Название: Introducción al Nuevo Testamento
Автор: Mark Allan Powell
Издательство: Bookwire
Жанр: Религия: прочее
isbn: 9781646910960
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Honor y vergüenza
El valor social crucial del mundo del Nuevo Testamento (entre los griegos, romanos, judíos y todos los demás) era el honor, es decir, la condición que uno tiene ante las personas cuya opinión uno considera importante. Hasta cierto punto, el honor se asignaba por medio de factores que estaban más allá del control de la persona: la edad, el sexo, la nacionalidad, la etnicidad, la altura, la salud física, la clase económica y cosas similares podían establecer ciertos parámetros que definían los límites de cuánto honor uno podía esperar obtener. Sin embargo, de acuerdo a esos parámetros, muchas cosas podían incrementar el honor de alguien (la piedad religiosa, el valor, el comportamiento virtuoso, una disposición agradable o caritativa, etc.), y muchas cosas podían precipitar la pérdida de honor o incluso ocasionar lo opuesto: la vergüenza.
Semejante sistema de valores puede no parecernos extraño, porque incluso en la sociedad moderna occidental a todos les gusta recibir honor y nadie quiere ser avergonzado. Sin embargo, la diferencia podría ser de magnitud: el mundo del Nuevo Testamento era un mundo en el cual el honor debía valorarse por encima de todo lo demás, y la vergüenza debía evitarse a toda costa. Por ejemplo, la gente quería ser adinerada, no principalmente porque la riqueza les permitiera vivir con lujos, sino porque casi todos creían que era honorable tener dinero para gastar. De igual manera, era vergonzoso ser necesitado; Ben Sira, un prominente maestro judío del período del Segundo Templo enseñaba que «es mejor morir que mendigar» (Sir. 40:28). Él decía eso no porque mendigar fuera inmoral o pecaminoso, sino porque era deshonroso y no valía la pena vivir la vida sin honor. Todos en el tiempo de Jesús (incluso los mendigos) probablemente creían eso.
El lenguaje de honor y vergüenza se encuentra en todo el Nuevo Testamento. Algunas voces del Nuevo Testamento se aprovechan del lenguaje para presentar la fidelidad como un camino para alcanzar el honor y evitar la vergüenza (1 P. 1:7; 2:6). Otras voces buscan anular la sabiduría convencional en cuanto a cómo se aplican estos valores y afirman, por ejemplo, que es más honorable comportarse como siervo que tratar con prepotencia a otros como una persona de poder y privilegio (Mr. 10:42-43; cf. Lc. 14:7-11). Y algunos documentos del Nuevo Testamento repudian totalmente la obsesión con el honor y apelan a los lectores a desarrollar un nuevo sistema de valores definido por Cristo, que no buscó honor ni gloria, sino más bien llevó la vergüenza de la cruz (He. 12:2).
La vida bajo el gobierno romano
¿Cómo era la vida bajo el gobierno romano? Por un lado, los romanos eran excelentes en la administración, y muchas cosas probablemente funcionaban de mejor manera bajo su control que lo que habría sido de otra manera. Ellos despejaron el mar de piratas, construyeron acueductos y caminos, mantuvieron el crimen a un mínimo y dieron muchas oportunidades de empleo. La extensión del Imperio romano, y su estabilidad básica, llevó al mundo a una unidad sin precedentes, un fenómeno que a veces se le llama la Pax Romana. El comercio fluía más libremente que nunca antes, y tanto los viajes como las comunicaciones (p. ej., el envío de cartas) llegó a ser relativamente fácil, un factor esencial para el rápido esparcimiento del cristianismo.
