Название: Tormenta de fuego
Автор: Rowyn Oliver
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: HQÑ
isbn: 9788413750101
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Max pareció darse por vencido. Entrecerró los ojos y se inclinó todavía más sobre ella.
—Siento que le fastidie que alguien mucho más permisivo con usted no sea el capitán, pero en mi comisaría mando yo —dijo en un tono bajo y amenazante—, recuérdelo, O’Callaghan, antes de que me haga perder la paciencia. Está a esto —juntó el dedo índice y el pulgar sin apenas dejar espacio entre ellos— de que la aparte de las calles.
Jud se mordió el labio inferior, si decía todo lo que pensaba acerca de que él fuera el capitán, estaba convencida de que la suspenderían de empleo y sueldo, y no quería arriesgarse a que le retiraran la placa.
—Vi a mi compañero correr tras el sospechoso, necesitaba refuerzos…
—¡Clark era sus refuerzos!
Jud puso los ojos en blanco y resopló. Esa afirmación aún le sentó peor. ¿Quién demonios era Clark? Otro maldito tejano.
¿Desde cuándo la migración del tórrido Dallas al húmedo Seattle se había acentuado tanto que tenía que lidiar con cowboys todos los días? Jud no daba crédito.
Clark acababa de llegar de Dallas, sin duda debió de conocer a Max allí, pues desde su llegada parecía deshacerse en halagos hacia él.
No es que el nuevo le cayera mal, pensó Jud. Era reservado, pero su número de arrestos era alto y, aunque algunos creían que su energía a la hora de llevarlos a cabo se podía considerar fuerza policial desmedida, lo cierto era que su índice de casos resueltos iba en aumento.
Los chicos parecían admirarle.
Clark era un tipo alto y fibroso, de pelo corto y una minúscula cicatriz en la mejilla que no afeaba su aspecto. Y, no obstante, Jud no confiaba en él. Y su instinto rara vez le fallaba.
Como si un cowboy no fuera suficiente, ahora tenía dos pululando por la comisaría. Su lugar de trabajo ya no era su santuario. Ahora era un jodido edificio ruidoso con gente insoportable. Eso excluía a Trevor y Ryan, sus compañeros y amigos a los que sin duda confiaría su vida.
—Siempre he estado con Trevor y Ryan…
—¡Hoy no! —le cortó Max antes de que terminara la frase.
Estaba claro que Jud O’Callaghan quería que las cosas siguieran como siempre, pero no iba a ser así. Ahora mandaba él y el capitán no perdía oportunidad para dejárselo claro.
—Aprenda a trabajar en equipo.
Eso sí que no iba a consentirlo.
—¡Yo trabajo perfectamente en equipo!
—No —le dijo estirando de nuevo el dedo índice delante de su cara. Jud quería rebatirle esa afirmación, pero, sin saber por qué, ese dedo acusador la acalló en seco—. Trabaja bien con los de siempre. Si la sacan de su zona de confort es una agente de mierda, que no hace más que poner en peligro a sus compañeros y a sí misma al desobedecer una orden de su capitán.
—¡Joder! —Jud pateó el suelo.
¿En serio tenía que aguantarle esas gilipolleces?
—Agente O’Callaghan… —la reprendió.
Max apretó los dientes con tanta fuerza que estaba seguro de que se le saltaría un diente.
¿Había conocido alguna vez a una mujer más malhablada y terca que la que tenía delante? Quizás su hermana pequeña, pero Sue no era su subordinada, ni lo desafiaba delante de todos. Suficiente trabajo le estaba costando encajar en esa maldita ciudad de mierda donde no hacía más que llover. Max por poco pierde la paciencia al pensar en ello, pues en ese mismo instante un trueno se escuchó sobre sus cabezas. La tarde ya había caído y las sombras largas de los edificios empezaban a dar a ese lugar un tono lúgubre.
Mientras algunas gotas empezaban a mojar el suelo, Jud y Max se quedaron en silencio, pero la rabia de Jud causada por las palabras que le había regalado el capitán, no disminuía lo más mínimo. Unos segundos después era evidente que la lluvia los empaparía a ambos si no se marchaban de allí, pero ninguno de los dos se movió, ni siquiera se atrevieron a romper el contacto visual. Allí había una batalla y Max no estaba dispuesto a perderla. Jud tampoco retrocedería. Por lo que de ahí no podía salir nada bueno.
Ella se quedó bajo la lluvia mirándole a los ojos e intentando imaginar por qué Castillo estaba allí, en un puesto que le venía tan grande. A su vez el capitán la observó con detenimiento… dudando. Quizás debería haberla informado.
¡Maldita sea! Ya empezaba a dudar de sí mismo.
¡No! Él había hecho lo correcto. Si O’Callaghan se limitara a obedecer, nadie se hubiese puesto en peligro.
Esa bruja pelirroja le sacaba de sus casillas.
Sin proponérselo, sus ojos se deslizaron sobre el cuerpo estilizado de la agente. Llevaba unos vaqueros ajustados, una camisa blanca bajo la americana negra y… tragó saliva, se estaba empapando. Mierda… no solo la americana.
Parpadeó y retrocedió un paso cuando su mirada se fijó en la camisa blanca que se transparentaba. No debería haber hecho eso, había sido muy mala idea pararse a observarla.
Su camisa empezaba a transparentarse y la larga cabellera rojiza, suelta más allá de los hombros, no le tapaba lo suficiente la parte delantera.
Max pensó que jamás había visto a una mujer como Judith O’Callaghan, sería porque no había conocido a muchas mujeres, sin duda de origen irlandés, con ese temperamento incendiario. Dio gracias a Dios por eso o hubiera enloquecido.
Por su parte, Jud se dio cuenta de que el capitán había parado de reprenderla y que la estaba observando, dirigió su propia mirada hacia donde el capitán apuntaba sus ojos oscuros.
—Pero ¿qué…? —soltó un grito ahogado y le fulminó de nuevo con la mirada mientras intentaba taparse con la americana. Como solía suceder con frecuencia cuando se trataba de Jud, reaccionó antes de pensar.
Max casi no tuvo tiempo a echarse hacia atrás. Alzó los brazos y se cubrió antes de que el puñetazo que acababa de lanzarle Jud le diera en la cara.
El puño cerrado impactó en su brazo izquierdo y cuando notó el golpe los bajó dejando ver una desencajada cara de sorpresa.
—¿Qué demonios hace?
—Maldito pervertido. —Lo empujó ella con ambas manos.
—¿Está de broma? —Jud volvió a levantar el puño, pero lo bajó enseguida—. ¡No puede agredirme! ¡Soy su capitán!
Ella apretó los labios con fuerza.
—Un capitán que va mirando a sus subordinadas de una manera… una manera…
Se le atragantaron las palabras. De algún modo esas palabras entrecortadas estaban consiguiendo que ambos se sintieran incómodos y que sus mejillas se tiñeran de un color sonrosado.
—¡Ha sido sin querer! —Enseñó СКАЧАТЬ