Julio Camba: Obras 1916-1923. Julio Camba
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Название: Julio Camba: Obras 1916-1923

Автор: Julio Camba

Издательство: Ingram

Жанр: Зарубежная классика

Серия: biblioteca iberica

isbn: 9789176377505

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СКАЧАТЬ las cabezas que la educación ha igualado ya por dentro; esta tarea del barbero inglés es tan importante, que, sin él, no sería completa la uniformidad británica.

      Comparen ustedes este tipo de barbero con el barbero francés. Todos los franceses son un poco barberos en el fondo, y los barberos profesionales son admirables. Yo creo que son barberos por naturaleza, y así me explico que se llamen artistas barberos. En sus maneras y en sus palabras hay algo jabonoso. Cogen con gran cuidado la cabeza del cliente y la interrogan poco a poco. Luego, según las declaraciones políticas o estéticas de la cabeza en cuestión, ellos le arreglan los cabellos de una u otra manera. Usted puede hacerle sin recelo entrega provisional de su cabeza a un barbero francés. El barbero francés respeta siempre la autonomía de las cabezas que le confían sus clientes. El sabe que unas cabezas son conservadoras y otras revolucionarias; que unas gustan de caracterizarse por medio de una perilla y otras por medio de una mosca. Así, no contraría nunca ni las ideas ni los peinados de sus clientes. ¡Vive la liberté, quoi…!

      ¡Ah, barbero francés! Barbero alegre y exuberante. Eres un poco pegajoso, como el cosmético. Haces elocuencia como haces espuma de jabón. Resultas insoportable; pero, en fin, el barbero debe ser un poco insoportable. ¿Qué es esto de unos barberos serios y silenciosos, que cogen una cabeza humana sin demostrarle interés ninguno, que la mondan y la dejan como si fuese una bola?

      Barberos así, yo estoy seguro de que no los hay más que en Inglaterra, el país donde a ninguna cabeza le es lícito distinguirse de otra ni por las opiniones ni por los cabellos. Cuando la ejecución de Crippen, los periódicos publicaron el retrato de un barbero inglés, que es verdugo al mismo tiempo que barbero. Este barbero ahorca las malas cabezas como alisa los cabellos rebeldes, todo ello para la buena armonía del Imperio británico. En realidad, su oficio de verdugo no es más que un complemento de su oficio de barbero. De ordinario, él se encarga de uniformar las cabezas de su clientela, y si por casualidad una de ellas es irreductible, entonces el barbero la suprime. No debe haber cabezas independientes en Inglaterra. Todas deben aceptar las mismas leyes y el mismo cosmético.

      ¿Comprenden ustedes ahora por qué son tan serios los barberos ingleses? Pues porque todos ellos son un poco verdugos.

      Mister Harvey, óptico.— Venga usted a mi casa.— Lo que pretende un polaco.— La mosca, la cerveza y los bebedores.— El idioma común y el sentimiento diverso.

      Mister Harvey tiene un taller de óptica y relojería en Blackerfrias, al Sur de Londres, un barrio obrero lleno de restaurants baratos. Yo conocí a mister Harvey en Hyde- Park, donde me quedé solo oyéndole pronunciar un discurso de propaganda esperantista. Aunque mister Harvey se esforzaba en creer que tenía un gran público, acabó por venir a la realidad, y, descendiendo de la silla, abandonó el tono oratorio. Me dio gracias por el interés que yo había demostrado al escucharle, y yo no me atreví a decirle que era que no le entendía.

      —Venga usted a mi casa —me dijo—. Allí se reúne todos los lunes un grupo cosmopolita de esperantistas. Se podrá usted hacer algunas relaciones interesantes.

      Mister Harvey es un inglés muy alto y muy delgado. Usa una barbita en punta que comienza a ser gris, y lleva unas gafas sujetas a las orejas. Tipo de grabador, de relojero o de iluminador de postales. Detrás de la tienda tiene una salita con una gran mesa, diez o doce sillas diferentes, un sofá cojo y una hija insignificante. Su señora, pequeña, regordeta y vivaracha, va y viene entre la tienda, la sala y las otras habitaciones de la casa.

