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mitad del salón era almacén y, una pequeña parte, boliche. En 2004 el paso del tiempo acusó recibo. La esquina, que se construyó inclinada, tenía daños estructurales. Desde la Municipalidad tenían una brillante idea: demolerla. Augusto tenía una mejor. Contrató a un estudio de arquitectos y ellos hicieron un proyecto de recuperación integral de todo el edificio de dos plantas. Cuatro años estuvo cerrado. En 2008, reabrió como bar o boliche, como le dicen en Areco. Una lenta y alegre procesión de amigos entra todos los días.
“Somos una parte esencial del pueblo”, confiesa. Tiene razón. La charla que comienza en el mostrador sigue en el salón y continúa en la vereda. Nadie detiene la felicidad. Le queda mucha vida a Augusto, pero su hijo Evaristo, desde temprano, agarró la posta. Hay Bessonart para rato. Mientras las puertas de este boliche inclinado estén abiertas, habrá esperanza en el mundo. + info: Zapiola y Segundo Sombra / Instagram: Boliche de Bessonart
Imposible no probar el fernet con Coca que sirven aquí con un método original de Coco Bessonart. Se abre una botella de vidrio de gaseosa, se vierte un poco en un vaso y se agrega la medida de fernet en la botella, que es batida muy suavemente para que el fernet se distribuya homogéneamente. Luego se vierte el contenido de la botella en el vaso. La oferta gastronómica es simple pero contundente: picada completa que incluye salame quintero, aceitunas, queso, bondiola y las empanadas de Augusto, patrimonio culinario de Areco. ¿Cuál es el secreto? “Las hago como para mi familia”. La clave: no bien se entra al boliche hay que pedirlas, porque enseguida se acaban. Son inigualables.
En el casco histórico, alrededor de la plaza, hay construcciones tradicionales. La municipalidad, la iglesia y claro: los “boliches”. Podemos comenzar en el Bar Mitre, clásico y señorial. Unos metros más, hacia la esquina opuesta, el Bar Tokio, aquí estuvo la primera fábrica de helados del pueblo. Todos los sábados se hacen peñas folclóricas. También es posible ver muestras de arte en el subsuelo y conocer la cava. A la luz de las velas se pueden degustar vinos. Por sobre todas las cosas, el lugar es elegido por aquellos que quieren tomar un helado clásico y muy bien hecho. Enfrente y en diagonal, ocupando toda la esquina está la Esquina de Balthazar (ex Esquina de Merti), uno de los grandes bares de Areco, que data de 1860. Fue pulpería, almacén de ramos generales y en los años 2000, un gran kiosko. Hay que sentarse en sus mesas en la vereda para ver el lento movimiento del pueblo, los árboles de la plaza y disfrutar de la brisa y la charla. Es muy pintoresco. A cien metros por Zapiola está el restaurante Almacén de Ramos Generales, reconocido como el mejor del pueblo. Se recomienda reservar. Aquí las carnes y las pastas son muy buenas. Hay empanadas de conejo, tabla de quesos y gran variedad de los mejores vinos del país. El bife de chorizo es acaso uno de los mejores de este lado del mundo. La Vieja Sodería está en Bolívar y General Paz, el bar está en la que fue una vieja sodería y en su interior se puede ver una completa colección de los mejores sifones. Tiene un patio muy bello.
El Parque Criollo y Museo Gauchesco Ricardo Güiraldes es un complejo museológico que tiene diez salas dedicadas a la historia bonaerense y del país. El parque criollo tiene 100 hectáreas. Se pueden ver expresiones de nuestro pasado y elementos de la vida de Ricardo Güiraldes, el máximo escritor gauchesco y monumento literario de San Antonio de Areco. Dentro del complejo está la pulpería La Blanqueada. El museo y esta última fueron declarados monumentos históricos nacionales.
