Ciudadanía global en el siglo XXI. Rafael Díaz-Salazar
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      En el plano estatal, se trata de la defensa de los valores democráticos y del buen gobierno a partir, entre otras medidas, de la promoción de una política educativa que contemple las capacidades para la paz, relacionadas con el diálogo, la empatía, la escucha activa y la construcción de consensos. Se debe promover un currículo que favorezca una mayor comprensión de las raíces de la violencia, aportando claves para entender el mundo actual. Para ello será necesario mejorar la formación del personal docente, los planes de estudio, el contenido de los manuales y de otros materiales pedagógicos como las nuevas tecnologías de la educación.

      En el plano internacional, los organismos multilaterales deben promover programas educativos que incorporen la Agenda 2030 y, en particular, el Objetivo de Desarrollo Sostenible 16, relacionado con la paz y la justicia. En este ámbito, la Unesco ha jugado un papel muy relevante en la promoción de una Cultura de Paz, a partir de la Declaración y Programa de Acción sobre una Cultura de Paz, adoptado por las Asamblea General en octubre de 1999 (Resolución de Naciones Unidas A/RES/53/243).

      Capítulo cinco

      Migraciones y refugiados. Hacia una nueva ciudadanía global

      Gonzalo Fanjul, Juan Iglesias y Violeta Velasco

      Las migraciones internacionales se dividen tradicionalmente en dos flujos diferentes. Por un lado, se habla de migración económica, protagonizada por migrantes cuya principal motivación es la mejora de sus condiciones de vida. Por otro, se habla de migración forzosa para destacar un tipo de desplazamiento provocado por una causa de fuerza mayor que obliga a huir o salir de la comunidad de origen. En la migración forzosa, a su vez, se diferencia entre refugiados, que son aquellos que se mueven internacionalmente por alguna de las causas de movimiento forzoso recogidas en la Convención de Ginebra; desplazados, que son aquellos que se mueven forzosamente dentro de las fronteras de un mismo país; y otros migrantes forzosos, que son los que se ven obligados a desplazarse por otras causas primarias de fuerza mayor que no son recogidas en la Convención: migración climática, desplazamiento por grandes construcciones o proyectos de desarrollo, etc. Estos últimos tipos de migración se están incrementando en los como consecuencia de los desequilibrios ecológicos y económicos globales (Acnur, 2019; Idmc, 2019; Iglesias, Fanjul y Manzanedo, 2016; Migration Data Portal, 2020; OIM, 2020).

      Las principales tendencias de las migraciones internacionales en el mundo actual

      La primera tendencia que hay que destacar es el progresivo incremento y diversificación de los flujos migratorios internacionales. Un proceso relacionado con diversos factores entre los que destacan dos: por un lado, el proceso de globalización actual ha ampliado, de forma creciente, el reclutamiento de trabajadores extranjeros por parte de las economías centrales. La migración laboral internacional, principalmente aquella que se dirige desde países periféricos a países en desarrollo, se ha convertido, así, en un insumo central para los procesos de crecimiento de las economías centrales. Una migración, y es necesario recordarlo, que se produce, sobre todo, por la constante demanda de trabajo migrante mayoritariamente más barato y flexible, de dichas economías con el fin de ganar competitividad y rentabilidad global.

       Por otro lado, el constante crecimiento de los flujos migratorios forzosos está asociado, fundamentalmente, a las nuevas inestabilidades e inequidades políticas, socioeconómicas y climáticas que el actual proceso de globalización está creando en determinados países y comunidades periféricas.

      En el año 2019 se alcanzaron los 272 millones de migrantes internacionales en todo el mundo, lo que representa un 3,3% de la población mundial (Migration Data Portal, 2020). Una cifra que representa un claro incremento con respecto a los 155 millones de migrantes estimados en el año 2000 (2,8% de la población mundial), y los 84 millones del año 1970 (OIM, 2020). Unas cifras elevadas, pero que evidencian que la mayoría de la población mundial no migra y sigue viviendo en sus países de origen. Los números relativos se mantienen estables entre el 3% y el 4% de la población mundial desde 1960.

