Julio Camba: Obras 1916-1923. Julio Camba
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Название: Julio Camba: Obras 1916-1923

Автор: Julio Camba

Издательство: Ingram

Жанр: Зарубежная классика

Серия: biblioteca iberica

isbn: 9789176377505

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СКАЧАТЬ peligro amarillo

      Los mestizos aumentan.

      La población de Cardiff ha lynchado a los chinos. Ha saqueado sus tiendas, ha incendiado sus casas. Si no existiese en Inglaterra un odio nacional contra los chinos, el pueblo no los hubiese tratado con tanta violencia por haber sustituido a los huelguistas en el puerto de Cardiff.

      Los chinos son el peligro interior de Inglaterra. En Londres hay un barrio chino mucho más grande que una ciudad española. En Liverpool la población china asciende a un millón. En Cardiff el número de chinos es enorme. Los chinos se reproducen como una sarna en la piel suave de Inglaterra. No hay manera de exterminarlos. Allí donde quede un chino, un solo chino, a la vuelta de veinticinco años habrá quinientos. Trabajan mucho, comen poco y se multiplican fabulosamente. De una cazuelita de arroz, un chino es capaz de sacar una nueva china.

      Por donde pasan los chinos, la mano de obra se abarata y los salarios disminuyen. Su ocupación principal es el lavado de la ropa. En Liverpool han casi monopolizado esta industria. Amarillos como son, sienten una inclinación especial a dejar blancas las prendas de uso interior. En Cardiff, los primeros establecimientos chinos que ha incendiado la multitud han sido los talleres de lavado.

      La población de Cardiff, como la de Liverpool, acusa a los lavanderos chinos de especular clandestinamente con las inglesas pobres. Su industria, a lo que parece, no es muy limpia, por mucho jabón que inviertan en ella. El London Magazine dice francamente que los hombres amarillos se dedican a la trata de blancas.

      Todo esto sería, sin embargo, pecatta minuta. Lo peor es que los chinos se muestran directamente de una peligrosa iniciativa con las inglesas. No. Aquí los chinos no se entretienen únicamente en lo que dice el chiste. Algunas inglesas se casan, y entonces empiezan a brotar mestizos en una proporción fabulosa. Londres, Cardiff, Liverpool están llenos de mestizos. Éste es el peligro: el peligro amarillo. Inglaterra va a perder sus hermosos colores.

      Tantos esfuerzos como se han hecho para evitar la procreación de mestizos en las colonias británicas, y he aquí que los mestizos surgen, innumerables, en la propia isla de mister John Bull. ¡Ah, no! Hay que matar a los chinos. Hay que quemarlos. Que no queden ni las coletas…

      Inglaterra es un pueblo muy limpio, y esta sucia invasión china le produce un efecto de repugnancia invencible, como si fuese una enfermedad de la piel. Las pomadas más violentas le parecerían dulces para curarse.

      Y esto es lo que explica los lynchamientos de Cardiff.

      El dinero y la creencia.

      —Yo no creo en las Bolsas de Trabajo, ni en el arbitraje industrial, ni en nada. Los políticos del socialismo prescinden siempre de una cuestión fundamental, que es ésta: al hombre no le gusta trabajar.

      Estas palabras son casi increíbles en labios de un inglés. Es, sin embargo, un inglés el que las ha dicho, y un inglés de calidad: mister H. G. Wells.

      Wells sigue siendo inglés, a pesar de haberse dedicado a hacer novelas de imaginación. Su fantasía es puramente científica. La ciencia que aherrojaba la imaginación de Julio Verne es la base de todas las imaginaciones de Wells; Wells sueña como pudiera hacerlo un boticario genial. Como sociólogo, Wells ha dado brillantes pruebas de su talento y de su buena fe. Ha pertenecido, durante muchos años, a la Sociedad Fabiana, y ha escrito libros verdaderamente admirables. Entre ellos figuran las Anticipaciones, La utopia moderna, La Humanidad en formación y Primeras y últimas cosas.