      El relojero esperantista me presentó primero a su señora y su hija, y luego una de las sillas que le merecían más confianza.

      —Es un poco temprano —me dijo—; pero no tardarán en venir los camaradas. Hay uno que vive arriba. Es un doctor polaco, muy popular en el barrio. Voy a llamarle.

      El doctor polaco me saludó en esperanto. Hombre pequeño y mal vestido, genio vivo, buena voz. Tiene una cabeza muy gorda y lleva el pelo rizado. Cuando canta, apoya la cabeza en el hombro izquierdo, se pone una mano sobre el corazón y ladea el cuerpo acompasadamente, de una manera muy ridícula. Sus dos grandes pasiones son la Humanidad y la música italiana. Se llama Herchieff. Me destrozó una mano en una forma perfectamente cordial y me cantó un trozo de Carmen: «Toreador, toreador…». Luego me habló de la Humanidad y mandó pedir unas botellas de cerveza.

      A todo esto empezaron a llegar esperantistas. Conocí a un periodista holandés, de edad indefinible, con el pelo rubio, de un rubio cáñamo, casi blanco, la mirada incolora y un hilito de voz muy tímida; a un fotógrafo francés, muy enfático, y a una señorita danesa con anteojos. Había unos cuantos esperantistas ingleses sin personalidad ninguna. El doctor polaco hizo traer más cerveza. Observé que ningún esperantista se podía expresar en esperanto. El esperanto se producía por sí solo, de la mezcla de tantos ingleses distintos.

      —Una sola patria. Un solo idioma. ¡Viva la Humanidad! —gritaba el doctor polaco.

      Y acto continuo se llevaba la mano al corazón y dejaba caer la cabeza sobre el hombro izquierdo.

      —Voy a recitarles a ustedes una fábula en esperanto —dijo mister Harvey—. Mi hija la irá traduciendo al inglés.

      Mister Harvey se levantó y comenzó a declamar con muchos gestos. Su hija traducía. A mi me hacía mucha gracia el ver que se utilizaba un idioma tan difícil como el inglés para explicar el esperanto.

      —En torno de una mesa están sentados… —decía mister Harvey.

      —(En torno de una mesa están sentados…) —traducía su hija.

      —Un inglés, un francés, un español…

      —(Un inglés, un francés, un español…).

      —Un alemán, un ruso y un chino.

      —(Un alemán, un ruso y un chino).

      —Cada uno tiene delante un vaso de cerveza. Hace mucho calor. Una mosca cae en el vaso del inglés. Otra mosca cae en el vaso del francés. Otra mosca cae en el vaso del español. Otra mosca cae en el vaso del alemán. Otra mosca cae en el vaso del ruso y otra mosca cae en el vaso del chino.

      Mister Harvey hace una pausa y apura su propia cerveza, en la que no ha caído ninguna mosca. En seguida continúa:

      —El inglés va a beber y se encuentra con la mosca; coge su vaso, vierte la cerveza y se lo da al camarero para que le traiga más cerveza. El francés, al ver una mosca en su vaso, se pone frenético; jura, da gritos y no hace nada. El español mira su mosca, hace un gesto desdeñoso, se cala el sombrero y abandona el lugar con mucho orgullo. El alemán retira la mosca de su vaso y se bebe la cerveza tranquilamente. El ruso se bebe la cerveza y la mosca. Por último, el chino coge la mosca con los dedos, la contempla un instante y se la come. Luego apura la cerveza.

      Mister Harvey recita y acciona imitando la cólera del francés y el orgullo del español de una manera muy cómica. Su señora se muere de risa. Al final, todo el mundo aplaude.

      —¿Ve usted —le digo yo al relojero—, cómo el sueño de los esperantistas es una quimera? Aunque todos los hombres tengamos un idioma común, las moscas nos inspirarán siempre sentimientos distintos.

      Nos ponemos a discutir estos sentimientos. Yo elogio el desprecio magnífico СКАЧАТЬ