La orfebrería tiene grandes exponentes en San Antonio de Areco. Es un oficio que se desarrolla con maestría. Con reserva previa se puede ver el Museo Taller Draghi. Este apellido es uno de los más reconocidos en cuanto a la platería criolla. Juan José Draghi, en la década del 60, comenzó a trabajar la plata y fue autodidacta. Sus obras llegaron a todas partes del mundo. Su hijo Mariano, desde pequeña edad, siguió sus pasos. “Él no solo desarrolló habilidad en el oficio: creó su propio estilo, hizo de su taller una escuela donde trató de formar no solo artesanos, sino lo más importante: hombres de bien”, comenta Mariano. “Comencé a trabajar con él cuando tenía 9 años; no por amor al oficio sino porque disfrutaba estando a su lado. Él me legó sus saberes pero, por sobre todo, fue ejemplo de sacrificio y dignidad. Estudié en Florencia (Italia) y regresé en el año 2001 para seguir la tradición familiar con mucha responsabilidad, compromiso y dedicación tratando cada día de dar lo mejor y de generar un vínculo afectivo con el cliente, que trascienda la obra”, afirma. El museo taller guarda una colección increíble. Exhibe piezas únicas que muestran la evolución de la platería desde el siglo XIX hasta la actualidad. En el taller se puede ver el proceso de creación de obras siguiendo el método de don Draghi. +info: Lavalle 387 / www.marianodraghi.com
Las Argibay, el restaurante
de sabores familiares en Villa Lía
Villa Lía. San Antonio de Areco
Villa Lía es un pueblo que todos tienen dos palabras para definirlo: hermoso y tranquilo. Así es. Sus 1400 vecinos tienen el don de la amabilidad. No es una obviedad, el saludo característico de cada pequeña localidad aquí se potencia. El desprevenido visitante se hallará dentro de una cordial bienvenida a los pocos minutos de entrar al pueblo. El sano protocolo del saludo en Villa Lía es moneda corriente. Con este feliz recibimiento hallar el restaurante Las Argibay completa la idea de un día inolvidable.
“Intentamos que cuando el visitante llegue se sienta en el comedor de una casa de campo, con los platos y sabores que se hacían antes, con las costumbres: la panera, siempre algo casero para untar, la charla, un lugar muy amigable”, afirma Luz Argibay, una de sus dueñas.
“Proponemos un espíritu comunitario: todo lo que podemos adquirir en el pueblo lo compramos a productores locales: huevos, leche, acelga para las pastas, otras verduras, limones, cerdo. Es una experiencia simple y natural: aire libre, siempre con música de pajaritos, verán pasar gente a caballo y que con seguridad los saludarán como nos saludamos todos acá”, sostiene.
Luz sabe de lo que habla. Ama su pueblo y la vida le dio la perspectiva necesaria para valorizar ese amor. A los 18 años, como muchos en el pueblo, se fue a estudiar a la ciudad de Buenos Aires. Estudió Economía en la UBA. Finalizó y se abrió la posibilidad de hacer algún Máster de Negocios, pero el encanto de Villa Lía es fuerte en la distancia. Se robustece y dialoga en un lenguaje callado y sensible. “Tenía ganas de hacer algo que me gustara, así que hice un Máster en Turismo Sostenible en la Universidad de León, en España”, afirma.
Villa Lía la estaba llamando. Regresó al pueblo que siempre da la bienvenida. La idea de Luz fue simple: volcar todo lo aprendido en su pago chico. En 2012, sin tener experiencia en gastronomía pero con mucho coraje, abrió junto a amigos un restaurante en un local alquilado. Lo Pascual fue el primer restaurante que tuvo el pueblo. Los proyectos crecen con el tiempo, se asimilan, germinan con los días, y los años les dan peso hasta versionarlos en su mejor forma.
En 2016 llegó el momento. La idea creció. “Con mi hermana María Julia y Gerardo (su esposo), que compartían mi hermosa locura, pudimos comprar una antigua casa frente a la plaza, refaccionarla y en 2017 abrimos Las Argibay”. Villa Lía subió un escalón en términos de servicio. La legión de turistas que visita San Antonio de Areco tuvo una chance más solitaria y silenciosa para poder disfrutar los platos hechos con paciencia y amor. “Siempre tuvimos ganas de hacer algo en el pueblo, de darlo a conocer,
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