Aullidos. Joaquín Vergara
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Название: Aullidos

Автор: Joaquín Vergara

Издательство: Bookwire

Жанр: Зарубежная психология

Серия:

isbn: 9788416110544

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СКАЧАТЬ al resultar la vida de los mayores tan distinta de la que nos habíamos forjado cuando éramos niños, al derrumbarse tantas ilusiones, solemos echar mano, como tabla de salvación, del entrañable rescoldo que nos quedó de nuestros primeros años, que —por lo menos, en mi caso— es imposible apagar del todo. Y surgen los frecuentes “retornos a la infancia”.

      Expresándolo de otro modo: los múltiples, innegables, valores que nos ofrece el mundo de los adultos, ¿son capaces de sustituir por completo nuestros antiguos paraísos de la niñez? ¿O nos quedará, para siempre, la añoranza de una belleza irrepetible, que se fue de nuestro lado —sin apenas darnos cuenta— mientras íbamos creciendo?

      …En primer lugar, creo que por el hecho de madurar no hay por qué renunciar a los sueños. Ni tampoco extender el oscuro manto del olvido sobre aquellos días, únicos y exclusivos, de nuestra niñez.

      Y no se trata de que yo padezca del llamado “complejo de Peter Pan”.

      De ningún modo. Porque nunca he pretendido seguir siendo niño toda la vida. Los niños suelen ser, por naturaleza, caprichosos. En cambio, yo, desde mi más temprana juventud, no me he permitido el más leve capricho. Los caprichos, aparte de indicar inmadurez, suelen ser muy costosos. Y jamás he sido derrochador.

      La mayoría de los niños, además, adolecen de lo que se conoce en psiquiatría como “sentimiento infantil de omnipotencia”. Creen que todo lo pueden con solo desearlo; y si no lo consiguen patalean y gritan.

      En ese aspecto, he sido siempre lo contrario. Jamás, ni siquiera durante mis primeros años, me consideré omnipotente. Sabía que no podía alcanzar la Luna o las estrellas, por mucho que lo intentara. Que era obligatorio renunciar a muchas cosas.

      Aprendí la lección muy pronto. Demasiado pronto, quizás…

      Lo que no deja de ser probable es que, en mi caso, la renuncia a los mencionados paraísos resultara más dolorosa de lo que suele ser para la inmensa mayoría. Puede que ello se debiera, por una parte, a mi forma de ser —en la que iba incluida la atracción por lo fantástico, por crear y recrear mitos, por remontarme a un mundo de ilusión— y, por otra, a una reminiscencia de graves contratiempos, no superados, cuando me encontraba, todavía, en plena adolescencia.

      Sea como fuere, lo que no estoy dispuesto a hacer es dejar arrinconadas las alas de mi imaginación, que siempre me han ayudado a volar —para eso son alas—, a remontarme, a soñar despierto. Sería muy triste.

      La fantasía puede ser hermosísima —es hermosísima, sin duda— y, además, no cuesta un céntimo.

      Y me duele pensar, sobre todo, que los niños, contagiados por el ejemplo de los mayores, se acostumbren a ser, únicamente, seres prácticos desde el momento de nacer. A no ver más allá de lo que sus sentidos alcanzan. Y dejen que sus pequeñas alas —aunque no todos cuentan con la dicha de poseerlas— queden olvidadas en un rincón.

      Cierto es que los avances técnicos experimentados en las últimas décadas son asombrosos: descomunales pasos de gigante, que avanzan en progresión ascendente. De los que yo, por supuesto, también participo y disfruto.

      Pero, de haber progresado la humanidad al mismo ritmo en otras facetas, nuestro mundo sería hoy completamente distinto: más humano, más libre y más hermoso.

      Algo está fallando. Algo primordial.

      Por mucho que la tecnología nos abra nuevas puertas cada día, se palpa hasta en el aire la necesidad de valores trascendentes: de poesía, de música —sin berridos—, de cultura —sin pedantería—, de altos ideales, de fantásticas leyendas, de relatos mágicos, de originalidad, de ideas propias, de sueños, de personajes extraordinarios…

      De otras aspiraciones del alma, capaces de remodelar nuestro mundo interior, ofreciendo una alternativa a esta forma de vivir, práctica y realista, en la que solo parece contar —aparte del trabajo, naturalmente— la cansina política, los deportes, la caza y la pesca, los viajes sin fin, el dominó, los juegos de cartas…

      Y, sobre todo, esa especie de adoración, de verdadero culto, por las comilonas y francachelas, así como por las noches locas y las borracheras sin sentido.

      En resumen, de algo que nos aparte del tremendo, fatal, casi irremediable tedio, que está impregnando el mundo…

      Porque, en el fondo, hay mucha gente que no pretende más que engañarse con falsas diversiones, para escapar del aburrimiento. Sin conseguirlo, que es lo peor.

      (Ya lo advertían algunos psiquiatras hace años: que este mal, el tedio, llegaría a ser uno de nuestros mayores castigos de la humanidad en un futuro cercano.)

      Además, hay en estos tiempos —según mi humilde criterio— una falta de ingenio, una escasez de creatividad, una carencia de buen gusto, una pobreza de imaginación y, sobre todo, un exceso de feísmo… muy preocupantes.

      Quizás, como compensación a la extraña estética actual —tan poco estética, desde mi punto de vista— le ha dado a la gente por charlar y charlar. Se diría que la falta de ideas ha sido reemplazada por una descontrolada verborrea.

      A diario, nuestros oídos son martilleados —y martirizados— por miles de palabras huecas, pronunciadas por individuos que, al parecer, solo pretenden escucharse a sí mismos. Son los representantes de una “peligrosa tendencia a la oratoria”, como decía Casona en una de sus obras.

      Mientras tanto, los sueños, los altos ideales y la capacidad de echar la imaginación al vuelo, infravalorados, yacen en el olvido.

      No queda ni un minuto para la fantasía.

      Debe ser muy triste estar toda nuestra vida estancados en la simple realidad. Pero muchos ni siquiera se plantean cómo levantar los pies del suelo. Se sienten más cómodos tal como están.

      Les pasa lo que decía Antonio Machado en su obra Campos de Castilla: “…desprecian cuanto ignoran”.

      Aunque plenamente consciente de pertenecer al grupo de los “perdedores”, pienso —sin la menor presunción, naturalmente— que soy como uno de esos eslabones de características singulares, dentro de una larguísima cadena de eslabones similares, que, por una anomalía —tal vez, a causa de unos extraños genes, que parecen proceder de un mundo aparte—, nació distinto de la mayoría: fantasioso y propenso al idealismo.

      Una cierta ingenuidad, que siempre me ha acompañado —no la confundáis con torpeza—, ha podido contribuir a que no haya parado de recibir golpes. Reconozco, además, que, con mi desmesurada afición a echar a volar la imaginación, es lógico que al volver a caer en tierra acabe dando el brusco, inevitable, batacazo.

      (Creo que soy uno de los poquísimos ejemplares de esos ilusos que, todavía, somos capaces de tropezar con las aspas de un molino —creyéndolo gigante— o exponernos a que nos manteen o apaleen, para regocijo de burlones…)

      Por lo pronto, después de la experiencia que proporciona el paso de los años, tengo la convicción de que, a estas alturas de mi vida, será casi imposible encontrar a alguien de mis características. Es la pura realidad.

      No porque no existan personas como yo. Sé que tiene que haberlas. No aspiro a ser único…

      Pero ya estoy cansado de buscarlas en vano. Y, además, es muy difícil, dada su escasez y lo poco que viajo, que nos tropecemos en el camino.

      (Para СКАЧАТЬ