Tormenta de fuego. Rowyn Oliver
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Название: Tormenta de fuego

Автор: Rowyn Oliver

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: HQÑ

isbn: 9788413750101

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СКАЧАТЬ style="font-size:15px;">      —Está lloviendo y usted… no debería ir así.

      —¿Con camisa blanca? —preguntó incrédula.

      Jud alzó el dedo índice y le apuntó a la cara.

      Max hizo exactamente lo mismo.

      —No me mire.

      —No vuelva a hablarme así, O’Callaghan.

      —Es un pervertido, además de un puto trepa incompetente.

      Max agrandó los ojos y abrió la boca sin poder creer que ella fuera tan estúpida como para decirle eso a la cara.

      No importaba cuán mal le cayera esa mujer. No se esperaba que pronunciara esas palabras en voz alta y mucho menos a un palmo de su rostro.

      Sin saber por qué, se deshinchó. Por algo que no lograba entender, parecía que la aprobación de esa deslenguada le importaba.

      Se apartó más de ella.

      ¿En serio creía que había llegado a sustituir al capitán Gottier a cambio de favores? Eso le dolió mucho más que el que pensara erróneamente que quería verle los pechos.

      Poniéndose mortalmente serio y en un tono frío, dijo:

      —Uno: no la he mirado de la forma inapropiada que usted cree. Y dos: estará un mes entre informes y apartada de la calle. Quizás en ese tiempo pueda reflexionar sobre si su capitán es o no es un trepa. De llegar a la conclusión de que lo es, le recomiendo que pida el traslado a otra comisaría… o a otro puto planeta.

      Jud respiró hondo y contuvo el aliento.

      Se había pasado. Una debía reconocer sus cagadas. Y por alguna razón que no comprendía le sabía fatal haberle dicho algo que no pensaba.

      Castillo podía ser muchas cosas, pero no era un trepa. Era un gran policía y aunque le jodiera… era un gran capitán.

      —¿Me ha entendido? —le preguntó mientras la miraba fijamente a los ojos.

      Aunque Jud se moría por replicarle, no lo hizo. Se mordió la lengua. Otra bravuconada y no pisaría la calle en meses. Sabía lo que se jugaba.

      Apenas les separaban unos centímetros. Cuando la proximidad incomodó a Jud, más que las gotas de lluvia que caían en su cara, intentó retirarse, pero era demasiado tarde. Él ya la había cogido por los brazos, tiró de ella para acercarla más.

      —Jamás vuelvas a hablarme en ese tono. Jamás. —No gritó, no fue necesario. La voz queda del capitán caló tan hondo como la lluvia que ya los empapaba por completo—. Tienes suerte de que el espectáculo que has montado no lo haya visto nadie o de lo contrario dirigirías el tráfico hasta que te salieran canas.

      Ella mantuvo la boca cerrada cuando el capitán se olvidó de tratarla de usted. No era estúpida y sabía que cuánto decía era verdad, así que era mejor tragarse su orgullo y asentir.

      —Lárguese, agente O’Callaghan —le espetó—. Elabore un puto informe que me convenza de no hacerle entregar su placa por desobedecer y desafiar a su superior. Hágalo y puede que todo su castigo se reduzca a un mes de papeleo.

      Desafiantes, se concentraron uno en la mirada del otro, en silencio. Un silencio pesado que hablaba de muchas cosas.

      Durante unos segundos que parecieron eternos se sostuvieron la mirada. Cuando ambos sintieron cómo la lluvia empezaba a calarlos hasta los huesos, se separaron incómodos, no siendo conscientes de lo cerca que estaban hasta ese instante.

      —Fuera de mi vista.

      Esa vez, Jud no tardó en obedecer la orden. Sus largas piernas se pusieron en movimiento, intentando huir del calor que sentía en su estómago a pesar de la fría lluvia.

      Capítulo 1

      Dos meses después

      Jud estaba de puta madre.

      ¡Por fin verano!

      El viento había dejado paso a una suave brisa que le acariciaba el cuerpo semidesnudo. Sobre la cubierta del barco de Ryan, uno de sus mejores amigos, estaba en toples, simplemente porque en su adolescencia, cuando salía de marcha, sus hermanas solían burlarse de las horribles marcas que dejaban expuestos sus tops. Y, por qué no decirlo, tenía unos pechos espléndidos. Un hecho que le servía más bien de poco si tenía claro que su vida sexual en los últimos meses era prácticamente inexistente. Era adicta al trabajo y esa adicción era nefasta para su vida amorosa o sexual.

      Suspiró audiblemente casi sin ser consciente de ello. Tumbada en la cubierta de ese estupendo barco que aún se encontraba amarrado en el muelle, Jud permanecía con los ojos cerrados, estos escondidos detrás de sus opacas gafas de sol. A dos metros de ella, Trevor charlaba animadamente con Claire mientras se hacían arrumacos de enamorados y bebían de sus respectivos botellines de cerveza. ¡Qué asco…! ¡Y qué envidia! ¿A quién pretendía engañar?

      Claire Roberts era la novia de su amigo e inspector de homicidios Trevor Donovan.

      Le caía muy bien Claire, había pasado por mucho ese último año. Después de que dos hombres entraran en su casa y la tiraran por la ventana, se habían sucedido un sinfín de hechos, a cual más descabellado, que culminó con su secuestro y un par de asesinatos. Por fortuna, los buenos habían vencido y Claire podía respirar en paz. Quizás en su afán de protegerla y ver que todo estaba bien, se había acercado mucho a ella y sin proponérselo se habían hecho grandes amigas en lo que dura un parpadeo.

      La parejita feliz había sido la última en llegar.

      Sonrió divertida, cuando a sus oídos llegaban sonoros besos y risas de los dos tortolitos.

      —¿Y para mí no hay? —preguntó Ryan divertido haciéndolos reír a todos.

      —Tened compasión por estos dos solteros empedernidos —secundó Jud sin abrir los ojos.

      —¿Quieres que te consigamos una cita?

      Jud se encogió de hombros ante las palabras de Claire.

      —Por supuesto, si conoces a algún tipo inteligente, de buena conversación y que no le de miedo que sea poli.

      —Mmm… claro, creo que Max está libre.

      Detrás de las gafas de sol, Jud abrió los ojos para después ponerlos en blanco y resoplar mientras sus amigos se reían de ella.

      Dispuesta a pasar de la pulla, ya que todos eran muy conscientes de que ella y el capitán Max Castillo no se soportaban, les metió prisa por soltar amarres.

      —¿Todavía no nos vamos? —preguntó algo aletargada mientras escuchaba los pasos de Ryan ir y venir preparándolo todo para la pequeña excursión.

      —¡Todavía no!

      El ambiente era relajado y ciertamente ellos lo estaban, por primera vez en mucho tiempo.

      La СКАЧАТЬ