Tormenta de fuego. Rowyn Oliver
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Название: Tormenta de fuego

Автор: Rowyn Oliver

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: HQÑ

isbn: 9788413750101

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СКАЧАТЬ al corazón por pocos centímetros. Después de que la pesadilla llegara a su fin, bien se merecían un descanso.

      Aquel sábado en pleno mes de julio, habían decidido cambiar un fin de semana de acampada por un espléndido paseo en el barco de Ryan por el lago Sammamish.

      Estaba en la gloria. Y eso que el principio del verano había sido horrible. Su jefe y capitán, Max Castillo, la había torturado de nuevo con una montaña de informes y papeleo, dejándola fuera de la acción más de lo estrictamente necesario. Le gustaba hacer saber a los chicos quién mandaba. Se lo había ganado por haber desobedecido una orden directa del joven, musculoso, buenorro, capitán.

      —Joder —gimió. Ya estaba otra vez su cerebro colapsándose cada vez que pensaba en su jefe.

      Era ciertamente una jodida suerte que a Jud le cayera tan mal que pudiera mitigar sus ansias de empotrarlo contra una pared y no precisamente para darle una paliza. Le daría otra cosa, sin duda… y repetidas veces.

      Por suerte, el capitán Max Castillo también parecía odiarla. No era poco usual que al alzar la vista del informe que estaba elaborando se lo encontrara mirándola con el entrecejo fruncido a través de la ventana de su despacho. Claro que ella le devolvía la mirada del mismo modo. «Quién sabe, Jud, quizás deberías ser un poco más sumisa…». Le dijo su voz interior, y antes de tan siquiera procesar esas palabras empezó a reírse a carcajadas solo pensarlo.

      Captó sin proponérselo la atención de todos, pero carraspeó como si no fuera nada. ¿Ella sumisa? Antes el infierno se congelaría. Pero rara vez consentía que un tío la intimidara, y Max Castillo estaba cualificado para hacerlo, y eso la enfurecía más de lo que quisiera admitir.

      —Te lo estás pasando muy bien sola, ¿no?

      —Ajá —respondió al comentario de Trevor.

      Respiró hondo mientras se dejaba mecer por el balanceo del agua. Intentaba no preocuparse demasiado por la actitud del capitán, al fin y al cabo, si ella estuviera en su lugar, quizás hubiera hecho lo mismo. Un mes de papeleo intensivo, no era nada comparado a la sanción que pudiera haberle caído después de, no solo desobedecerle, sino por esa actitud que ningún hombre hubiese soportado de un subordinado, y menos si este era una mujer. «Bravo, Jud, defiende a tu enemigo».

      Los chicos también se habían llevado lo suyo en los meses que Max llevaba de jefe. Los chicos en los que pensaba Jud, no eran otros que el inspector jefe Trevor Donovan (alias el tortolito desde que estaba con Claire) y el agente Ryan. Pero ellos siempre lo habían visto con buenos ojos. Era muy habitual ver a Ryan y a Trevor bromear con él. El tipo les caía bien, y quizás por eso se sentía algo traicionada por ese par que consideraba hermanos.

      Si fuera una mujer algo más sensible hubiera hecho un puchero.

      La habían abandonado por el tejano.

      Mierda, no quería sentirse así, pero en realidad era como si sus chicos se hubieran pasado al lado oscuro. Como si ella siguiera fiel a los Seahawks y ellos se hubieran largado de cena y copas con los jugadores del New England Patriots después de que les derrotaran en la Super Bowl. ¿En qué coño estaban pensando? Ella era una auténtica Seahawks, era de allí, de su querida Seattle, no de una calurosa y polvorienta Texas de mierda.

      —¡¿Nos vamos o no?! —gritó sin importarle parecer malhumorada.

      Se estaba empezando a temer por qué tardaban tanto en zarpar.