      La mayoría de los migrantes internacionales, un 72%, se encuentra en edad de trabajar, 18-64 años. Un 52% son hombres y un 48%, mujeres que han dejado de migrar “pasivamente” como parte de procesos de reagrupación familiar, y que se han convertido en protagonistas de los flujos migratorios internacionales, asociadas, especialmente, a la demanda de sectores laborales precarizados.

      En 2015, Europa y Asia acogieron aproximadamente a 72 millones de migrantes, el 62% de la población total, seguidos de cerca por América del Norte, con 54 millones de migrantes, el 22% del total. Finalmente, África, 9%, y América Latina y el Caribe, 4%, acogen un porcentaje de migrantes internacionales significativo, pero más reducido en términos globales. El flujo migratorio central se produce entre países periféricos y centrales, 2/3 del conjunto de la migración mundial. Los principales países de origen son India, México, Federación Rusa, China y Bangladesh. Los principales países receptores son Estados Unidos, Alemania, Federación Rusa, Arabia Saudí y Reino Unido. España ocupa el décimo puesto a nivel mundial.

      El incremento de la migración ha producido un paulatino y creciente proceso de diversificación de flujos. Más países, poblaciones y territorios se incorporan a flujos migratorios internacionales, bien como emisores o receptores, bien como emisores y receptores a la vez —Colombia, México, Federación Rusa, etc. —. Un proceso de diversificación que, a través de la migración, transnacionaliza el destino social de diferentes poblaciones, territorios y mercados de trabajo nacionales.

      La segunda tendencia central es que una gran mayoría de la inmigración internacional tiende a permanecer y echar raíces en los países de acogida, convirtiéndose así en una parte consustancial de la población del país. Un proceso de inserción o integración social que, mayoritariamente, se caracteriza por dos procesos sociales paralelos: una profunda etnoestratificación social que transforma a la gran mayoría de la población de origen inmigrante en el sector social con las peores condiciones materiales y laborales de los países de acogida. Y la emergencia de la diversidad étnica como clave social y política fundamental de las sociedades de acogida, en la medida en que se generaliza en ellas el proceso de arraigo personal, familiar y social de los inmigrantes y de sus hijos.

      La población de origen inmigrante —nacidos en el extranjero sin contar los hijos de los inmigrantes nacidos en el país de acogida— tiene cada vez mayor peso en diferentes países: Australia, 28%, Canadá, 21%, Líbano, Austria 17%, Estados Unidos., 16%, Suecia, 16%, España 15%, Chile, 7,2%, etc. (Iglesias, 2017). Al tiempo, la mayoría de los trabajadores migrantes en el mundo se desempeña en el sector de los servicios (71,1%), principalmente en aquellos trabajos de servicios de baja cualificación. El resto trabajaba en los sectores de las manufacturas y la construcción (26,7 millones o el 17,8%) y en el sector agrícola (11,1%).

      La tercera tendencia central es la aparición de comunidades transnacionales o diásporas, un fenómeno que se ha multiplicado con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, y el descenso de los costes de transporte. Los inmigrantes, así, además de integrarse, mantienen sus vínculos y desarrollan prácticas transnacionales con sus comunidades de origen —apoyo a nuevos migrantes, circulación y retorno, remesas, inversiones en bienes familiares— y productivas, etc. Unas prácticas que tienen consecuencias para sus hogares y comunidades, y que obligan a repensar los vínculos entre migraciones y desarrollo.

      En los últimos años, las remesas enviadas por los migrantes a sus familias y comunidades no han dejado de crecer, pasando de los 126.000$ millones del año 2000, a los 575.000$ millones de 2016. Remesas que, a nivel mundial, son más elevadas que el flujo de la Ayuda Oficial al Desarrollo y que, en ocasiones, superan al flujo de inversión extranjera directa. De hecho, para algunos países el binomio migración internacional + remesas se ha convertido en su principal estrategia de СКАЧАТЬ