Sin embargo, en Palestina estos beneficios llegaron a un precio muy alto. Primero, la carga de impuestos parece haber sido increíblemente opresora, que introducía a la mayoría de la gente a la pobreza y la mantenía allí. En efecto, se ha estimado que, en la era del Nuevo Testamento, entre un cuarto y un tercio de toda la gente del Imperio romano eran esclavos (véase el cuadro 23.2). Algunas personas, de hecho, llegaron a ser esclavas voluntariamente, con la esperanza de mejorar su suerte (por lo menos entonces tendrían alimentos). Segundo, el pueblo judío (incluso los que no eran en efecto esclavos) sabía que no era libre, y ese conocimiento era una afrenta a su honor nacional y sentimiento religioso. Había soldados en todas partes, que les recordaban que eran un pueblo conquistado. A los judíos se les permitía practicar su religión oficialmente, pero Israel tenía una tradición antigua de profetas que criticaban severamente las injusticias y exponían las trampas de los poderosos, y a los romanos no les gustaba esa clase de cosas (como lo descubrió Juan el Bautista). Lo que se permitía era una clase de religión inofensiva que no enfadara ni desafiara a las autoridades.
Varias fuentes antiguas indican que Palestina llegó a ser cada vez más inestable en la segunda mitad del siglo I (después del tiempo de Herodes Agripa I). Los apasionados judíos rebeldes, conocidos como zelotes, finalmente, dirigieron una guerra directa en contra de Roma (66-73 e. c.) que tuvo consecuencias desastrosas para el pueblo judío. La ciudad de Jerusalén fue conquistada y el templo destruido en 70 e. c. Alrededor de sesenta años más tarde, una segunda revuelta judía, dirigida por Simón ben Kosiba, popularmente conocido como Bar Kojba, también fue reprimida despiadadamente. Después de eso, bajo pena de muerte, a ningún judío se le permitía entrar a lo que alguna vez había sido Jerusalén.
No sabemos con seguridad qué le pasó a la iglesia cristiana en Palestina, pero el foco de atención para el creciente movimiento cristiano cambió de Jerusalén a lugares como Éfeso, Antioquía y Roma. Eso se debió principalmente al éxito de misioneros como Pablo en llevar el evangelio a grandes cantidades de gentiles. En esas áreas, los cristianos a veces se topaban con hostilidad de los vecinos judíos que habían llegado a ver la fe nueva como una aberración o religión falsa (véase 1 Ts. 2:14). Sin embargo, los romanos siempre eran la mayor amenaza, y su hostilidad llegó a su clímax bajo el emperador Nerón, que inició en Roma la primera persecución manifiesta de cristianos, patrocinada por el gobierno en la década de los años sesenta, una purga horripilante en la que Pedro, Pablo y un gran número de otros fueron martirizados.
Al inicio del siglo II, casi todos los libros del Nuevo Testamento se habían escrito, incluso los Evangelios y todas las cartas de Pablo. Para ese tiempo, los romanos habían llegado a considerar al cristianismo y al judaísmo como religiones separadas, y la primera entonces se consideró una innovación no autorizada y fue declarada ilegal oficialmente. Obtenemos una buena imagen de lo que eso significó en la práctica, con un conjunto de cartas enviadas por el gobernador romano Plinio al emperador Trajano, alrededor del año 112. La política general era una estrategia de «no pregunte, no lo diga»: a los cristianos no se les buscaba, pero cuando llegaban a la atención de un gobernante, serían torturados y asesinados, a menos que renunciaran a su fe e hicieran sacrificios a los dioses romanos (véase el cuadro 26.6).
Cuadro 1.2
¿La paz de quién?
La Pax Romana fue establecida por medio de la conquista. Calgaco, un líder caledonio de una de las naciones derrotadas en este extremo afirmó amargamente: «Ellos crean desolación y la llaman paz» (Tácito, Agrícola 30).
Conclusión
Los documentos del Nuevo Testamento son escritos cargados de valor que critican los estándares culturales del mundo en el que se produjeron. Se evalúa tanto el sistema social romano como el judío, a veces de una forma positiva, a veces de una forma negativa. Por ejemplo, a medida que nos abrimos paso a través de estos escritos, encontramos una crítica bien sustentada del imperialismo romano. La perspectiva no es totalmente negativa, había beneficios en el sistema romano. Aun así, aunque no siempre se afirma directamente, uno no tiene que ver mucho para darse cuenta de que la mayoría de los autores del Nuevo Testamento por lo menos desconfían de la Pax Romana: la paz mundial es buena, ¿pero a qué costo se ha СКАЧАТЬ