      Quizás por esa diferencia de opiniones sobre Max Castillo, Jud evitaba hablar del capitán con Trevor y Ryan. Era habitual que se mantuviera alejada, o que no quisiera intervenir cuando hablaban de invitar a Max para salir de copas o bien repetir acampadas. ¡Dios! Cada vez que se acordaba de la última acampada con ese hombre se echaba a temblar. No pensaba volver a repetir aquello. No obstante, cuando salían de copas, simplemente fingía que era un encanto de mujer y que no tenía ningún prejuicio contra él. Pero no engañaba a nadie y mucho menos a Castillo.

      Imposible avanzar en esa relación hacia una amistad, y mucho menos cuando ambos no soportaban estar en la misma habitación. Ella le sentía un intruso, y pensaba que Max la veía como a una agente sobrevalorada en su trabajo. A regañadientes admitiría que no podía culparle, pues en apariencia cuando estaba en la presencia del tejano, simplemente parecía idiota. Se ponía nerviosa, se le hinchaba la vena del cuello, sus mejillas adquirían un tono rubicundo y sus mandíbulas se apretaban como las de un perro rabioso sobre el cuello de su presa. ¡Joder! Y no era que el jodido vaquero no le pareciera competente, es que no soportaba su prepotencia. ¡Machito de Texas tenía que ser!

      En primer lugar, el puesto de jefe le tocaba a Trevor. Se lo había ganado, era listo y tenía olfato para ello. Y en segundo lugar, porque era injusto que su superior la tratara como una muñequita de porcelana. El primer día hasta se atrevió a pedirle un café. ¡Tratarla como a una camarera! Ya se encargó de dejarle claro que como le pidiera otro le iba la salud.

      Jud suspiró y, a pesar de tener los ojos entreabiertos bajo las oscuras gafas de sol, puso los ojos en blanco. Le había dado su merecido en alguna que otra ocasión, pero eran victorias superficiales.

      Respiró hondo y sus pechos desnudos expuestos al sol se elevaron.

      —¿Quieres un poco de crema bronceadora? —Hasta ella llegó la voz risueña de Claire, a quien pudo notar enseguida a su lado.

      Le sonrió y Jud alargó el brazo para coger el bronceador, de escasa protección solar, que le ofrecía su amiga.

      Vio cómo Claire se desató las tiras elásticas de su biquini que llevaba anudadas al cuello, para volverlas a atar a su espalda y dejar la parte superior como si fuera un top al estilo palabra de honor. Ese día, la pobre había decidido no hacer toples, aunque no era poco habitual que lo hiciera a pesar de las miradas de Trevor, primero asesinas y después lastimeras, que acababan por convencerla de que se tapara. Un hombre siempre sería un hombre, y aunque adoraba a sus compañeros como si fueran sus hermanos, Trevor y Ryan no dejaban de ser precisamente eso: hombres. Dios debería crear un hombre con la materia prima del oro y el diamante para que ella se doblegara e hiciera algo que un espécimen de, lo que se creía equivocadamente el sexo fuerte, le hiciera cambiar de opinión y cubrirse los pechos.

      —Buenos días.

      ¡Me cago en la puta!

      Sus piernas se elevaron y por instinto se incorporó cubriéndose los pechos con el brazo. No miró a su espalda, de donde había procedido la voz del capitán Max Castillo, simplemente respiró hondo y apretó los puños.

      Trevor vio el gesto y puso una cara burlona que le sentó como un dardo envenenado.

      —En fin, ya estamos todos —dijo Ryan—. ¡Qué bien que has podido venir! Al final Max ha aceptado nuestra invitación de ir a navegar.

      —¿En serio? —dijo ella aún con los dientes apretados—. Yupiii.

      Max pasó por alto su sarcástico comentario con una risa burlona.

      Jud levantó la vista y miró a Max sobre su hombro, que, con los brazos cruzados y una sonrisa descarada pintada en la cara, la miraba con un humor que no le había visto en la oficina.

      Ella se incorporó del todo y la sonrisa del jefe se ensanchó.

      —¿No es genial, chicos?

      «Claroooo, como cien aguijones de avispa СКАЧАТЬ