Tormenta de fuego. Rowyn Oliver
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Название: Tormenta de fuego

Автор: Rowyn Oliver

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: HQÑ

isbn: 9788413750101

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СКАЧАТЬ quedó sentado en la mecedora del porche y perdió la noción del tiempo mientras se sumía en sus oscuros pensamientos. Por la entrada principal, Jud despedía a sus amigos y de vez en cuando, algún agente de la comisaría levantaba su mano dándole las buenas noches antes de bajar los escalones del porche. La casa se iba vaciando a medida que se acercaba la medianoche y él seguía meciéndose con aire sombrío. Debería entrar a despedirse, pero se estaba realmente bien.

      Dejó la cómoda mecedora y se acercó a los largos escalones del porche donde se sentó para observar la escasa actividad del vecindario.

      Solo el sonido de su teléfono móvil lo distrajo de sus oscuros pensamientos. Lo sacó de su bolsillo y vio la palabra «Mamá» en la pantalla. Evocó enseguida la imagen de su madre, que le llamaba a alta horas de la noche porque sabía que de día era imposible contactar con él.

      Sonrió sin humor.

      —Hola, mamá —dijo al descolgar.

      —Hola, hijo.

      Al escuchar la voz de su madre se sintió culpable. Cerró los ojos, pero no dejó de tener esa sonrisa triste en la cara ni un momento.

      La llamaba poco, y por el tono amoroso de su voz sabía lo mucho que le echaba de menos, y aun así, ningún reproche. Quizás alguna que otra vez dejaba caer que debía volver a su hogar, pero no insistía cuando Max le contestaba que necesitaba más tiempo.

      —¿Qué tal te va todo? —preguntó su madre, que parecía no haberle llamado por ningún motivo en especial.

      —Seguramente mucho mejor que tú. Estoy convencido de que las chicas te están volviendo loca con la boda.

      Un resoplido y Max rio sin poder contenerse.

      —Y pensaste que después de María todo iba a ser fácil.

      María era su hermana mayor, la primera en casarse, y su boda fue un auténtico calvario, porque, precisamente, su hermana no se caracterizaba por ser una mujer de ideas fijas. Era voluble y le encantaba cambiar de opinión en el último momento. Y cambiar de opinión a escasos días de una boda podía ser un auténtico caos.

      Esta vez su madre pensó que sería mucho más sencillo. Pero se equivocó.

      —Por lo que se ve, hijo mío, cada boda es un mundo —le aseguró su madre—. Ahora resulta que nos peleamos por los centros de mesa, tu hermana quiere unas flores…

      Max sonrió con tristeza al pensar en las margaritas y lirios y desconectó de la conversación por un instante mientras su madre le contaba con detalle cómo serían los nuevos centros.

      —Te echo de menos, mamá —dijo sin pensar.

      En la otra parte de la línea se hizo el silencio. Su madre paró de hablar y, aunque no la veía, estaba seguro de que le sonreía con cariño y sobre todo preocupación.

      —Hijo mío, ¿todo bien?

      Max asintió con la cabeza, aunque sabía que su madre no podía verle.

      —Está aquí el capitán Gottier…

      —¿Mathew? —preguntó contenta—. Dale recuerdos de mi parte, hijo. Aunque no sé si estoy enfadada con él por haberte recomendado para el puesto de capitán en esa ciudad horrible.

      —Seattle no es horrible.

      —No es Dallas, ni nuestro rancho —dijo muy seria—, así que es horrible.

      Todo lo que para María Castillo no era su hogar, era un lugar espeluznante dejado de la mano de Dios.

      —Me dijo que os habíais visto no hace mucho.

      —Es cierto —dijo la mujer—. Ahora que está en Dallas, viene a menudo a casa. Incluso se ofreció a ayudarnos en la boda.

      —Pobre hombre.

      Su madre rio.

      —Sí, le dispensé de tener que pasar por semejante calvario.

      Unos segundos de silencio.

      —No te noto demasiado bien, y aun así… no vas a volver a casa, ¿verdad?

      —Claro que iré —dijo Max quitándole importancia a sus sentimientos—. Asistiré a la boda la semana que viene. ¿Quieres que mi hermana me persiga con un bate?

      —No me refiero a eso —su madre no respondió con humor a la broma.

      —Ya sé a lo que te refieres, mamá, pero no puedo volver. No todavía.

      El silencio se volvió algo incómodo. Lleno de pena y comprensión.

      —Sé por qué no quieres volver. Mathew me ha dicho…

      No podía ser. ¿En serio el capitán le había contado a su madre que había un imitador en Seattle? Pero ¿en qué estaba pensando?

      —Mamá…

      —Hijo, me aterroriza pensar que todo esto te consuma por dentro.

      —Estoy bien —la cortó Max.

      Intentar razonar con ella era bastante inútil. Tenía el defecto o la virtud de conocer qué le rondaba por la cabeza o sentía en su interior mejor que nadie.

      —No te preocupes —insistió Max—. Ya lo verás. La semana que viene, cuando vaya, dejarás de preocuparte de si estoy bien o de si como bien o no.

      Ahora sí que la escuchó reír.

      —Nunca comerás lo suficiente.

      —Por supuesto, para ti, si no me pongo como un zepelín, nunca será suficiente.

      Cuando su madre le siguió el juego, y vio que estaba de buen humor, pensó en que sería buen momento para decirle que no iría solo a la boda.

      No habían hablado del divorcio, pero el tema estaba ahí. Su madre sabía que la separación era definitiva y que nada le haría volver con Arizona. Ella desconocía los motivos, y Max no pensaba contárselos a nadie, y mucho menos a su madre, pero lo importante es que lo aceptaba. La mujer católica y de moral intachable que era su madre aceptaba que su hijo se divorciara porque no era feliz. Eso Max lo sabía, igual que sabía que deseaba que no se quedara solo, que pronto encontrara una mujer que lo comprendiera y lo quisiera.

      Aunque ya le había comunicado a la novia, su hermana, que no asistiría solo a la boda, pensó en que bien podría decírselo a su madre.

      —Ahora mismo estoy en una fiesta.

      —¿Ah, sí?, ¿de quién?

      —De Jud, una amiga que trabaja en mi comisaría.

      ¿Una amiga? Max puso los ojos en blanco por su torpeza al pronunciar esa palabra, así titubeante, y como si fuera una mentira.

      —Vaya, me alegra que tengas amigos.

      Sí, ya СКАЧАТЬ