Incluso me dijo —y me gustó, naturalmente— que yo había hecho en la vida cosas mucho más positivas que alimentarme solo de sueños y fantasías, como tenía por costumbre decir.
Pero, ¡qué queréis que haga…! Lo de pertenecer a ese grupo, conocido como Esmeralda, o, lo que viene a ser lo mismo, tratar de convertir en Poesía la realidad diaria, me entusiasma. Es lo mío.
Por otra parte, por esas extrañas paradojas de la vida, como agricultor, he sembrado trigo durante muchos años, —sin considerarme, en absoluto, dentro del grupo de los Trigo— y sigo haciéndolo.
Pongo todo el amor del mundo en que me salga una buena cosecha, y disfruto contemplando a menudo cómo evoluciona (si todo va bien… y las lluvias se muestran generosas y oportunas, claro está. Si no, me llevo un berrinche detrás de otro).
Y no hay ni que decir que del rendimiento de ese trigo —unido al de las aceitunas, el girasol, u otros cultivos— depende mi pan de cada día.
Pero volviendo a la película Trigo y Esmeralda, desde que la vi —sin despreciar, en absoluto, el Trigo, tan necesario— no puedo negar mi profunda admiración por la Esmeralda.
En el momento de conocer a alguien, suelo preguntarme: ¿a cuál de los dos grupos pertenecerá?
Y tengo que confesar que, aunque me pese en el alma, abunda muchísimo más el Trigo. En una proporción desorbitada. Hablando en términos políticos, superaría, con creces, la mayoría absoluta. Lo tengo más que comprobado.
…Pero tampoco pongo el grito en el cielo por ello. Es lógico que así sea. Porque, entre otras razones, es mucho más práctico que la Esmeralda.
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