАТЬ ligero.

      —Apresurémonos hasta la posada. Encenderemos un fuego en el patio y descansaremos calentándonos un poco. Al burro le daremos agua caliente. Después del mercado de Daehwa mañana, iremos a Jecheon.

      —¿Tú también irás a Jecheon?

      —Sí, tengo ganas de ir, hace tiempo que no voy. ¿Me acompañarás, Dong-i?

      Cuando el burro retomó la marcha, el látigo de Dong-i estaba en su mano izquierda. Aunque Heo sengwon había sido miope como un cegato durante mucho tiempo, al menos esta vez no se le escapó que Dong-i era zurdo.

      El paso de los burros era regular y el sonido de los cascabeles se escuchaba aún más nítido en la llanura nocturna.

      La luna estaba menguando.

       El cerdo

      El cielo azulado parecía colgar del nido de urracas sobre el sauce, en un rincón de la vieja construcción. En el vivar, un conejo blanco estaba enroscado con los pelos hirsutos como un erizo. El viento del mar, que soplaba desde la llanura agitando las ramas de los manzanos, se estrellaba brutalmente en la porqueriza tras barrer el campo de centeno del criadero aún cubierto de nieve.

      Fuera del chiquero, sujeta entre cuatro estacas, la cerda chillaba de modo inusitado al sentir el viento.

      El semental, que daba vueltas a las estacas con la boca roja llena de espuma, se volvió hacia la parte de atrás y, de repente, le puso encima las patas delanteras. La cerda, que parecía una tortuga aplastada por un enorme peñasco negro, temblaba lanzando chillidos agudos. El semental, que se había resbalado, daba vueltas de nuevo a las estacas con voracidad. Los gritos de respuesta de los cerdos que estaban en las pocilgas convulsionaban el criadero a esa hora de la tarde.

      Aunque pasó media hora, no fue suficiente. Al disminuir el interés, las personas que rodeaban la escena comenzaron a moverse. Como el semental había montado varias veces sobre las estacas, éstas se derrumbaron por la fuerza de su corpulencia y la cerdita aplastada escapó de su prisión.

      —Es demasiado joven —se rio el empleado del criadero.

      —Mejor no mirar esto, que es como estar viendo a un toro y a una gallina.

      —Se escapa del miedo que tiene —dijo el labrador, cerrándole rápidamente el paso a la cerda que corría rodeando el chiquero.

      —La traje de nuevo porque no quedó preñada hace un mes —dijo Shigui, colorado de turbación.

      —Por más que sea un animal, es demasiado pequeña para eso.

      Al escuchar estas palabras del labrador, Shigui volvió a ponerse rojo.

      —¡Maldita bestia! —exclamó Shigui airado. Desconcertado y a la vez molesto con la cerda, salió en su persecución apoyándose en el labrador. Sus zapatos de goma se hundían en el barro y se le caían los pantalones.

      Cuando por fin agarró a la cerda por la cuerda atada a su cintura, del enfado la jaló hacia atrás con energía y le pegó con todas sus fuerzas. El animalito chilló tembloroso. Aunque seguramente después se arrepentiría y se compadecería de la criatura, Shigui no pudo reprimir la vergüenza que sentía frente a la gente del criadero y la golpeó repetidamente. Ella era el cordón vital que alimentaría a la familia durante el periodo que iba desde los impuestos del primer semestre, que pronto llegarían, hasta que se cosecharan las patatas a principios del verano.

      —Vaya a atarla ahora —dijo el labrador haciéndole señas a Shigui, después de arreglar y clavar de nuevo las estacas.

      Shigui volvió a poner entre las estacas a la cerda, que temblaba y se agitaba del miedo y la angustia. Luego le pasó una madera por debajo del vientre para levantarla y la ató con aire ufano, de modo que no pudiera moverse.

      Antes de que Shigui quitara sus manos de ella, el semental, que daba vueltas a su alrededor topándola con su piel velluda, arremetió contra las estacas como un vagón de carga. Sediento de deseo, su hocico enrojecido resoplaba con fuerza como un fuelle, mientras la cerda aplastada chillaba agudamente a viva voz.

      La concurrencia entera dejó de reírse y se olvidó incluso de bromear. Shigui se acordó de repente de la silueta de Buni, por lo que quitó su vista de las estacas y miró hacia otro lado.

      “¿Dónde estará Buni en este momento?”

      Para las fincas agrícolas que no estaban en situación de pagar ni siquiera los impuestos atrasados, no había mejor negocio suplementario que criar cerdos. Cebando un cerdo con diligencia durante un año, no sólo se sacaba espléndidamente lo suficiente para pagar los impuestos, sino también un dinerillo más para gastos de la casa. Siguiendo el ejemplo de los otros aldeanos, Shigui, que conocía los beneficios que daba el cerdo, compró el verano pasado una pareja de cochinillos recién nacidos con dinero ahorrado moneda a moneda. Esos lustrosos cerditos negros valían para él más que un ser humano, por eso cuando los trajo los hizo dormir sobre un lecho de paja en un rincón de su habitación, porque le daba pena meterlos en el chiquero. No obstante, se le murió el macho antes de un mes, tal vez por falta de los pechos maternos. A la hembra que le quedó la crió como a la niña de sus ojos, y hasta le daba de beber en el único cuenco de arroz que tenía. Cuando enfermó y no tomaba ni siquiera agua, no salió ni a hacer leña y se quedó todo el día cuidando al animal. Al cabo de seis meses por fin adquirió el aspecto de una cerda. Hace un mes, para probar suerte, la llevó a rastras al criadero que estaba a cuatro kilómetros de distancia. Pagó con dolor los cincuenta centavos que valía la monta, pero la cerda no quedó preñada. A Shigui le dio mucha rabia. Por esa época también desapareció Buni, la vecina a la que le había echado el ojo. Este hecho lo afectó tanto que durante un tiempo no se concentraba en el trabajo. Cuando pensaba en lo ocurrido, le parecía imperdonable que ella, que siempre parecía malhumorada y le contestaba con frialdad, se hubiera marchado dejando solo a su anciano padre, sin permitirle poseer su piel suave ni siquiera una vez. Como sea, tratándose del caviloso viejo Bak, era imposible saber si no había planeado esa treta para alejar a su hija. Corrían todo tipo de rumores. Que se había ido a casa de unos parientes, que se había ido a Seúl, que le habían llegado 10 wones al viejo Bak…, pero nada se sabía de cierto. Por lo uno y por lo otro, Shigui estaba completamente exasperado. Cuando pensaba cuánto le hubiera gustado comerse a mordiscos esas mejillas de flor de manzano que tenía Buni, aún hoy le resultaba difícil dominar la cólera que sentía.

      —Ya está.

      Al oír la voz del labrador, Shigui, que tenía los ojos vueltos hacia otro lado, volvió a mirar. El semental, que parecía satisfecho, no se había alejado y seguía gruñendo y merodeando el lugar.

      Aunque el espectáculo había terminado, Shigui seguía azorado, pues continuaba dándole vueltas la imagen de Buni. Se le confundían con tenacidad la áspera cerda que estaba de pie en silencio y la silueta de Buni. Los comentarios lascivos y las carcajadas encendieron aún más sus mejillas. Esforzándose por ahuyentar la visión, Shigui comenzó a desatar a la cerda. El labrador se llevó al semental codicioso, que seguía dando vueltas con voracidad, y lo encerró en СКАЧАТЬ