      Pues Wells no cree que se pueda resolver la cuestión social aumentando el salario del obrero, ni disminuyendo sus horas de trabajo, ni suprimiendo el alcohol, ni asegurándole a toda la clase obrera un empleo constante en talleres del Estado, ni instalando a cada trabajador en una casita con jardín. No. «El hombre odia el trabajo

      —dice Wells—, y ésta es toda la cuestión». «Después del reposo semanal —añade—, innumerables millones de personas experimentan la angustia intolerable de tener que volver a uncirse al yugo. El obrero está horripilado de su trabajo. Le repugna el hacer cosas en las cuales él no tiene ningún interés particular: rieles para los caminos de hierro del Perú, tejidos para el Congo o ladrillos para un nuevo inmueble de los bulevares. ¿Qué se le importa a él de todo eso?».

      Wells no cree que el trabajo lleve en sí su recompensa y que haya que amar el trabajo por el trabajo. Todas esas cosas le parecen sofismas y tonterías. «El hombre es vago».

      El hombre, y también el inglés. Que el español era vago, lo sabíamos todos. La vagancia les hacía aparecer como una degeneración de la Humanidad. Pues no. La vagancia es un instinto humano. Al hombre le aterra el tener que trabajar. Supongamos que llegue una época en la cual no tenga que trabajar más que una hora diaria. Pues en esa misma época trabajará de mala gana, hará huelgas, pedirá una reducción en la jornada y un aumento de salario. «Porque —dice Wells— el obrero no sabe establecer el diagnóstico preciso de su caso y expresa su descontento en exigencias inadecuadas».

      La declaración de Wells es desoladora. ¡Adiós utopia! ¡Adiós futura ciudad del

      Buen Acuerdo! Destruido el principio de que el trabajo es una necesidad fisiológica, todo lo demás se viene a tierra. Los hombres seguirán trabajando a disgusto, o bien dejarán de trabajar y se irán a España, donde el genio de la pereza ha levantado templos tan maravillosos como la Alhambra de Granada.

      Porque Wells tiene razón. El trabajo es una cosa muy desagradable. Cuando los he necesitado, yo he encontrado argumentos para justificar mis faltas de asiduidad en el trabajo. Frecuentemente, estos argumentos me han convencido a mí mismo. Algunas veces, sin embargo, en la soledad de mi alcoba, con un calcetín en una mano, después de reflexionar largamente, he tenido un rasgo de valentía, y me he dicho:

      —Lo cierto es que yo no soy un prodigio de actividad.

      Y animado por esta primera declaración, ante la cual yo había bajado la cabeza, como un hombre que empieza a increpar a otro y ve que el otro se achanta, he añadido:

      —Decididamente, yo soy un vago.

      Wells habla de los grandes ideales, que pueden constituir motivos de trabajo.

      «Cuando el hombre trabaje por una creencia». No nos engañemos con una nueva mentira. El único móvil del trabajo es el dinero. El hombre es un vago que no quiere hacer absolutamente nada.

      El barbero francés.

      Heine habla de un barbero de Londres que, mientras le jabonaba la cara, despotricaba ferozmente contra lord Wellington; el barbero pasaba su brocha por las mejillas del poeta «con una espuma de rabia».

      —¡Ah! —decía—. Si yo le tuviera debajo de mi navaja como le tengo a usted… Por fortuna, este tipo de barbero no abunda en Londres. El barbero inglés carece, en general, de opiniones políticas, y cuando le da a usted jabón, no es ni rabiosamente, como el barbero de Heine, ni tampoco a la manera aduladora de los barberos franceses. El barbero inglés es rápido y serio. Coge la cabeza del parroquiano y no se preocupa absolutamente nada por lo que puede haber dentro de ella. Le jabona en dos brochazos, le afeita en dos pases de navaja y le alisa el pelo en dos golpes de cepillo. Es bien inglés el barbero СКАЧАТЬ